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ENTREVISTA

Louisa Yousfi, escritora francoargelina: “A la izquierda sólo le gustan los negros y los árabes cuando son víctimas”

Louisa Yousfi, escritora francoargelina autora de 'Seguir siendo bárbaro'

Sandra Vicente

Barcelona —
5 de enero de 2025 21:30 h

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Louisa Yousfi (Cannes, 1988) tiene una mirada penetrante e intensa. Igual que lo son sus palabras. Habla de manera directa, sin rodeos y no le importa ser polémica. Quizás, hasta lo busca: sonríe cuando sus argumentos incomodan al lector blanco. Nacida en Francia, reivindica su origen argelino y se erige como portavoz de un movimiento. “Mi palabra es colectiva. Es del movimiento poscolonial”, afirma.

Yousfi es periodista y crítica literaria y entró por la puerta grande al panorama literario francés en 2022 con un ensayo corto pero directo. Seguir siendo bárbaro (editado dos años más tarde en castellano por Anagrama y en catalán por Manifest) ensalza las raíces de las comunidades migradas y las anima a no sucumbir a la integración -o “domesticación”, como ella lo define-. Un escrito que incomoda a la sociedad blanca y de derechas, pero que también puede dejar mal cuerpo a ciertos movimientos de izquierda.

¿Qué significa ser bárbaro?

La barbarie es una identidad política sumamente peyorativa en la que la población procedente de la migración poscolonial ha sido encarcelada. Viene a decir que procedemos de culturas indignas e inferiores a la occidental, blanca y cristiana. Y el imperio lo ha usado para justificar la continuación colonial.

Pero creo que se puede fundar una forma de dignidad en el mismo lugar en el que se produce nuestra humillación. Cuando nos llaman bárbaros, lo que dicen es que no nos han domesticado como les hubiera gustado. Que hay cosas de nosotros que no han conseguido integrar porque no tenemos la vocación de desaparecer en la norma occidental.

Dice que está en contra de la integración. ¿Por qué?

Mi libro es la historia de la integración. Todos los descendientes de la migración estamos integrados, pero eso no es, como pretenden hacernos creer, una buena noticia. Todo lo contrario. Es lo que nos ha estropeado y es responsable de todos nuestros problemas y conflictos interiores.

La integración se basa en la idea de que para existir en esta sociedad tenemos que negar todo lo que sustenta nuestra identidad. Debemos dejar de ser como somos, vaciarnos de nuestro idioma, nuestra religión y nuestra forma de vida para no abrazar nada a cambio.

Algo vendrá a llenar ese vacío…

Los valores del capitalismo y someternos a la ley del mercado. Lo que se nos impone es una violencia total. Pero más allá de eso, el problema es que las condiciones de la integración se han renegociado constantemente. Cada vez que hemos hecho un esfuerzo para que nos incluyan, se nos ha impuesto una norma más.

Nos hablan de integración y estamos integrados, pero nunca lo suficiente. Así que se nos ve como monstruos. Somos el fallo dentro de una matriz. Por eso, desde hace unos 20 años en Francia vemos un movimiento que se para y cuestiona este proceso integracionista.

¿Qué significa para usted ser francés?

Es que precisamente no somos nosotros quienes decidimos eso. Para nosotros ser francés no significa nada. De hecho, ni siquiera nos interesa serlo. Es una cuestión totalitaria que determina el Estado. En teoría, basta con tener papeles, pero luego se establecen normas y límites como dominar la lengua, ser laico, dejar de ser musulmán… Son condiciones cada vez más excluyentes. Consideramos que hay que desmantelar el Estado-nación y destruir las nacionalidades.

Ha hablado antes de la violencia que se impone a las personas provenientes de la migración y en el libro afirma que “la violencia es la única forma de relación igualitaria”. ¿Por qué?

Creo que cuando se oprime a alguien de todas las formas posibles, a nivel económico, físico, geográfico, cultural y moral; cuando se reprime su expresión y su protesta; cuando se le impide constituirse como fuerza política, lo único que queda es ponerse al mismo nivel y reproducir la violencia que se le impone.

No es algo que yo justifique moralmente, simplemente es algo que constato y que, además, creo que es racional. Si siembras violencia e impides cualquier otra vía de resistencia, pues se viene un efecto boomerang.

El sistema tiene los medios para oprimir sin que cause un efecto espectacular. En cambio, la violencia del pobre nos parece peor, mucho más terrible

¿Decir que las personas migradas son violentas es, según usted, una profecía autocumplida?

Totalmente. El Estado crea las condiciones para seguir justificando la violencia estructural, invisible. Esto es importante porque el sistema tiene los medios para oprimir sin que cause un efecto espectacular. En cambio, la violencia del pobre nos parece peor, mucho más terrible. Pero si se le somete a tanta violencia, el pobre se va a vengar.

La violencia del pobre es provocada. Y eso se usa para perpetuar un círculo mortífero permanente que no deja de sembrar destrucción. Y autodestrucción. Es por eso que digo que nosotros no estamos aquí para que nos salven, sino para salvaros a vosotros.

¿Cómo?

Resistiendo. El mundo se autodestruye sembrando una destrucción que rebota. Resistir, para nosotros, es evitar la posibilidad y el destino que se nos ha dado de convertirnos en monstruos. La violencia que se nos impone hace que todos podamos acabar petando, volviéndonos locos y haciendo alguna locura. Tenemos que aferrarnos a la barbarie desde el sentido más noble del término, politizándolo y haciendo que no sea un motor de destrucción.

¿Los atentados también forman parte de esta profecía autocumplida?

En Francia ha habido, evidentemente, atentados y episodios muy violentos por parte de personas procedentes de barrios populares que actuaban en nombre del Islam. Después de los atentados, el relato dominante siempre ha sido el de buscar una explicación en su cultura, en su arabidad o islamidad, en el Corán o en el origen de la familia del terrorista.

Pero en ningún momento nadie dice que estas personas, en realidad, son un producto puro de Francia. Son hijos de Francia. Cuando hay un atentado, Occidente se encuentra consigo mismo, no con el otro. Se encuentra con un producto de su propia política violenta que se erige contra él.

Cuando hay un atentado, Occidente se encuentra con un producto de su propia política violenta que se erige contra él

Antes de esta entrevista, quise leer las críticas que le hicieron los medios de derecha. Hay algunas que aseguran que usted “llegó a Francia a morder la mano de la República que la salvó de una muerte civil”. O que su libro es un “libelo contra Occidente y contra la democracia”. ¿Qué le parece?

[Ríe] Me parece genial. Muy propio de la ideología racista de base, esa que cree que deberíamos dar gracias a Francia por salvarnos de nuestro destino salvaje. Pero hay que recordar que si estamos aquí es porque los franceses estuvieron allí antes. Nosotros no le hemos pedido nada a Francia. Pero Francia ha reducido a polvo países y civilizaciones enteras; las ha convertido en analfabetas y las ha hecho incapaces de construirse económicamente.

Sus habitantes tuvieron que irse para sobrevivir. Pero además Francia volvió a esos países que destrozó para buscar mano de obra. Debería darnos las gracias porque hemos construido este país que nos ha oprimido durante 130 años y debería estar muy agradecida de que hayamos sido tan dóciles tanto tiempo. Pero las nuevas generaciones hemos roto con eso. Es una batalla y ya ni hablamos con una parte del tablero político.

Su libro está plagado de afirmaciones polémicas que encienden a la derecha, pero también incomodan a la izquierda blanca. ¿Por qué es tan crítica con la izquierda?

Porque ha pasado demasiado tiempo considerando que defender a los árabes y a los negros pasaba por tutelar sus reivindicaciones. Le gusta hablar de ellos sólo cuando son víctimas y no tienen medios para defenderse. Pero no los soportan cuando resisten, cuando adoptan sus propias referencias.

La izquierda ha pasado demasiado tiempo considerando que defender a los árabes y a los negros pasaba por tutelar sus reivindicaciones

Póngame un ejemplo.

El Islam. Es un tema que divide mucho y la izquierda no quiere considerar que pueda ser emancipador. Con esta y tantas otras cosas que no le entran en la cabeza, la izquierda ha sido la primera en sabotear la autonomía de las luchas antirracistas. Creo que es porque le molesta que haya ciertos aspectos que no pueda controlar.

La izquierda nos quiere sólo cuando estamos a disposición de su programa. Pero cuando tenemos nuestra propia agenda política, considera que somos adversarios. Y, evidentemente, hemos tenido que luchar contra ella también.

¿Qué le molesta más, el odio o el paternalismo?

No es cuestión de qué nos molesta más. El enemigo, evidentemente, son los fascistas. Y nuestro horizonte de alianzas es con la izquierda, porque está claro que los negros y los árabes no vamos a tener el poder. Por eso, nuestro primer desafío es enfrentarnos a la izquierda, porque es nuestro socio privilegiado y, por lo tanto, nuestro primer adversario.

Una alianza es algo que se establece en igualdad de condiciones, no en una relación de subordinación. Y eso es algo que no siempre tenemos claro.

Usted denuncia mucho la instrumentalización que hace el sistema de ciertas voces racializadas contestatarias al ponerlas al servicio del sistema. ¿Es por eso que expresiones culturales como el rap o el trap están ahora en boga?

El sistema rechaza todo lo que no entiende. Por eso, durante muchos años el rap se ha considerado sub música, algo menospreciable. Pero siempre llega un momento en que el sistema tiene que adaptarse para intentar entender lo que tiene delante e integrarlo. Y en ese momento pasa algo que me parece muy interesante. Para integrar a la bestia, debes abrirle un poco la puerta, aunque no tengas muy claro qué va a hacer.

El problema es que, normalmente, cuando el sistema se fija en algo, acaba neutralizándolo. Por eso, uno de nuestros mayores desafíos no es tanto la hostilidad de los fascistas, sino la contraofensiva neoliberal que quiere poner nuestras luchas al servicio de la meritocracia y de esa idea de que todo el mundo, si lo desea, puede salir adelante.

Al final, habla de luchar contra la esencia misma del capitalismo. ¿Cómo propone hacerlo?

El motor del neoliberalismo es la atomización de las comunidades. Lo mejor para luchar contra él es aferrarse a lo colectivo. El sistema no integra nunca comunidades enteras, sino individuos. Los puede poner en un escaparate para decir: “Mira, somos progresistas”. Pero jamás conseguirá tener de su lado a un grupo entero. Por eso nos quieren solos y aislados.

Hay muchos escritores occidentales que se jactan de decir que no pertenecen a ningún dogma y no rinden cuentas a nadie. Pero yo sí tengo cuentas que rendir. Soy un soldado del movimiento decolonial

Usted se ha hecho un hueco en el panorama cultural francés y ahora está becada en Roma, donde lleva a cabo una residencia literaria en un palacio renacentista. ¿Se considera una de esas enfants terribles del sistema?

No. Mi manera de luchar contra la domesticación es mantenerme vinculada a organizaciones de lucha. Me niego a ser un electrón libre. Hay muchos escritores occidentales que se jactan de decir que no pertenecen a ningún dogma y no rinden cuentas a nadie. Pero yo sí tengo cuentas que rendir. Soy un soldado del movimiento decolonial y por eso no soy 100% recuperable. Creo que, mientras mantenga el vínculo con mi familia política, todo irá bien.

Dedica el último capítulo a las mujeres y habla de la tendencia del sistema de usarlas como iconos capitalistas. Desde el entretenimiento, pero también desde la academia. Y asegura: “el trato de favor es nuestra plaga”. ¿Por qué ese altavoz es un regalo envenenado?

Porque lo que se nos propone es que podemos formar parte del sistema siempre y cuando rechacemos a nuestros hermanos, padres o parejas, a nuestra comunidad y cultura. Que rechacemos a nuestros hombres a pesar de ser los más oprimidos. Ellos son los verdaderos bárbaros a los que no se propone ningún tipo de redención.

Son ellos los que están en la cárcel, quienes son víctimas de controles varias veces al día, a quien los medios señalan, los que están en el paro… Y a nosotras nos piden que nos sumemos a esta violencia en nombre de nuestro propio interés de que nos reconozcan.

Tenemos que rechazar esta separación de género porque sé que mi liberación no será si no se libera también a mi hermano. Si reproducimos entre nosotros la violencia, no arreglaremos nada. Por eso molesta tanto el velo: para el Estado es un símbolo de fidelidad a los hombres de la comunidad. Su temor de verdad no es que la mujer esté sometida, sino que esté sometida al mal amo. Lo que no soportan es que estén sometidas a sus hombres, en lugar de estarlo al Estado-nación.

El velo molesta tanto al Estado porque es un símbolo de fidelidad a los hombres de la comunidad. Su temor no es que la mujer esté sometida, sino que esté sometida al mal amo

Desde este punto de vista, ¿cree que molesta más la mujer migrada que no se declara feminista o la que sí se reivindica como tal, pero sigue llevando el velo?

En realidad da igual, porque el feminismo es un término vacío. Es una arma civilizadora del Estado. No se interesa por las mujeres, simplemente es un medio para entrar en los barrios populares y continuar con la misión civilizadora y divisora de la comunidad.

Las mujeres que se declaran feministas y llevan el velo plantean un problema real, porque obligan al sistema a reconfigurar el discurso. Creo que el feminismo de verdad es, realmente, antirracismo y no necesita declararse feminista. Es un pensamiento materialista que habla de las condiciones concretas de las mujeres, en lugar de dar grandes declaraciones abstractas.

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