Del Juan Carlos I sodomizado al Zapata 'queer': nace en Barcelona el primer museo de arte censurado

Pau Rodríguez

24 de octubre de 2023 12:18 h

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Han pasado casi 500 años desde que el Papa Pío VI ordenó vestir los desnudos de la Capilla Sixtina pintados por Miguel Ángel, uno de los actos de censura más recordados de la historia del arte. Pero para nada la prohibición de obras y la persecución de artistas ha quedado atrás. Tampoco en España, donde el rey Fernando VII secuestró La maja desnuda de Goya hace más de dos siglos y donde en pleno siglo XXI, en la feria internacional de Madrid ARCO, se vetó la instalación Presos políticos en la España contemporánea, de Santiago Sierra.

No existe en la historia del arte un catálogo con todas aquellas obras que han sido prohibidas, pero por primera vez, y emplazado en Barcelona, abre las puertas un museo que está dedicado exclusivamente a ellas. Es el Museu de l’Art Prohibit, una colección de más de 200 piezas de arte contemporáneo –sobre todo, a partir de la segunda mitad del siglo XX– que han sido censuradas, retiradas, atacadas o denunciadas en países de todo el mundo, desde Estados Unidos a Sudáfrica y de México a Francia.

La colección, del empresario y periodista Tatxo Benet, junta bajo el mismo techo de la Casa Garriga i Nogués, en el Eixample de Barcelona, obras de Andy Warhol, Ai Wei Wei, Robert Mapplethorpe, Miquel Barceló o Gustav Klimt. Es, según sus impulsores, el primer museo del mundo de artes plásticas que nace con esa premisa (solo equivalente en literatura a la existencia de algunas bibliotecas de libros prohibidos). La dirección del museo corre a cargo Rosa Rodrigo, procedente del Museu Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Y Carles Guerra será su comisario artístico.

De ARCO al Smithsonian: origen de la colección

La historia del Museu de l’Art Prohibit, o cuando menos su origen, es conocido, y se remonta a la edición de ARCO de 2018. En pleno procés catalán, los 24 retratos en blanco y negro de los que Santiago Sierra defendía como presos políticos generó tal revuelo que la instalación fue retirada. Lo que nadie sabía es que apenas unos minutos antes de que estallara la polémica, la acababa de adquirir, ajeno a lo que vendría, el mismo Benet. 

“Simplemente la vi en el periódico y llamé para comprarla. No tenía ninguna intención de hacer nada con la censura”, cuenta el empresario cinco años después. El escándalo le llevó a hacer algunas indagaciones sobre obras vetadas y, todavía sin demasiadas pretensiones, decidió hacerse con una escultura que protagonizó otro de los más sonados casos de censura reciente en España: la de Inés Doujak que representa al rey Juan Carlos I sodomizado y que llevó al Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) a cancelar –aunque acabó rectificando– una exposición en 2015

Sumada a su colección, Benet insiste en que entonces todavía no imaginaba que su creciente inquietud por ese filón podía tomar forma de exposición. Dos fueron los puntos de inflexión. Uno, el descubrimiento y la compra de la instalación Silence, de la argelina Zoulikha Bouabdellah, que constaba de 30 alfombras para la oración islámica con 30 pares de zapatos de tacón encima. La obra, que hoy está en el museo barcelonés, se retiró de una muestra en París para evitar la controversia solo tres semanas después de los atentados de Charlie Hebdo. El otro detonante fue una visita del Instituto Smithsonian en 2019 para consultar ese incipiente catálogo de obras prohibidas (unas 30 piezas que un año después se exhibirían en el Museu de Lleida bajo el título Censored).

Desde entonces, la colección ha ido creciendo, con el único denominador común de una censura que si hace siglos respondía sobre todo a motivos religiosos y morales, hoy lo hace a lógicas políticas, sin duda también confesionales e incluso en algunos casos comerciales. “Al final la censura la ejerce quien tiene el poder, y este puede ser un gobierno, una asociación religiosa o un hombre con un cuchillo en el bolsillo frente a un cuadro”, opina el coleccionista.

De la Suite 347 de Picasso a Natalia LL en Polonia

La colección recoge ejemplos de censura de lo más variopinto. Entre los grandes nombres de la historia del arte destacan Pablo Picasso con sus grabados repletos de erotismo Suite 347, que fueron vetados en una iglesia ortodoxa rusa en Novosibirsk; Andy Warhol, con el retrato Mao, del histórico líder chino, que fue eliminado de una exposición en China; León Ferrari y su La civilización occidental y cristiana, o Gustav Klimt, perseguido por el régimen nazi y cuyas obras fueron requisadas por el ejército alemán en 1938. 

En cuanto al catálogo español, destaca como única excepción no contemporánea una muestra de Los caprichos de Goya. Al margen de ella, la primera obra que se encuentran los visitantes es una de las decenas de estatuillas que representan censores y que instalaron los valencianos Equipo Crónica en Pamplona en 1972. Luego están también el Amén, de Abel Azcona, que desobedeció a la Justicia cuando le llamaron a declarar por una denuncia de Abogados Cristianos. Un cartel de Miquel Barceló rechazado por Roland Garros, el viejo Fiat con simbología franquista que fue retirado de un festival en Figueres (obra de Núria Güell y Levi Orta), el Always Franco de Eugenio Merino con el dictador congelado (otra polémica en ARCO)... 

El recorrido incluye historias fascinantes, como la de la fotógrafa sudafricana y activista LGTBI Zanele Muholi, que siempre viaja con su archivo a cuestas después de que en 2012 se lo robaran en su casa en un acto considerado de homofobia. Y también ejemplos tan recientes como el de la polaca Natalia LL. Su obra, Consumer Art, un vídeo en el que aparece lamiendo un plátano, data de los años 70 y había circulado por medio mundo hasta que fue prohibido en 2019 en el Museo Nacional de Varsovia, en su propio país, la Polonia gobernada –hasta hace unos días— por el partido ultraconservador Ley y Justicia. 

De ese mismo año es otra obra que no fue censurada aunque cientos de personas marcharon para que lo fuera: La revolución, del mexicano Fabián Cháirez, que representaba a un Emiliano Zapata homosexual dentro de una muestra artística sobre el centenario del guerrillero. El cuadro provocó protestas diarias, pero el equipo del museo se mantuvo firme.

Otro tipo de censura que también sorprende, por menos conocida, es la comercial. Quizás el caso más sonado que recoge la muestra es el de la obra Nation State, de la palestina Larissa Sansour. La artista fue seleccionada para el premio Elysée-Lacoste por un trabajo suyo, un póster distópico en el que presentaba el conflicto entre Israel y Palestina mostrando un rascacielos cercado entre murallas en el que se hacinaba toda la población de Gaza. Los finalistas los escogía el museo suizo Photo Elysé. Pero su obra acabó cayendo de la lista de aspirantes. La razón la hizo pública la agente de Sansour: “La gente de Lacoste encontró su trabajo demasiado propalestino y decidieron excluirlo”. 

Los responsables del Museu de l’Art Prohibit, preguntados por si existe hoy más censura que en décadas anteriores, se muestran prudentes. Aseguran, por un lado, que apenas existe investigación académica que permita valorarlo respecto a las últimas décadas, y a la vez precisan que depende mucho de cada país y gobierno. Según el informe The State of Artistic Freedom, del colectivo Freemuse, solo en 2021 en todo 38 creadores fueron asesinados (con Colombia y México a la cabeza); 119, encarcelados, y 253, detenidos. 

Close, cancelado tras el #MeeToo

De una polémica que es imposible que escape el museo es la de la llamada cultura de la cancelación. Para el caso del museo, si la obra ha sido censurada es susceptible de ser acogida bajo el paraguas de la colección, sea cual sea la razón que haya impulsado el veto. No hay mejor ejemplo para comprenderlo que el autorretrato del pintor norteamericano Chuck Close, que en pleno #MeeToo vio como la National Gallery Of Art de Washington le cancelaba una exposición tras ser acusado de acosar sexualmente a algunas de sus modelos. 

“Hay gente que me ha dicho que no está de acuerdo en que la incluyamos”, se adelanta a la controversia Benet. “Que fue censura es evidente”, opina, “aunque haya quien pueda estar de acuerdo con ella”. “Lo que hay que hacer es mostrar la obra y contar la verdad sobre su vida y contextualizarla”, concluye.