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El joven tutelado que perdió un ojo en las protestas de la sentencia del procés: “Lo he denunciado para que no vuelva a pasar”

El joven A.K., en el centro de menores donde vive

Pau Rodríguez

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Había sido su cumpleaños el día antes. Alcanzar la mayoría de edad, 18 años, no es cualquier cosa, y menos para un adolescente que llegó solo a España desde Marruecos. Así que decidió irse a Barcelona con un amigo a comprarse una camisa de regalo. Era 18 de octubre de 2019 y el centro de la ciudad iba a ser aquella tarde el escenario de los disturbios más violentos de su historia reciente

Sus educadores en el centro de menores, titularidad de la Generalitat, trataron de convencerle de que no fuese ese día a esa zona de la ciudad. “Yo no tenía ni idea de que había todo eso”, cuenta un año después A. K., que prefiere no revelar su identidad. Al final, cogió su paga semanal, la juntó con la que le dieron por su cumpleaños, y se fue de compras. Horas después ingresaba en la UCI del Hospital Sant Pau con el ojo reventado por un proyectil compatible con los que disparan los antidisturbios. 

Pasado un año, el joven A. K. cuenta su relato sobre lo que sucedió aquel día, el mismo que plasmó en la denuncia que interpuso para saber si su mutilación fue por una bala de goma de la Policía Nacional o un proyectil de 'foam' de los Mossos d’Esquadra. También explica hasta qué punto lo sucedido le ha sumido en el año más duro de su vida y ha torcido sus planes de buscar trabajo para ayudar a su familia, razón por la que vino a España.

A. K. explica su historia desde el jardín del centro de menores que gestiona la Fundación EVEHO en una localidad de la comarca del Maresme. Allí, pese a ser ya mayor de edad, le han alargado la estancia unos meses, concretamente hasta esta semana, que se mudará a una residencia para adultos extutelados. En el ojo lleva una prótesis que hace difícil intuir la pérdida total de la visión, gracias a una operación a la que se sometió en junio para conservar parte del órgano. 

Tímido y poco hablador, A. K. narra que salió con su amigo hacia el centro de Barcelona. “Allí había un argelino que tenía una tienda de ropa y quería ir a mirar”, explica. Sabía que estaba por la zona de la calle Trafalgar y Arc de Triomf, aunque añade que no conoce bien las calles. Al salir del metro de Plaza Catalunya, bajaron por la Rambla y giraron hacia Via Laietana, donde alrededor de las 18:00 habían empezado unos fuertes disturbios entre los manifestantes independentistas y la Policía Nacional, que pronto se trasladaron a los aledaños en plaza Urquinaona o Trafalgar. 

“Pasamos por Via Laietana y vimos que más arriba había la policía y toda la gente, pero no nos acercamos”, explica. Debido a los duros enfrentamientos, con contenedores quemados y cargas policiales por toda la zona, A. K. cuenta que no supieron encontrar la tienda. “Nos habíamos perdido y nos queríamos ir”, asegura. Al querer volver a Plaza Catalunya, poco antes de las 20:00 horas, pasaron por la calle Trafalgar cerca del cruce con Ortigosa, que estaba siendo uno de los escenarios de la batalla campal entre policía y manifestantes, con barricadas y cargas. Una media hora antes había habido un importante fuego con contenedores quemados que tuvieron que apagar los bomberos. El joven insiste en que no se acercaron a los enfrentamientos. “No fuimos a mirar”, añade. 

Explica que se separó un momento de su amigo, que fue en busca de un bar para usar el baño, y fue entonces cuando recibió el impacto. “Me caí, alguien me metió dentro de una casa… No lo recuerdo mucho. Luego vino la ambulancia, pero no me acuerdo”, resume. A. K. Aquella noche el balance fue de 182 heridos, incluidos policías. Tres personas, entre ellos este joven, acabarían perdiendo el ojo por “estallido ocular”, una herida compatible con las balas de goma o los proyectiles de 'foam', según el propio centro sanitario. 

“Me han quitado un ojo y lo he denunciado para que no vuelva a pasar”, asegura ahora el joven, que pasó un mes ingresado en el hospital y se ha sometido a dos operaciones, la primera de urgencia. Su denuncia la ha asumido Iridia, el colectivo de derechos humanos que lleva varios casos de heridos por parte de la policía y que logró identificar al agente que, durante el 1-O, reventó el ojo a Roger Español. “Si denuncio a lo mejor dejan de hacerlo”, argumenta A. K. en referencia al uso de balas de goma. De momento, no han encontrado vídeos ni testimonios concluyentes sobre los hechos, pero en la denuncia piden que los responsables policiales den todos los detalles del dispositivo y de los agentes que actuaron en la zona para identificar al que disparó. El joven insiste: “Yo lucharé hasta el final”. 

“Me miraba al espejo y no me lo creía”

Por ahora, y por culpa de la pandemia, todavía no se ha podido someter a la valoración de un forense para que pueda dictaminar, a través de la inclinación de la herida y la mecánica del impacto, qué proyectil le destrozó el ojo. Mientras, tiene otras prioridades: “aprender a vivir con esto”, apunta, retomar los estudios y, pronto, buscar un empleo, que para eso cruzó el Mediterráneo. 

La historia de A. K. empieza en un pueblo cerca de Rabat, de donde es su familia y de dónde se marchó con tan solo 15 años. Como tantos otros adolescentes, entró solo a Ceuta y solo cruzó hasta Algeciras en un camión. “Vine a Barcelona porque me gustaba la ciudad, porque antes me gustaba mucho el fútbol y miraba el Barça”, explica. Estuvo primero en un centro de menores de la capital y luego en el actual, que comparte con ocho jóvenes. 

Durante estos dos años, ha coleccionado cursos de formación profesional inicial. Desde uno de jardinería hasta otro de premonitor, pasando por uno de cocina que le despertó el interés por la pastelería. “Es lo que más me gusta y quiero llegar a hacer un grado medio”, explica. En breve empezará un curso específico sobre repostería.

Aunque estos días comenta que ha soñado con lo ocurrido, quizás porque se cumple un año, quizás porque le mandaron vídeos de Instagram de las últimas protestas, él asegura que está mejor que entonces. “Las primeras semanas fueron muy difíciles, lo pasé muy mal. Nunca hubiese pensado que me pasaría esto y me sentía fatal”, insiste. “A veces me despertaba, me miraba al espejo y no me lo creía, no puede ser verdad”. Al no estar acostumbrado a la falta de visión, derramaba el agua cuando se llenaba el vaso, chocaba con gente por la calle…  Hubo momentos de desesperación en los que pensaba que no saldría adelante, comentan quienes le han rodeado durante este tiempo.

Pero desde entonces han sido muchas las cosas que le han ayudado a salir adelante. Enumera, en primer lugar, a su educador del centro y a la psicóloga de Iridia, pero también leer el Corán, puesto que es religioso, ir al gimnasio –su principal afición– y pasear por la playa. “El mar me ayuda mucho a pensar, a sacar las cosas que tengo dentro cuando estoy solo, me da paz”, explica. También habérselo contado a miembros de su familia en Marruecos, algo que le daba miedo hacer. Tardó ocho meses en llamarles. “Les costó entenderlo, pero al final son mi familia y se preocupan por mí”, resume. 

Perdió el tren de la inserción laboral

Pese a ser un chico de pocas palabras, sí se extiende un poco para lamentar que por culpa de que le reventaron un ojo no ha podido seguir adelante con su proceso de inserción laboral, algo decisivo para un menor migrante no acompañado que cumple los 18. Son muchos los jóvenes tutelados que con la mayoría de edad se quedan sin su hogar de acogida, sin trabajo y abocados a vivir en la calle, en una espiral de marginalidad muy difícil de romper.

Durante estos meses, y pese a la pandemia, A. K. ha visto cómo varios de sus compañeros de su edad del centro han entrado en programas de inserción laboral. “Tienen un trabajo, yo no”, constata. Sus educadores consideraron que, debido a su estado psicológico y anímico, todavía no estaba preparado. Esto le ha perjudicado a la hora de renovar su permiso de residencia, que le caduca en enero. “Me lo han denegado dos veces”, se queja, y resume el bucle en el que se encuentran tantos jóvenes como él: “Para darme la autorización necesito un contrato de trabajo, pero no me darán trabajo sin un permiso”. 

Mientras tanto, ha podido extender unos meses su estancia en el centro de menores y en los próximos días pasará a una residencia de mayores. ¿Y qué pasará en enero, cuando caduque el permiso? “A lo mejor me echan, no lo sé”, se encoge de hombros. Lo que tiene claro es que no quiere volver a Marruecos. “Así, no”, remarca. 

Tampoco quiere dejar la denuncia a medias. “No está bien lo que pasó. La policía se supone que nos tiene que ayudar y a mí me hizo daño”, razona. Desde entonces, explica, solo ha vuelto al centro de Barcelona para hacer un reconocimiento del sitio con los abogados. “No me gustó nada”, resume. Tampoco ha vuelto nunca a por la camisa.

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