Llovía en Terrassa la semana pasada cuando un fuerte chispazo sobresaltó a Ahmed. Él estaba junto a dos compañeros en la estancia que usan como cocina, dentro del macro complejo fabril abandonado que ocupan desde hace meses. Al escuchar el ruido, todos se asomaron a una de las naves principales y vieron cómo una llama había prendido y avanzaba por el cable con el que pinchan la luz. “El fuego venía hacia nosotros, suerte que corrimos a cortarlo a tiempo”, recuerda este joven de 19 años.
Un grupo de quince jóvenes llegados de Marruecos en los últimos años, casi todos sin papeles y sin opciones de encontrar trabajo, malviven en este recinto industrial conformado por varias naves, oficinas, garajes y cobertizos llenos de escombros y suciedad. Es uno más de las decenas de asentamientos en industrias y locales ocupados que hay en Catalunya y que, como el que se incendió el miércoles en Badalona, suponen un riesgo para quienes lo habitan.
“Por la noche hace muchísimo frío, se te quedan las piernas blancas”, explica Ahmed –que prefiere aparecer con nombre falso–, mientras señala cómo han convertido lo que parecen las antiguas oficinas de la fábrica en compartimentos con colchones para dormir. “Nos metemos en la cama con el gorro, el abrigo y la capucha”, explica. “Algunos vecinos dicen que los moros somos malos. Yo les digo que vengan a pasar una noche aquí. Nadie quiere esto”.
El fuego es lo único que les da un poco de calor cuando llega el invierno y el frío no da tregua. En el centro de una de las naves encienden una hoguera cada día para calentar el agua de la ducha, que sacan de un bidón que recoge la de la lluvia. También lo usan para cocinar cuando se acaba el butano. Y, por la noche, algunos de ellos improvisan braseros en cubos de latón para calentar las estancias.
- ¿No os da miedo que haya un incendio?
- Vamos con mucho cuidado, nunca dejamos solo el fuego. No lo sé… La vida es dura, ¿no?
- ¿Habéis escuchado lo que ocurrió en Badalona?
- Sí, algo nos lo han dicho.
Ahmed es hoy de los pocos del grupo que tiene ganas de hablar. Este viernes ha sido un día caótico en la nave. La jornada ha empezado con un episodio esperpéntico que mantiene a todos los jóvenes alterados. También a los activistas que han venido de Terrassa Sense Murs, un colectivo que les ha estado ayudando en los últimos meses. Si el Ayuntamiento les había presentado el jueves una solución en forma de vivienda temporal, una actuación de la Policía Nacional este viernes podría haberlo torcido todo.
De los pisos sociales al expediente de expulsión
El jueves por la tarde, los servicios sociales del consistorio se presentaron en la nave para informar a los jóvenes de que tenían disponibles tres pisos compartidos de emergencia para ellos. Al fin, una alternativa digna por la que habían estado luchando desde hace meses con Terrassa Sense Murs, y que se había ido concretando en las últimas semanas. En ese encuentro les dijeron que el viernes a las 9 h acudiría una comitiva del Ayuntamiento para notificarles por escrito que tenían que abandonar el recinto antes del 17 de diciembre.
Pero para sorpresa de Mireia Comas, fotógrafa y activista que estaba este viernes por la mañana con los jóvenes, la comitiva del Ayuntamiento llegó no solo acompañada de la Policía Municipal, sino también de tres furgones de la Policía Nacional. Estos últimos acudieron por cuestiones de extranjería a petición de la policía local. Al principio no entraron al recinto, sino que se quedaron en la pequeña puerta que da acceso a las antiguas oficinas y que es la que usan los ocupantes para entrar y salir. “Durante un rato todo iba muy bien. Todos los chicos firmaron los documentos”, relata Comas. Pero cuando ella y los del consistorio se dirigieron a otra nave en busca de otro grupo de ocupantes, uno de los jóvenes que se había quedado allí llamó a la fotógrafa y le dijo que la Policía Nacional no les dejaba salir. Y que les estaban empezando a identificar. Luego se desató el caos. Se alertaron unos a otros y la mayoría escapó saltando los muros de la parte trasera.
Al final, cuatro de ellos acabaron detenidos y conducidos a comisaría por no tener documentación. Al salir horas después, dos de ellos lo hacían con un expediente de expulsión bajo el brazo.
El episodio agrietó, quien sabe si hasta romperla, la delicada relación entre los jóvenes y el consistorio, que durante los últimos meses, con el apoyo de Terrassa Sense Murs, habían trabajado para encontrar una alternativa a su infravivienda. Reagrupados casi todos los jóvenes a la entrada de la nave, al mediodía nadie escondía su desconfianza hacia el consistorio. “No nos van a dar nada, ¿no ves que solo mienten?”, replicaba uno de ellos a los activistas que trataban de calmarlos.
Pocas horas después, teniente de alcaldía de Servicios Sociales de Terrassa, Noel Duque, no se andaba con rodeos a la hora de valorar lo ocurrido. En conversación con elDiario.es, justo antes de dirigirse a la nave para aclarar lo sucedido con los jóvenes, afirmaba: “Estoy decepcionado. No voy a hacer corporativismo: la cosa ha ido mal”. Este concejal calificaba de “totalmente innecesaria” la actuación de la Policía Nacional, que puso en peligro la cesión de los pisos que está prevista para este martes, asegura.
Duque alega que la Policía Municipal avisó por “protocolo” a la Policía Nacional al haber allí personas extranjeras, aunque este tipo de actuaciones se suelen llevar a cabo en operativos contra delincuencia, no en una notificación administrativa de un desalojo futuro. “Hay muchas cosas que mejorar, no es normal tener actuaciones tan contundentes. Luego me personaré allí para decirles que el proyecto sigue adelante y que confíen”, aseguraba el concejal.
Allí donde Duque ve un fallo en la intervención, los activistas de Terrassa Sense Murs aseguran que hay una intención clara de la Policía Municipal de jugársela. “Se la tienen jurada desde el principio”, asegura Comas.
La vida en la nave: frío, ratas y chatarra
Taoufiq, de 21 años, anda con muletas desde que cayó hace un mes por una de las escaleras de caracol que hay en la nave y que está en mal estado. Cuando este viernes entraron los agentes, explica, él se mantuvo escondido en un rincón. “Pasaron los policías hacia allí –señala la nave principal– y yo aproveché para salir poco a poco por la puerta”, relata.
Este es uno de los jóvenes que lleva más tiempo en la nave. Llegó hace un año desde Navarra porque tenía amigos aquí. “Todos somos conocidos de alguien, la mayoría nos conocemos de Marruecos”, explica.
Desde que aterrizó en Terrassa, y como la mayoría de quienes habitan este complejo fabril abandonado, Taoufiq dedica sus días a recolectar y vender chatarra. “A veces da cinco euros, a veces diez. Para comprar algo de comer y tabaco. Pero muchas veces no conseguimos nada”, lamenta. Tanto él como Ahmed insisten en que nadie delinque, al menos que ellos conozcan.
El día a día en la nave es “muy duro”, aseguran. El complejo tiene tantos espacios que las 17 personas que viven en él –según el censo del consistorio– se organizan en pequeños grupos. Algunos duermen en las oficinas que hay a la entrada. Otros en un garaje. Y Taoufiq y Ahmed comparten una pequeña estancia con un sofá. Para acceder a ella hay que atravesar otra pequeña habitación en la que hay una vieja cocina.
Por todos lados se acumulan muebles, electrodomésticos en desuso, chatarra, botellas de plástico, ropa, zapatos, colchones… Es así especialmente en la nave central, en la que los escombros se acumulan en pequeñas montañas entre las que se ve cómo corretean las ratas. “Está lleno. Si te quedas aquí una hora contarás 30 o 40. Se cuelan por todo. Dormimos entre ratas”, dice Ahmed.
En esa nave, la más grande, es donde hacen la hoguera para calentar el agua de la ducha, que han improvisado con un cubo de plástico en otra pequeña estancia. Y es a través de esta nave que se accede a una suerte de patio interior en el que hay una vieja piscina vacía y una especie de apartamento completamente calcinado. “Aquí vivían tres chicos que no conocíamos y algo se les quemó. No se cómo les pasó”, relata Taoufiq. Ocurrió el pasado invierno. Tuvieron que venir los bomberos a apagarlo.
Los incendios son una tragedia demasiado habitual en este tipos de asentamientos, tal como sucedió el miércoles Badalona y ha pasado muchas veces antes. En su comunicación de desalojo entregada, el Ayuntamiento alega razones de inseguridad y falta de salubridad para vaciar la finca y proceder a tapiar sus accesos para que nadie vuelva a entrar. Los costes deberían correr a cargo de la propiedad, Gestal Fomento Y Gestion, pero hasta ahora no se ha pronunciado. Tanto tiempo lleva en desuso la nave que ni los activistas ni el consistorio sabe decir qué actividad había en ella.