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El mapa de la cacería de brujas: recuperan los casos de 700 mujeres procesadas en Catalunya

Cuadro del pintor David Teniers que escenifica un ritual de brujería

Pau Rodríguez

12 de marzo de 2021 22:32 h

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No hicieron falta pruebas sólidas para condenar a Elisabet Cerdana, del pueblo catalán de Castellterçol, por el crimen de brujería. El 26 de febrero de 1620 fue declarada culpable por el tribunal civil de la localidad. Bastaron, como era habitual en esos casos, el testimonio inicial de otras mujeres, previamente acusadas de brujería, torturadas e invitadas a la delación, y luego el de algunos vecinos y familiares. “He escuchado decir muchas veces que es bruja, que ha sido preñada algunas veces después de enviudar y ha matado a algunas criaturas para no ser infamada”, declaró el día del juicio, 8 de febrero, un tal Jaume Brichfeu, de oficio peletero. Otros la acusaron de tener veneno en casa o de provocar enfermedades entre el ganado. De nada le sirvió negarlo: fue ahorcada. 

Hoy, cuatro siglos después, su nombre y su apellido aparecen en un mapa de Catalunya junto al de más de 700 personas, casi todas mujeres, que durante tres siglos –entre el XV y el XVIII– fueron perseguidas por un delito imaginario, para acabar siendo sancionadas, desterradas y, muy a e menudo, cruelmente torturadas y ejecutadas. El atlas de la cacería de brujas, que incluye nombres, fechas, poblaciones y tribuales, lo ha publicado esta semana la revista de historia Sàpiens a partir de una investigación coordinada por los historiadores Agustí Alcoberro y Pau Castell, autor este último de la premiada tesis Orígenes y evolución de la cacería de brujas en Catalunya (siglos XV-XVI).

Caterina Ramoneta, de Molló, ejecutada en 1538; Tecla Ruberta, de Sitges, ejecutada en 1548 tras ser juzgada por los oficiales de la Pia Almoina; Na Vilara, 'La Cuquineta', de Romanyà de la Selva, juzgada por el Obispo de Girona en 1619 y fallecida en la cárcel; Caterina Blanca, de Coll de Nargó, procesada en 1545 y desterrada… La lista es larga, con especial incidencia en las regiones del Pirineo, una de las cunas europeas de la cacería de brujas, y a veces incluye a varios miembros de una misma familia. Como la de Maria Martina, hija de 'Na Naudina', ejecutada en la hoguera, y hermana de otra Na Naudina, ahorcada. Ambas por el mismo crimen.

A Maria Martina, del pueblo de El Tarter, en la comarca de Andorra, la detuvieron y se escapó en más de una ocasión. En una de esas, la interrogaron por el ahogamiento de un joven y el envenenamiento de un niño. “El tribunal la condenó a una sentencia de torturas después de que la acusada negase los cargos y que el fiscal aportase un informe en que un médico, un apotecario y un barbero confirmaban que ese hueso [que supuestamente llevaba en el bolso] era del cráneo de una criatura”, recoge Sàpiens. Al final, tras varias sesiones de torturas, fue desterrada bajo amenaza de muerte.

Víctimas de las tensiones locales

El nacimiento del crimen de brujería, que llevó al asesinato de decenas de miles de mujeres en toda Europa durante décadas y décadas, no tiene un origen claro, aunque fue a caballo entre la Edad Media y la Moderna. “Se empezó a formular la creencia entre determinadas élites, teólogos e inquisidores de que había aparecido una nueva secta dentro de la cristiandad, formada por gente maléfica, hombres y mujeres liderados por el mismo diablo”, resume Castell. Esta teoría se difundió por parte de predicadores y se acabó consolidando con tratados como el Malleus Maleficarum, a cargo de dos monjes inquisidores alemanes, que introducía ya una determinante carga misógina al supuesto crimen.

En el Pirineo de Lleida se ha localizado uno de los documentos más antiguos de Europa que hace referencia a este fenómeno, apunta Castell. Es el Libro de Costumbres y Ordinaciones de Les Valls d'Àneu, de 1424. “Van de noche con las brujas al boc de Biterna [la forma en que aparecía el demonio, según las creencias de la época] y a aquel toman por Señor, haciéndole homenaje, renegando el nombre de Dios”, recoge ese libro de reglamentos. 

Sin embargo, no fue hasta dos siglos después, a principios del 1600, cuando la cacería alcanzó su cénit en Catalunya, coincidiendo con una época de crisis climática y de escasez. Y fueron los tribunales civiles locales y no la Santa Inquisición, con mucha diferencia, quienes más mujeres procesaron. Aunque en el imaginario actual las acusadas de brujería son mujeres perseguidas principalmente por la Iglesia, acusadas de herejía, de integrar incluso una suerte de religiosidad popular o pagana, en la mayoría de casos, al menos en Catalunya, lo cierto es que las acusaciones tuvieron una motivación local.

“En contextos de desgracias, de epidemias, de muertes de niños, de pérdida de cosechas se lanzaban acusaciones contra determinadas mujeres a las que se llevaba frente a los tribunales locales”, expone Castell. En esos pueblos y comarcas, sociedades cerradas en busca de un culpable para sus calamidades, era mucho más fácil que los representantes locales cediesen a la presión social. En este sentido, añade el historiador, el Santo Oficio de la Inquisición fue tribunal comparativamente más garantista que, alejado de las cuitas locales, incluso llegó a frenar algunos procesos. 

Los cazadores de brujas

La pervivencia en el tiempo de estas cacerías llegó a propiciar la creación de figuras como los cazadores de brujas, llamados endevinaires, personajes a menudo marginales que se ganaban la vida haciendo gala, de pueblo en pueblo, de su capacidad para detectar a esas supuestas hechiceras. Sàpiens recoge algunos de ellos. Joan Malet, de la zona del Camp de Tarragona a mediados del siglo XVI, fue uno de los más conocidos y temidos, aunque acabó condenado y quemado por la Santa Inquisición al considerar que muchas de las mujeres a las que había llevado a juicio no eran brujas. “Eran personajes oscuros, que a veces se autodenominaban brujos, y que desnudaban a las mujeres, buscaban marcas en su espalda, las fregaban con agua bendita...”, relata Castell. 

Otro del que conserva documentación es Joan Font, nuncio de Sallent, el responsable de la conocida caza de brujas de Terrassa, en 1619, que acabó con la vida de seis mujeres. Este decía que sabía detectar una especie de “pata de gallo” en la espalda de las mujeres que eran brujas, la marca del demonio. Vinculadas a Font constan 35 ejecuciones en la horca –de las que dos fueron hombres– en ocho localidades del Vallès.

Por la reparación de las mujeres

La investigación de Sàpiens va acompañada de un manifiesto, firmado por más de cien historiadores, que se titula No eran brujas, eran mujeres, y que pide “recuperar la memoria de aquellas mujeres inocentes sin prejuicios ni falsedades”. También piden promover su “reparación y dignificación” y “reivindicar todas las mujeres que han sido reprimidas a lo largo de la historia”. Estos historiadores defienden que así se está llevando a cabo en países como Escocia, Suiza o Noruega. 

“La cacería de brujas es un claro ejemplo de los ataques y la discriminación a las que las mujeres han sido sometidas a lo largo de la historia”, expone el texto. Las acusaciones sin fundamento, las torturas “terribles”, los juicios “sin garantías” y la “estigmatización y señalamiento” por parte de sus vecinos son motivos suficientes para acometer este objetivo, según los firmantes. 

En los últimos años, el movimiento feminista ha ayudado a reivindicar la denostada figura de las brujas y hasta las ha llegado a convertir en un icono, con eslóganes como Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar, que se popularizó a partir de la novela Las brujas de BlackBook, de Tish Tawer. Castell, por su parte, propone una versión alternativa, más académica y menos activista, del mismo lema: “Estadísticamente, somos las nietas de aquellos hombres y mujeres que señalaron a sus vecinas como brujas, que extendieron falsos rumores, que testificaron en sus juicios y que, finalmente, asistieron a sus ejecuciones entre gritos y aplausos”.

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