Este es un artículo publicado en el blog La periodista desquiciada
Que Barcelona aparezca en la sexta posición del primer ranking mundial elaborado por el diario británico The Guardian sobre ciudades con la mejor marca sólo demuestra la poca validez de estos estudios. La lista se ha hecho a partir de la valoración de aspectos tan aleatorios como el clima, el transporte público y el nivel de delincuencia, pero sobre todo por buzz, un original pero inconsistente criterio que mezcla la visibilidad de la ciudad en los medios de comunicación y las opiniones particulares que aparecen en las redes sociales.
Los de Can Fanga sabemos que el glamour de la marca Barcelona acaba en la calle Bolivia, donde un vergonzoso asentamiento de barracas convive desde hace años con el distrito 22 @, la Torre Agbar y Els Encants. Y no es el único. Las playas que tanto deslumbran a los turistas, mejor no pisarlas y, en caso de emergencia o desesperación, mejor bañarse con escafandra por si te encuentras flotando un fiambre o una mancha de aceite. Mucho más recomendable que remojarse en la Barceloneta es hacerlo en el Empordà, en Mallorca o Formentera como lo hacen desde siempre nuestros alcaldes.
¿Y qué decir del clima excepcional, sobre todo en el mes de agosto cuando el bochorno es tan alto que no se puede ni respirar? Curiosamente, el último informe de la OMS sobre contaminación atmosférica que sitúa Barcelona en la cuarta posición de la lista de ciudades españolas con una calidad del aire más lamentable no ha tenido el mismo eco mediático que el del ranking del diario británico. No sé por qué no me sorprende. Como tampoco lo hace que el turismo de borrachera se esté imponiendo al de alto nivel adquisitivo que tanto anhela CiU, y que las sartenes fast-food y la sangría de tetra-brick se cobren a precios de escándalo.
Consciente del colapso que sufrirá el centro de Barcelona este verano por la invasión turística con barriga cervecera, el Ayuntamiento quiere centrifugar buena parte de este rebaño hacia los barrios más lejanos en un intento, supongo, de socializar el sufrimiento limitado hasta ahora los abnegados vecinos de los distritos de Ciutat Vella y el Eixample. Sin embargo, la medida puede acabar resultando contraproducente para el futuro de la marca Barcelona porque se corre el riesgo de que el turista se le caiga la venda de los ojos y descubra la Barcelona real.