Lucas Platero, de nacimiento Raquel, es sociólogo, especialista en cuestiones de género. Da clases en diversos programas universitarios de su área así como en ciclos formativos de intervención sociocomunitaria. Recientemente ha publicado Trans*exualidades (ed. Bellaterra), un libro que, afirman, “se propone como un instrumento para el cambio social”. Precisamente por esto, pone el énfasis en la educación, ofreciendo una serie de herramientas para el trabajo de profesionales educativos y de intervención sociocomunitaria. Usa el término “trans*” para enfatizar la diversidad de realidades. Tal es esa diversidad, que las herramientas que ofrece sirven para romper estereotipos que afectan a todas las personas, en especial niños y jóvenes, más allá de su identidad sexual o de género.
Mucha gente se sorprende al oír hablar de menores trans, seguramente por los estereotipos existentes. ¿Cómo les explicarías qué es la transexualidad?
Siempre ha habido niños y niñas que se salen de las expectativas que tienen sus familias o escuelas. A veces tiene que ver con la capacidad corporal, con las habilidades o la sexualidad, y en este caso, hablamos de la identidad de género. En las escuelas o ludotecas siempre hay niños más femeninos o niñas más masculinas, esta expresión puede que sea de algo temporal o que no es especialmente intenso, pero para otros, será una actitud que por su persistencia, duración e intensidad tiene una cualidad distinta, por lo que van a necesitar más apoyos, al ser vulnerables a la discriminación.
Si pensamos en la realidad de los menores, los espacios donde socializan están segregados por género, son los lavabos, los uniformes, las actividades… Si quieres adscribirte a otro género distinto al asignado en el nacimiento, las normas sociales e institucionales te lo impiden y te castigan si las trasgrides. Incluso algunos profesores llegan a percibir a las personas trans* como personas conflictivas, precisamente porque rompen con esas normas, en lugar de plantearse que son las normas rígidas las que causan las rupturas. Para algunas familias, estas realidades trans* rompen con las expectativas que proyectaban sobre sus hijos y han de reconciliarse, a veces incluso hacer un duelo, ajustándose a las necesidades que tienen y, a su vez, con las necesidades de sus hijos.
La definición no es sencilla.
Las personas trans* lo son en la medida en que consideran que lo son. No me interesa tanto la cuestión diagnóstica, como el papel que tiene la persona para decidir sobre su propia vida, con los apoyos de su entorno. Así, la tarea de los adultos es acompañar y ayudar a que la vida de esta gente joven sea lo más feliz posible, y no apresurarlos a la hora de afirmar su identidad, porque son ellos mismos los que tienen que decidir. Me interesa mucho que esto surge de los mismos padres y madres, que señalan que lo importante es acompañar, algo en lo que coincidimos también muchos profesionales y activistas. Las definiciones y los protocolos sobre cómo actuar en los espacios como las escuelas o los centros de menores es algo que nos planteamos los adultos, para justificar nuestra actuación frente a quienes preferirían que les castigásemos o corrigiéramos. Los chavales a su vez necesitan que los protocolos les permitan hacer algunos cambios, para poder vivir según sus necesidades. Son cosas sencillas y concretas, es de lógica que un niño se pueda llamar de la manera que más le guste. Si no se siente identificado con el nombre que pone en su DNI, ¿qué problema hay por llamarlo con otro? Esto no sólo le pasa a las personas trans*, pero sí es mucho más difícil cambiar de nombre legalmente o conseguir que la gente respete tu identidad.
No sólo las personas trans se ven afectadas por estas reglas.
El sexismo le hace mal a los hombres y a las mujeres, no sólo a las personas que están transitando o son trans*. La masculinidad construida en la competitividad, en la agresividad o cierta feminidad de las niñas modositas, nos aprisiona en roles de género muy limitados. Cuestionar la identidad corporal o los roles binarios de género es importante, por ejemplo para que las chicas sepan que pueden ser lo que quieran, o que un chico no tiene que ser el típico machote. Para mi, no sólo se trata de que no se discrimine a las personas trans*, sino también de cuestionar estas normas tan rígidas, algo que nos beneficia a todas las personas.
¿En las escuelas se educa en una relación muy determinada entre sexo y género?
El currículum de educación infantil (por debajo de los seis años) contiene un criterio, para valorar si los niños y las niñas identifican claramente cuál es el género de los demás y el propio. Empezamos la experiencia educativa aprendiendo un binarismo muy férreo. Quizás habría que plantearse la necesidad de estas exigencias y la importancia de encontrarse con otras experiencias educativas con docentes que van más allá del currículum oficial y que respetan las necesidades de los niños y las niñas.
¿Y cómo hay que responder a ese binarismo?
Es importante que las niñas y los niños tengan un imaginario con muchos referentes y maneras diversas de estar en el mundo, que permite pensarse de una manera más plural. Pensemos que el interés de separar qué es de chica o de chico contiene una presión consumista clara, sobre el uso del rosa para chicas o de los juguetes de acción diseñados para chicos; diferenciarlos sirve para crear espacios de mercado. No puedes usar la bicicleta rosa de tu hermana porque no es apropiado para un chico. Quién dice una bicicleta, dice un jersey o un bolígrafo.
Por otra parte, quiero señalar que hay experiencias en escuelas que parten de la comunicación entre familias, profesorado y estudiantes, que plantean modelos no sexistas, que cuestionan la rigidez de estos binarismos y que trabajan activamente por los derechos de los menores trans*, posibilitando su transición o generando espacios neutrales al género. En este sentido es vital reconocer el trabajo de las asociaciones como Chrysallis o AMPGIL en Catalunya, que están haciendo un trabajo importantísimo para conseguir que se respete a los chavales.
La situación ahora es distinta a hace unos años. ¿Estamos mejorando?
Empezamos a concebir otras realidades que antes no teníamos presentes, como es el hecho que los menores también tienen género y sexualidad. Antes todos los niños y niñas que rompían las normas eran mariquitas o marimachos, pero ahora, los medios y las redes nos devuelven más imágenes distintas y posibles. Ahora estamos mejor porque hay personas trans* que son visibles, que muestran que sus vidas son posibles y diversas, también hay más derechos así como una mayor visibilidad de las familias que defienden a sus hijos e hijas trans*, profesionales que quieren innovar y rechazan las terapias reparativas… Deseo pensar que estamos transformando la sociedad cada día, un poquito.
¿Entonces la clave está en conocer otras realidades posibles?
Es clave que los chavales conozcan a otros que tengan situaciones parecidas, otras familias y personas trans* adultas que les puedan ayudar a imaginar un futuro posible. Si crees que eres el único trans* en el mundo, el sentimiento de soledad es muy grande. Si conoces a otros, puedes aprender estrategias y puedes compartir preocupaciones.
Y en esto de conocer otras realidades internet habrá jugado un papel…
¡Sin duda! Internet tiene un papel fundamental, tanto para lo bueno y para lo malo. Por una parte, te permite acceder a información sobre la transexualidad o la sexualidad no normativa, conocer a otras personas en situaciones similares. Y por otra, internet también ha servido como herramienta para hacer bullying, como en el caso de la joven Carla de Gijón, a quien sus compañeras llamaban “bizca” y “bollera”, en el que ha habido condena a las jóvenes que la indujeron al suicidio. O en el caso de la joven norteamericana trans* Leelah Alcorn, que escribió en su blog sobre su identidad y la falta de apoyo de sus padres como motivos de su suicidio. Internet y las redes sociales forman parte de nuestro tiempo, ha servido para que estas jóvenes se expresen y se genere una movilización de alcance mundial, que denuncia la violencia que viven los jóvenes por su sexualidad y su identidad de género.
Luego está la parte negativa y es que se pueden usar todas las herramientas de las redes sociales para acosar a alguien. Todo depende de como uses los medios a tu alcance. Imaginemos que alguien muy joven pone en un buscador palabras como “trans, transgénero o transexual”, se va a encontrar todo tipo de información, desde leyes, asociaciones o páginas porno, lo cual plantea que es necesario generar materiales específicos y este el objetivo que persigo con el libro Trans*sexualidades.
¿Se están generando estos materiales específicos?
Se están haciendo algunas cosas y entre todos vamos tejiendo una maraña de recursos. Quienes estamos en la tarea de generar libros y materiales tenemos la responsabilidad de hacerlo muy bien, porque hay una gran necesidad de saber y aún pocos materiales. Hace poco el periódico Diagonal publicó una entrevista sobre nuestro libro y ya nos han escrito varias personas dándonos las gracias, mostrando la necesidad de hablar de este tema.
Por otra parte, lo que tengo claro es que la información es muy importante, pero no es suficiente, saber que la transexualidad existe no es suficiente. En nuestro libro hay definiciones para entender las realidades trans*, se muestra el marco legal y médico, se incluyen también los testimonios de muchas personas. Pero hay que dar un paso más allá, hay que denunciar la transfobia y la discriminación que todavía existen, tenemos que facilitar que las personas adquieran más habilidades para entender y convivir con las personas trans* de una manera respetuosa, enfrentándose a sus ideas erróneas y los mitos existentes. Con este objetivo el libro contiene propuestas para la intervención social, que incluyen la prevención y la actuación frente a la transfobia, así como actividades para realizar en grupo y recursos, que permiten abordar nuestras actitudes y profundizar con materiales accesibles (literatura infantil, ensayo, audiovisuales, cine, etc.)
También has podido conocer muchas realidades con el libro.
Haber hecho este libro me ha llevado a hacer un gran trabajo de investigación y ¡ha sido una experiencia fantástica! Me he entrevistado con personas trans*, sus familias, los profesionales que trabajan con personas trans* y con activistas trans*. Lo que más llama la atención es la heterogeneidad que he encontrado, las personas trans* entrevistadas son trabajadores de ámbitos muy distintos, algunos son padres y madres, otros son niños y niñas muy pequeñas que se preguntan por su identidad, o bien son gente ya muy mayor que reflexiona sobre cómo han cambiado sus vivencias a lo largo del tiempo.
Ha sido muy esclarecedor escuchar y conocer a niñas y niños de cinco o seis años que van buscando las palabras para poder expresarse, para construirse en relación con su entorno y poder constatar los esfuerzos que hacen sus familias por escucharles.
Han sido cuatro años de entrevistas con gente muy diversa y de aprender a no juzgar a las personas. Desde quienes se consideran “mujeres de verdad”, hasta quienes afirman que los roles de género que tenemos no funcionan. Me he encontrado con una gran heterogeneidad, por eso me gusta hablar de realidades trans* con asterisco, porque hay identidades y vivencias muy diversas. Me interesa precisamente esa noción plural de la transexualidad. No todas las personas transitan de un género a otro, algunas simplemente rechazan el género asignado en el nacimiento. Y es precisamente con el asterisco con el que quiero señalar esta diversidad, al tiempo que también pueden encontrar consenso en la lucha contra la discriminación.
Hablas de la importancia de escuchar, que es precisamente uno de los derechos de la infancia.
No respetar la identidad de género o la necesidad de un niño o niña a expresarse con respecto a su identidad es una violación de los derechos de la infancia, así como el artículo 10 de la Constitución sobre el libre desarrollo de la personalidad. A menudo se esgrime que tenemos que impedir que los jóvenes expresen su identidad discordante, por el propio “bien del menor”, que es un argumento para aplicar el castigo o enviar al menor a una terapia reparativa, para que sean “como debe ser”. Esto es terrible, porque estamos mandando un mensaje muy claro de que la persona está enferma, es errónea, está mal y no es querible. Esta respuesta negativa tiene un impacto brutal en su vida y en la relación que construye con su familia y su entorno. El bien del menor supone acompañarle en su crecimiento, ir probando y dejarle expresarse.
Por otra parte, también es una vivencia que puede ser difícil para las familias, que tienen que replantearse sus expectativas. Por mi experiencia, hay muchos padres que están muy dispuestos a escuchar y aprender al mismo tiempo que sus hijos. Los padres tienen que entender que no son ellos los que tienen hijos, sino que son los hijos los que tienen padres.
El primer capítulo del libro Trans*exualidades se puede descargar gratuitamente