José Antonio Donaire: “Que una ciudad quiera tener solo turismo de calidad no sólo es injusto, sino que es imposible”
Hasta el siglo XIX, viajar era algo destinado sólo a las clases altas de la sociedad. Pero desde que los métodos de transporte como el coche o el avión se abarataron, casi toda la sociedad puede disfrutar de unas vacaciones lejos de casa. Con eso, más de 1.500 millones de personas hacen turismo cada año y subiendo, lo que lleva a ciudades como Barcelona al límite.
El doctor en geografía y profesor de turismo de la Universitat de Girona José Antonio Donaire (Salamanca, 1968) asegura que es “urgente” crear un nuevo marco normativo que regule esta actividad económica. Lo hace en el informe 'Un nuevo turismo para un nuevo escenario', publicado por el Institut d'Estudis d'Autogovern de la Generalitat de Catalunya.
El inicio de esta temporada estuvo marcado por la manifestación contra el turismo masivo. Me gustaría recuperar la imagen que recorrió el mundo de dos chicas con pistolas de agua. ¿Qué le pareció aquella acción?
Debo decir que la manifestación me pareció reducida. Parecía que habría más gente y eso pone de manifiesto que no estamos en un sistema dicotómico. Tendemos a pensar que sólo hay dos posturas y que debemos escoger un lado de la balanza, pero creo que la mayoría se sitúa en un lugar de grises.
En esa manifestación vimos la oposición frontal al turismo, al que se culpa de todos los males de la ciudad. Esa imagen de la pistola es la forma de manifestar el rechazo absoluto, una performance de una situación límite.
Luego está el otro lado, que es el de quien cree que el turismo todavía tiene margen de crecimiento. Y la mayoría de la gente se sitúa en medio. La ciudadanía asume que el turismo forma parte de la estructura social y económica, pero también cree que el modelo debe cambiar.
¿Usted qué parte de culpa considera que tiene el turismo en los problemas de Barcelona?
El turismo es un segmento de un proceso más complejo que es el atractivo que tiene esta ciudad pequeña y finita. Todos queremos ser atractivos, pero cuánto más lo seamos, más incapaces seremos de resolver los problemas que comporta.
Uno de esos problemas es la vivienda, pero no sólo es culpa del turismo. Son los nómadas digitales, los expats, los estudiantes internacionales, la gente de otros lugares de Catalunya o España que se muda para tener más oportunidades de trabajo...
Y luego, claro, están los que van y vienen. De hecho, las personas que vienen del Área Metropolitana a trabajar son el contingente más grande de personas que visitan la ciudad cada día y suman un millón de personas a diario. Sobre una población de un millón y medio.
Se está poniendo el foco en el turismo de masas. ¿Cuándo podemos hablar de 'masivo'?
Todo el turismo es masivo. Lo es desde los años 50 del siglo XX, cuando se pasó del modelo turístico elitista al democrático universal. El turismo de masas no es más que la garantía de que viajar no esté al alcance sólo de unos pocos. Hablar de masificación me parece que tiene una connotación peyorativa, contra la democratización del turismo.
Creo que, aunque el término no haya calado, deberíamos hablar de turismo fordista, que ha seguido un modelo de producción y consumo en masa. El problema no es más o menos, que también, sino el tipo de turismo.
Abordemos primero la cantidad. ¿Las ciudades deberían tener límite?
Todas las ciudades lo tienen. Por ejemplo, cuando se hace la planificación urbana, se decide el máximo de personas que pueden vivir en ella. También se limita el número de comercios con las licencias. Las ciudades son resultado de sus límites. Y las ciudades turísticas también deben tener uno. Pero es complejo.
Dependiendo de los objetivos, hay dos herramientas para la gestión de espacios turísticos. Una es limitar el acceso. En Barcelona hay 17 millones de turistas al año y seguramente deberíamos poner el tope en los 15. Como el 90% de la gente llega por avión, pues es tan fácil como limitar los slots.
Pero eso afecta a turistas y a no turistas...
Correcto. Ese es el principal inconveniente de esta medida. La otra manera es limitar la oferta, que es algo que ya hace Mallorca, por ejemplo. Un turista tiene que pernoctar necesariamente y, si no tiene dónde hacerlo, no vendrá. Ahora bien, esta medida tiene que tener una réplica en el Área Metropolitana, porque si sólo la hace Barcelona, va a haber un desbordamiento y el problema se multiplicará.
Jaume Collboni anunció que eliminará todos los pisos turísticos de Barcelona pero en cambio, asegura que la ciudad tiene espacio para 5.000 plazas hoteleras más.
Creo que las viviendas de uso turístico no son un problema estructural en Barcelona. El problema es que hay una crisis de vivienda y no tengo claro que estos pisos se pongan a disposición de la población. Además, no se trata de cambiar una plaza por otra, sino de rebajar los límites de la ciudad.
Entiendo que un hotel tiene más impacto económico directo en la ciudad porque genera más ocupación, pero llegar al límite de prohibir los pisos turísticos me parece excesivo. Sobre todo en una ciudad donde este tipo de plazas turísticas no son ni el 1% de pisos de la ciudad.
Pero aun así, sigue habiendo un problema de vivienda.
Sí, pero no causado directamente por los pisos turísticos, como sí sucede en otros sitios. Para que te hagas una idea, en Catalunya hay 16 veces más segundas residencias de personas de Barcelona que pisos turísticos en la ciudad. Cuando hablamos de tensión habitacional ligada al turismo nos olvidamos siempre de ese millón de segundas residencias. Lo que nos hace falta ya es una regulación del alquiler en todas sus formas.
En Catalunya hay 16 veces más segundas residencias de personas de Barcelona que pisos turísticos en la ciudad
Estamos en un momento de la historia en que el turismo se ha democratizado tanto que viajar está al alcance de casi cualquiera. Pero, a la vez, la turismofobia va al alza. ¿Cómo hemos llegado aquí?
Esa es la gran pregunta. Nos conviene una cierta autocrítica porque sólo nos hemos empezado a quejar cuando el turismo ha salido del litoral y se ha comenzado a notar en grandes ciudades. No hemos tenido un debate generalizado sobre beneficios y perjuicios del turismo hasta que los visitantes han ocupado los centros urbanos y hemos visto que teníamos el problema en casa. Un problema que nosotros mismos hemos ido generando.
La paradoja es que ahora mismo hay el doble de barceloneses haciendo turismo que turistas en Barcelona. Pero el capitalismo siempre tiene maneras de resolver las contradicciones internas y, en este caso, lo ha hecho con la idea del 'viajero'. Eso es muy útil porque nos permite pensar que el turista malo siempre es el otro.
¿Hay alguna manera de visitar un lugar sin gentrificarlo ni masificarlo?
Claro, pero solo a una escala muy pequeña. Viajar a un hostal ecológico donde se usan productos locales y con unos criterios de responsabilidad social que permiten que los trabajadores tengan condiciones dignas. Un modelo de turismo responsable así, que en lo teórico funciona relativamente bien, podría ser incluso beneficioso para el lugar que lo acoge.
Pero cuando lo escalamos a los 1.500 millones de turistas internacionales y 5.000 millones de turistas nacionales a escala planetaria, nos damos cuenta de que es imposible.
Entonces, ¿qué hacemos?
Pues o dejamos de hacer turismo o entendemos que, si seguimos viajando todos, deberemos poner líneas rojas y asumir como sociedad una parte del coste para satisfacer ese deseo de viajar. Y vigilar qué transporte usamos, qué condiciones tienen los trabajadores de ese lugar, qué grado de temporalidad hay, el consumo de agua, si hay productos locales y cuál es mi actitud, qué relaciones establezco y qué circuitos sigo.
Claro que hay formas responsables de viajar, pero debemos asumir que el turismo nunca es inocuo. Por eso, la idea de un turista antropólogo es una ficción construida en el siglo XIX por personas que tenían una visión imperialista del mundo. Creo que es más honesto asumir que el viaje tiene un coste ambiental y distorsiona el lugar que nos recibe, que no pensar que yo sí viajo bien y que el problema es cómo lo hacen los demás.
Las ciudades sobrepasadas de visitantes, como Barcelona, afirman que el cambio pasa por buscar el turismo de calidad. ¿Qué le despierta ese término?
Un rechazo brutal. El 50% de las emisiones de los aviones las hace el 1% de los viajeros. Hay una clase, que suele ser de profesionales liberales, que son hipermóviles, hacen mil viajes internacionales y le dicen a un minero de Gales que no puede estar 15 días en la Costa Brava porque genera muchos problemas. Pero claro, hay una visión generalizada de que el primero es turismo de calidad y el segundo no.
Hay pocos lugares que tengan turismo de calidad, que básicamente es lo que entendemos por turismo caro. Lo tiene Dubái y pocos sitios más. Porque, en general, es enormemente difícil la quimera de tener sólo habitaciones a 500 euros, básicamente porque no hay tantos multimillonarios. Creo que el escenario más plausible es que las ciudades aumenten el segmento luxury y que el turista de gama alta sea un objetivo estratégico, pero sin renunciar a las clases medias o populares.
Lo que sí se puede hacer es luchar contra ciertas prácticas vinculadas al ocio nocturno o al turismo escolar. Son actividades concretas que generan más perjuicios que beneficios y que, por cierto, no son exclusivas del turismo barato. Eso sí tiene todo el sentido. Mucho más que proclamar las bondades de una ciudad elitista al margen de las clases populares. Porque que una ciudad quiera tener solo 'turismo de calidad' no sólo es injusto, sino que también es imposible.
Hay una clase que es hipermóvil, que hace mil viajes internacionales, pero le dice a un minero de Gales que no puede estar 15 días en la Costa Brava porque genera muchos problemas
Hay muchas ciudades que apuestan por los macroeventos como la Copa América o el Mobile World Congress para traer este turismo de calidad. ¿Qué le parece como estrategia?
Si el turismo genera problemas, los macroeventos generan macroproblemas. Para empezar, son muy costosos y no siempre tienen valor añadido. El Mobile sería un buen ejemplo porque trae gente que se gasta dinero, pero además nos sitúa en un mapa de tecnología. El impacto de eso no es fácil de medir, pero más allá de los costes y de las externalidades negativas que tenga, y dejando de lado el dinero que se gasten los congresistas, el balance es positivo porque atrae inversiones de la industria tecnológica.
En el otro lado de la balanza situaría los eventos deportivos. Hay muchos estudios que concluyen que las ciudades que los organizan siempre salen perdiendo porque las inversiones nunca acaban revirtiendo de forma positiva. A no ser que estén muy bien dirigidas según las necesidades de la ciudad.
Así, ¿qué opina de la Copa América?
Depende de cuál sea el proyecto marítimo de la ciudad. Si es un evento enmarcado en una estrategia de ciudad, hablemos. Pero si es una adaptación puntual para hacer un acto y ya está, creo que en el balance lo que nos va a salir es un macroproblema.
Entonces, ¿por qué las ciudades se empeñan en acoger este tipo de eventos deportivos?
Porque venimos de la cultura, de finales del siglo XX, de marcas urbanas. Los Juegos Olímpicos eran vistos como la estrategia que mejor funcionaba para posicionarse globalmente. Y eso funciona para ciertas ciudades en un cierto momento. Le fue bien a Barcelona, que pasó de ser una ciudad inexistente a estar en el mapa.
Pero lo de París ha sido un sinsentido. Ha invertido una barbaridad en hacer un anuncio inmenso que generará el deseo absoluto en millones de personas de visitar una ciudad que está definiendo sus límites turísticos. Lo que necesita París es antimarketing, que la gente se plantee otros destinos que puedan absorber la demanda de los próximos años.
¿Con eso no corremos el riesgo de que París y Barcelona estén igual que ahora pero masifiquemos otras capitales a las que ahora no viaja nadie?
Siempre que haces un proceso de descentralización hay riesgo de desborde. Nos ha pasado con el turismo interior de Catalunya, que se ha llenado y nos hemos pasado de frenada. Pero la diversificación, igual que la desestacionalización, es necesaria, siempre que tenga un límite.
Si se establecen estos límites ¿corremos el riesgo de que viajar se convierta en algo prohibitivo?
No. Lo que sí habrá es una redistribución de los flujos. El sistema encontrará brechas por las cuales las clases populares podrán viajar a otros lugares y en otras condiciones. Me parece inviable un horizonte en el que renunciemos a viajar, básicamente por el peso simbólico que le damos. Si vas a la galería de tu teléfono, la mayoría de fotos que tienes son de viajes.
Entonces, ¿qué pasará si se limita el turismo en Barcelona, París o Londres? Pues que las clases populares irán a Lisboa o a Berlín. Y, si no, a la Costa Brava. Y, si no, a un subproducto que será denostado por las clases altas. Pero no dejarán de hacer turismo.
Me parece inviable un horizonte en el que renunciemos a viajar, por el peso simbólico que tiene. Si vas a la galería de tu teléfono, la mayoría de fotos que tienes son de viajes.
Para llegar a todos estos escenarios hace falta una normativa. La catalana data del 2002 y usted propone actualizarla. ¿Qué necesita una buena ley turística?
Hay tres cosas que, para mí, son nucleares. La primera es fijar un límite de país. De hecho, el Compromiso Nacional por un Turismo Responsable [una hoja de ruta pactada por la Generalitat y diversos agentes del sector, firmada en 2023 pero que no tiene rango de ley] ya va en esta línea y establece que Catalunya ha llegado a su máximo de crecimiento.
La segunda idea es la redistribución que pasa por un plan territorial turístico y se basa en asumir que hay zonas que han llegado a su límite y otras que, por el contrario, necesitarían más turismo como una manera de reactivación económica.
¿Y la tercera?
Es que necesitamos un cambio de modelo que requiere una transformación cultural, económica y, la que es más importante, ambiental. Es indispensable que el turista consuma la misma agua, energía y genere los mismos residuos que un habitante de la ciudad. Tenemos algunas herramientas para conseguirlo, pero aquí será clave la descarbonización.
El turismo es uno de los principales motores turísticos del país. ¿Cree que estamos preparados para tocarlo?
El turismo tiene que pasar de ser parte del problema a parte de la solución. Debe ser uno de los tractores de la economía verde. Y eso requiere una fuerte inversión, una reestructuración y aceptar que habrá una parte del modelo, la que no esté preparada para este cambio, que desaparecerá.
Necesitamos también que sectores estratégicos vean en el turismo una oportunidad de inversión y que ayuden a transformar este motor de la economía y todo lo que trae asociado. Eso será clave para que el turismo no sea prohibitivo, como comentabas antes. Si llegamos a la descarbonización, un billete de avión será un producto de lujo, claro. Y por eso necesitamos grandes inversiones en la red ferroviaria.
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