“No podemos perder el liderazgo de Puigdemont”. Con esta contundente declaración se despachó hace unos días Xavier Trias en una entrevista en el Punt Avui. Una frase con la que abría al público un debate que ha estado soterrado en Junts desde la noche de las elecciones: ¿Puede el partido sobrevivir a Puigdemont? Los antecedentes no son especialmente atractivos, ya que la última vez que el expresident hizo amago de desaparecer de la primera línea de la política, la formación quedó enterrada en las encuestas y solo se recuperó cuando él volvió a tomar las riendas.
Pero la promesa que Puigdemont hizo durante la campaña no deja lugar a interpretaciones. “Tiene poco sentido que yo me dedique a hacer de jefe de la oposición”, aseguró en una entrevista en Rac1, en la que confirmó que dejaría “la política activa” si no era investido president de la Generalitat. Puede que fuera un buen gancho para la campaña pero, con la aritmética parlamentaria surgida del 12 de mayo, el compromiso de marcharse se ha convertido en un problema para su partido.
Por el momento, en Junts no piensan demasiado en la transición al post-puigdemontismo, más allá de los movimientos de algunas figuras relevantes del partido que desean desterrar cuanto antes la idea de un posible adiós del líder. En la formación impera por ahora el clima de que, si bien la presidencia de la Generalitat se les ha escapado, sí podrían llegar a forzar una repetición electoral y, con ello, tirar los dados de nuevo.
La apuesta de Junts por la repetición electoral se fundamenta en varias razones. De entrada, es una forma de presionar a ERC para hacerle pagar el precio más alto si acabase permitiendo, con un sí o con una abstención, la investidura de Salvador Illa. Pero hay más. En el partido también hay quien cree que los resultados del 12M están condicionados por la llamada “españolización del debate”, que el PSC tendría difícil repetir en una nueva campaña, y que la debacle del independentismo responde más a un bache circunstancial que a una tendencia de fondo.
Tan convencidos están de esto que, incluso, hay quien tienta a ERC con la posibilidad de volver a conformar una lista electoral conjunta del independentismo, siempre que bloqueen la investidura de Illa y empujen la legislatura a unas nuevas elecciones. Esta es una oferta que cada vez más dirigentes de Junts repiten fuera de micrófonos, pero que en Esquerra desoyen, entre otras cosas, por el trauma con el que recuerdan la lista de Junts pel Sí en 2015.
Junts, más allá de Puigdemont
Dejando a un lado los regates en corto que se esperan en los próximos meses, Junts sabe que la opción de que Illa acabe en el Palau de la Generalitat es la que tiene más probabilidades de salir adelante. Y, si eso ocurre, a Puigdemont le quedarían pocas razones para no irse a su casa, de acuerdo con su propio plan. Una opción intermedia sería que dejase el escaño pero siguiese al frente del partido. Es la vía señalada por Trias, aunque el propio expresident aseguró que él no se veía haciendo política si no era al frente del Govern.
Haga lo que haga Puigdemont, la situación interna en la que se encuentra Junts es muy diferente de la que tenía hace solo un par de años, cuando el partido era una colección de familias ideológicas y afinidades en constante pugna. Unos sectores destinados a despellejarse dado que solo respetaban la autoridad del expresident, conocido por su poco interés en la dinámica interna del partido. “[Jordi] Turull ha puesto orden hacia dentro y coherencia hacia fuera”, destaca una persona cercana al líder.
El actual secretario general tomó las riendas en junio de 2022, en un proceso interno en el que ganó por la mano a una Laura Borràs que ya comenzaba a estar en horas bajas, pero que se situó en la presidencia de la formación. Un cargo que no ha dejado pese a haber sido condenada por corrupción. Sin embargo, la dirección ha laminado a la familia política de la expresidenta del Parlament hasta hacerla prácticamente desaparecer de los puestos de salida en las listas electorales del pasado mayo.
Como contrapeso, Turull ha conseguido promocionar a su gente más cercana, con personas como Anna Erra en la presidencia del Parlament o Míriam Nogueras al volante en el Congreso. Y, a la vez, ha integrado en la sala de mandos a políticos con trayectoria en la antigua Convergència, como Josep Rull, Albert Batet o Agustí Colominas.
Un partido más maduro pero aún en formación
En su nacimiento, más que un partido Junts quería tener la piel de un movimiento ciudadano, tiraba de caras conocidas de la sociedad civil para llenar sus listas y trataba de mostrar transversalidad ideológica. Algo queda de todo aquello, pero cada vez menos. La candidatura con la que Puigdemont ha vuelto ahora al Parlament tiene una estructura más vertical, los famosos han dejado paso a políticos con legislaturas a su espalda y su programa se escora sin complejos hacia la derecha en materia fiscal, de seguridad o migratoria.
Eso no significa que no siga siendo una formación en proceso de moldeado. Durante las negociaciones con el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez, Puigdemont tomó las riendas y confeccionó a su gusto una dirección de facto que no respondía exactamente a los equilibrios de los órganos del partido, pero que necesitaba para llevar a buen puerto el viraje de Junts hacia el pactismo.
Algo parecido ocurre con los 'fichajes'. En las pasadas elecciones, el líder anunció a bombo y platillo la incorporación como número dos de Anna Navarro, una empresaria afincada en California a la que se describió como una de las mujeres más influyentes en el sector tecnológico norteamericano. Sin embargo, a lo largo de la campaña la figura de Navarro fue perdiendo brillo, tanto por sus comentados vídeos en las redes, en los que mostraba su desconexión con la realidad de la clase media catalana, como por su poca soltura en mítines e intervenciones públicas.
El aterrizaje más bien discreto de la empresaria pone de relieve la dificultad para atraer personas electoralmente atractivas, que tampoco son fáciles de encontrar hoy en la cúpula de la formación. Un problema capeable mientras Puigdemont esté en la primera línea, pero que se convertiría en un quebradero de cabeza si al líder se le ocurriera dar el temido paso al lado.