Al entrar, los agentes quedaron desconcertados. Era el 4 de enero de 2018 y los Mossos d’Esquadra y la policía local de Cambrils (Tarragona) se personaron en el hotel Daurada Park, un tres estrellas sin demasiado encanto situado en este municipio de la costa catalana. La instalación de unas luces de neón en la azotea del hotel, en desuso y adquirido por un empresario ruso, hizo pensar a las autoridades que los propietarios querían abrir un burdel en sus habitaciones. Pero no había prostitutas, solo decenas de ordenadores interconectados en un sótano protegido por un fuerte dispositivo de seguridad. Para acceder a ellos había que superar dos controles que requerían introducir la huella dactilar.
Dos años más tarde, el misterioso hotel de los ordenadores volvería a ser noticia: había sido durante meses el último escondite de John McAfee, uno de los magnates de la tecnología más famosos del mundo, conocido por su software antivirus, cuya vida reciente se había convertido en una constante huida de las autoridades antes de acabar detenido a principios de octubre en el aeropuerto de Barcelona, acusado de evasión fiscal en EE.UU.
Desde ese día duerme en la prisión de Brians 1 a la espera de su extradición. “La vida en las cárceles españolas es como el Hilton comparado con el surrealismo abyecto y la deshumanización de las prisiones americanas”, asegura en una respuesta escrita remitida por su mujer. “Aquí me tratan como un ser humano en lugar de un número”.
McAfee, 75 años, simuló durante las semanas del confinamiento que andaba viajando por el mundo esquivando a los investigadores, pero llevaba tiempo sin moverse de un hotel catalán en cuyo sótano hay decenas de ordenadores trabajando a pleno rendimiento. La conclusión de las autoridades cuando entraron al hotel hace más de dos años fue que el Daurada Park se había convertido en una “granja de bitcoins”: los ordenadores llevan a cabo complejas operaciones informáticas para recibir esta conocida criptomoneda. Cuantos más ordenadores y más trabajen -con un relevante coste en electricidad- más opciones tendrán de recibir unidades de bitcoin por su participación en la red. En el momento de publicar este artículo, la unidad de esta criptomoneda supera los 15.000 dólares.
El Daurada Park iba a ser la parada final de los múltiples hospedajes de McAfee durante la última década. Casi 10 años inmerso en una eterna huida que le llevó por Belice, Guatemala, México, Reino Unido y otros países sin determinar y que acabaría en Catalunya.
McAfee, que no ha querido responder a las preguntas sobre sus actividades en Tarragona, cree que su viaje todavía no ha acabado. Está seguro de que no lo van a extraditar. “España, con su turbulenta historia y opresión con Franco, entiende la persecución política mejor que ningún otro país en Europa”, afirma por escrito, antes de añadir que el “imperialismo americano” está cada vez peor visto en nuestro país. “No hay ninguna posibilidad de que me extraditen”, remacha.
El departamento de Justicia de EEUU le acusa de evadir impuestos y de no haber presentado las correspondientes declaraciones entre 2014 y 2018, mientras ganaba millones de dólares por promover criptomonedas en Twitter a cambio de altas sumas de dinero, vender los derechos de su vida para una película y hacer trabajos de consultoría. Según la investigación, cobró todo este dinero a través de testaferros y en criptomonedas. La suma de los delitos que le imputan podrían llevarle 30 años entre rejas. “Un robo a mano armada me hubiese costado un máximo de 5 años de cárcel”, analiza el programador informático desde su celda. “Dime tú si esto es justo”.
Una presunta vinculación con un asesinato, adicción al sexo, armas, una candidatura a presidir EEUU, malas compañías, detenciones y proyectos turbios definirían la última década de un personaje histriónico que pasó de referente en Silicon Valley a rodearse de exconvictos con subfusiles en una playa del Caribe.
Esta es la historia de John McAfee, desde su juventud hasta ser detenido en el aeropuerto de Barcelona y acabar en una prisión catalana.
McAfee nació en 1945, pero él asegura que su vida comenzó en 1983. Fue cuando visitó a un terapeuta y le recomendó que se apuntase a Alcohólicos Anónimos y abandonara la bebida. “Mi vida era un auténtico infierno”, aseguró en un extenso perfil que publicó Wired en 2012.
Nacido en Reino Unido, pero criado en una ciudad de menos de 100.000 habitantes de Virginia (EE.UU), McAfee -siempre según su relato- vivió una infancia bajo el yugo de un padre alcohólico que le agredía tanto a él como a su madre. Cuando él tenía solo 15 años, su padre se pegó un tiro en la cabeza.
Empezó entonces una juventud agitada en la que, primero el alcohol y después otras drogas, se convertirían en su mejor acompañante tanto en los momentos de ocio como en la vida laboral. Ganó sus primeros dólares vendiendo suscripciones a revistas puerta a puerta mientras estudiaba en la Universidad. Tras graduarse en matemáticas, encadenó todo tipo de cargos en la incipiente industria tecnológica americana. Solían acabar mal. A veces por acostarse con alumnas -como cuando lo expulsaron de la universidad de Monroe, Louisiana, mientras preparaba un doctorado- o simplemente por cargos policiales por comprar marihuana. Otras, por llegar totalmente colocado de DMT -un potente alucinógeno- a su trabajo de controlador de rutas de trenes en San Luís (Misuri).
“En 1974 mi pelo me llegaba a los hombros”, escribió hace unos meses. “Tenía un aspecto presentable para conseguir un trabajo decente, pero también era aceptable en cualquier reunión de hippies”. McAfee solía trabajar intensamente unos meses. Cuando lo echaban, cogía el dinero y se iba de viaje a Nepal, India y otros destinos exóticos.
En 1983, antes de empezar su rehabilitación, McAfee trabajaba de director de ingeniería en una empresa californiana de almacenaje informático. Solía abrir una botella de whisky escocés de buena mañana y esnifar cocaína en su despacho, aparte de vendérsela a sus subordinados. De nuevo, dejó el puesto o le echaron (con McAfee nunca se sabe). Se encerró en casa drogándose durante semanas y, asegura, se planteó suicidarse igual que su padre. En lugar de apretar el gatillo, se unió a una terapia de grupo. Desde entonces sostiene que no ha vuelto a probar la bebida.
El renacimiento de McAfee en 1983 sería la antesala de su boom como empresario. En 1987, ya sin beber ni tomar sustancias, los primeros virus informáticos empezaban a afectar a equipos de todo el mundo. McAfee leyó un artículo sobre el tema en una revista y montó McAfee Associates en su casa de Santa Clara (California). Su plan de negocio era regalar el antivirus en un primer lugar y luego cobrar por el servicio técnico o para instalarlo en empresas. Al cabo de cinco años, la mitad de las principales 100 compañías mundiales lo tenían instalado en sus ordenadores y pagaban una licencia. En 1990 McAfee facturaba cinco millones de dólares anuales sin apenas haber invertido dinero.
McAfee se dedicaba a alertar de los posibles riesgos de los virus, normalmente exagerando sus peligros, para aumentar el temor de las empresas a ser infectadas. Desde advertir de un potente virus que afectaría a cinco millones de ordenadores -finalmente fueron solo unos miles- hasta vaticinar que algunas compañías podrían colapsar por culpa de estos ataques informáticos. En 1992, la empresa antivirus McAfee debutaba en bolsa y sus acciones valían más de 80 millones de dólares. En 1993, controlaba el 67% del mercado mundial de antivirus. En 1994 vendió todas sus acciones de la compañía.
“Siempre he seguido a mi corazón y a mis intuiciones. Nunca me arrepentiré de esto”, señala ahora desde la cárcel, donde lamenta no haber podido seguir en directo el desenlace electoral en EE.UU. (no concreta cuál era su candidato predilecto).
Empezaron entonces los años de mayor éxito social de McAfee, convertido en uno de los empresarios de referencia en Silicon Valley. En la universidad de Stanford estudiaban sus estrategias comerciales. Le hicieron doctor honoris causa en la Universidad de Roanoke (Virginia), donde se había licenciado en matemáticas. Daba charlas, publicaba libros sobre espiritualidad y creó una academia de yoga. Donaba ordenadores a colegios desfavorecidos y pagaba anuncios en la prensa alertando del peligro de las drogas. Tenía propiedades en distintos estados, un avión privado y una escuela de vuelo.
El crack de 2008 enganchó a McAfee con el pie cambiado: buena parte de sus activos estaban invertidos en acciones y propiedades inmobiliarias. Su fortuna pasó de más de 100 millones a 4 millones de dólares, según aseguró en 2009 a The New York Times. El programador informático vendió entonces buena parte de sus propiedades para hacer frente a las pérdidas y a su primera gran demanda judicial: la de los familiares de un piloto fallecido en su escuela de vuelo.
En 2008 comenzó a mirar propiedades fuera de EE.UU. y compró una mansión frente al mar en Belice que solo había visto por Google Earth. En 2010 compró otra propiedad en la selva del país, donde empezó a construir un complejo lleno de bungalows. Puso en marcha varios negocios: producción de puros, distribución de café, taxis acuáticos para conectar los resorts con tierra firme… Y un laboratorio donde pretendía desarrollar nuevos antibióticos con plantas y productos naturales. Contrató a una microbióloga de 31 años licenciada en Harvard para ponerse a investigar. “Me ofreció mi trabajo soñado”, afirmaba Allison Adonizio en el documental Gringo: The Dangerous Life of John McAfee. “No me lo podía creer”.
No se sabe en qué momento las cosas se empezaron a torcer, pero fue en este país caribeño donde la vida de McAfee se oscureció. Dejó a su pareja desde hacía 12 años por una prostituta menor de edad. Financió una fuerza policial en el pueblo donde residía y les compró quads, metralletas y material para ganar influencia. Empezó a traer a más prostitutas a vivir en los bungalows de su finca. “Tengo varias novias adolescentes”, confirmaba en el documental. Sus cinco novias tenían entre 17 y 20 años, cada una con su propia cabaña.
A medida que se iba haciendo más poderoso en su pueblo de Belice, la paranoia de McAfee también aumentaba. Creía que las grandes farmacéuticas le espiaban el laboratorio y que sus donaciones para crear una fuerza policial lo habían puesto en el punto de mira de los narcotraficantes. Contrató entonces un extenso equipo de seguridad, formado por exconvictos y delincuentes centroamericanos armados hasta los dientes. La investigadora de Harvard renunció y se fue del país por miedo al comportamiento de McAfee.
En abril de 2012 lo acusaron de producir metanfetamina en su laboratorio, pero tras una redada con decenas de agentes no encontraron nada y retiraron los cargos. Meses después de esta redada, la decena de perros que McAfee tenía en una de sus propiedades amanecieron muertos. Alguien los había envenenado. Las miradas se dirigieron a su vecino, Greg Faull, un ciudadano americano que se había encarado con McAfee por los ladridos de los perros y que pocos días antes había denunciado a las autoridades las molestias que generaban los animales.
Pocos días después encontraron a Faull asesinado en su casa. Le habían pegado un tiro en la nuca con una pistola de 9 milímetros.
McAfee huyó a Guatemala cuando vio que la policía se dirigía a su domicilio para interrogarle. Según su relato, se escondió en un agujero en la arena durante varias horas. Cuando tuvo vía libre se escapó y estuvo en paradero desconocido hasta que un reportero de Vice colgó en la red una foto con él sin haber desactivado la geolocalización. Le detuvieron pero no llegaron a extraditarle a Belice.
McAfee no responde directamente si mató o encargó asesinar a su vecino. “No estoy imputado por ningún asesinato en Belice”, afirma por escrito. “Simplemente era una persona de interés igual que el resto de vecinos de la persona que asesinaron”. Según su relato, huyó porque no quería “ser cuestionado” y porque, tras la fallida redada de abril de 2012 en su laboratorio, estaba “en guerra” con las autoridades de ese país.
Tras escapar a Guatemala pasando por México, McAfee se desvaneció. Apenas se tuvo noticia de él entre 2012 y 2016, cuando intentó -sin éxito- ser el candidato del partido libertario a presidir los EE.UU. con una campaña donde defendía “tumbar el sistema” y erradicar los impuestos sobre la renta en su país. “Antes de que existieran los impuestos sobre la renta éramos la primera potencia industrial del mundo y la envidia de todas las naciones”, insiste ahora desde la prisión sobre su visión de la economía.
McAfee volvía a la palestra con un mensaje libertario que conectaba con un incipiente mundillo que mezclaba política, idealismo y gente aficionada a enriquecerse: el de las criptomonedas. “El mundo de las criptomonedas es turbio, esto es verdad”, reconoce Aleix Ripol, organizador de la comunidad Bitcoin de Barcelona, que cuenta con unos 3.000 miembros.
Según describe Ripol, se mezclan en esta comunidad desde idealistas que creen que la tecnología Blockchain -con la que operan las criptomonedas- servirá para prescindir de organismos reguladores, gobiernos y bancos hasta meros especuladores que se quieren hacer ricos de la noche a la mañana gracias a las grandes fluctuaciones de este mercado. McAfee pertenecía a este último grupo, aunque él lo niega. “Demasiada gente utiliza las criptomonedas para hacerse rico en lugar de su objetivo inicial, que eran las transacciones”, se defiende el programador.
A mediados de 2017, la fiebre por las criptomonedas parecía imparable. El precio del Bitcoin subía como la espuma -pasó de 2.700 dólares a más de 19.000 en seis meses- y a su alrededor empezaron a surgir nuevos proyectos de criptomonedas que prometían ser el nuevo Bitcoin. Fue allí donde McAfee, aprovechando su pasado como visionario de Silicon Valley, encontró su último filón.
Empezó a recomendar a su millón de seguidores en Twitter que invirtieran en nuevos proyectos de criptomoneda. Por cada tuit, cobraba 105.000 dólares. La inversión de quién le pagaba para publicitarse no era en vano: durante un tiempo, el precio de cada criptomoneda que recomendaba aumentaba entre un 50 y un 350% después de cada tuit.
McAfee se creyó el nuevo gurú de las criptomonedas y empezó a hacer afirmaciones sonadas: si en 2020 un Bitcoin no valía medio millón de dólares, aseguró que se haría una auto felación en directo en televisión. Polémicas de este tipo pasaron a ser el pan de cada día en su perfil de Twitter. “McAfee se convirtió en el bufón de la comunidad Bitcoin”, recuerda ahora Ripol. “La gente le ríe las gracias pero no es ningún experto”.
McAfee apareció por primera vez en Catalunya en noviembre de 2019. Fue el invitado sorpresa de la Barcelona Blockchain Week, donde impartió una charla de media hora. En marzo de 2020, cuando el Gobierno decretó el confinamiento, estaba de nuevo en Catalunya. McAfee se suponía huido de las autoridades y se negaba a revelar su paradero, pero las imágenes que colgaba en Twitter mostraban que estaba en el área de Tarragona. “No voy a decir dónde me he estado escondiendo”, responde el programador. “Puede que algún día vuelva a necesitar esconderme”.
En mayo simuló haberse largado de Tarragona. Colgó fotografías diciendo que estaba comiendo un asado en Bielorusia, pero algunos tuiteros lo delataron: en la foto se veía en la mesa un botellín de agua Bezoya y un cava Sumarroca. McAfee no se había movido de Catalunya ni de Cambrils: todas las fotos que colgaba mostraban que estaba dentro del Daurada Park o en sus alrededores. En agosto intentó marcharse de nuevo pero tuvo un incidente a su llegada a Alemania: en lugar de una mascarilla llevaba un tanga femenino. Se negó a quitárselo y no lo dejaron entrar al país.
McAfee continuó en el misterioso hotel de Cambrils todo el mes de septiembre. En su perfil colgaba fotos con su “equipo”, que aseguraba que estaba formado íntegramente por ciudadanos rusos. Insiste ahora en que nadie le ha ayudado ni acogido durante su huida. “Siempre he vivido por mis propios medios”, explica desde su celda. “A lo largo de mi vida he aprendido que no te puedes fiar de nadie”.
El 5 de octubre, McAfee decidió intentar salir de nuevo de España. Lo detuvieron en el aeropuerto y lo enviaron directo a Brians 1, donde lleva ya un mes preso. Confía en que en unas semanas le dejen salir bajo fianza, pero cree que el Departamento de Justicia de EE.UU. hará todo lo posible para mantenerlo entre rejas hasta que los jueces decidan sobre su extradición.
“No se trata de dónde está uno sino de quién eres por dentro”, dice el conocido programador de su estancia entre rejas en Catalunya. “Mi vida dentro de la cárcel es una aventura, igual que lo ha sido el resto de mi vida”.
27