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ENTREVISTA

Martin Hägglund, filósofo: “La promesa de libertad nunca se podrá cumplir bajo el capitalismo”

El filósofo Martin Hägglund, en Nueva York

Sandra Vicente

18 de junio de 2022 22:44 h

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Ni ganar la lotería, ni la esperanza de una vida eterna que compense lo que no tuviste en la vida mortal. Nada de eso nos hace libres. Al menos no según Martin Hägglund (Suecia, 1976) profesor de la Universidad de Yale y filósofo, cuya obra se centra en la idea de libertad y emancipación. Dedicó el primero de sus libros a defender el ateísmo radical y, ahora, con 'Esta Vida' (Capitán Swing, 2022) apuesta por la fe secular. Hägglund considera que es la interdependencia entre iguales y la certeza de que esta vida es finita lo que nos puede llevar a la felicidad y a la libertad. Por contra, la religión y el capitalismo nos ofrecen falsas promesas que nos atan a una relación vertical, ya sea con Dios o con el dinero.

Su tesis es que ni el capitalismo ni la religión nos hacen libres. Según usted, lo que nos hace libres es la mortalidad. ¿Por qué?

Ser libre significa ser capaz de saber qué es lo que vale la pena hacer con nuestro tiempo y escoger en función de lo que más nos apasiona. Y el hecho de tener que elegir va intrínsecamente ligado a la mortalidad. Ser conscientes de que tenemos una vida finita que vivir, de la cual somos responsables, hace que adquiramos un compromiso con lo que hacemos. Si no muriéramos, si todo fuera eterno, no nos preocuparíamos por nada. Y si diéramos por sentado todo lo que tenemos, no habría pasión y no seríamos libres.

Pero, ¿cómo puede hacernos libres algo que nos preocupa?

Hay una estrecha relación entre libertad y responsabilidad. Pero no es una responsabilidad individualista, sino colectiva. Todo lo que tiene sentido en nuestras vidas nos hace ser conscientes de la interdependencia que nos conecta en relaciones de las que tenemos que preocuparnos. Esto ha sido así desde el origen de la especie humana. Siempre hemos estado confrontados a la pregunta de si somos libres. Para responder, tenemos que observar en qué tipo de sociedad vivimos, porque hay ciertos condicionantes que no permiten hacer florecer la libertad.

Usted desarrolla una fuerte crítica al capitalismo como sistema que no nos hace libres, aunque sea un sistema que aboga por la libertad individual.

Para ser libre, es esencial la capacidad de dirigir la propia vida. El capitalismo nos dice que somos dueños de nuestro propio tiempo y que nuestra realidad es fruto de las decisiones que hemos tomado con ese tiempo. La promesa de libertad es constante, pero en realidad el capitalismo no nos deja gestionarnos. Ya tengamos un negocio o seamos parados, nos obliga a vivir pensando en producir aquello que genera beneficio. Nos condena a dedicar nuestro tiempo a lo que el sistema considera que vale la pena. La promesa de libertad nunca podrá ser cumplida bajo el capitalismo porque nos condena a vivir en los márgenes de lo que es productivo.

Y con esto, vuelvo a la pregunta anterior: la libertad a la que tenemos que aspirar no es una que nos libere de responsabilidades, obligaciones o de trabajar. Esta es una concepción errónea. La libertad a la que debemos aspirar es aquella que nos permita tener una relación plácida con nuestras obligaciones y responsabilidades, que son inherentes a la supervivencia biológica, pero llevándolas a cabo de manera compartida.

Apunta que la libertad es un derecho básico en cualquier democracia. Si la libertad es imposible bajo el capitalismo, entonces ¿el capitalismo es antidemocrático?

Lo productivo y la generación de beneficios no deberían ser cuestiones que atañeran a la democracia y, sin embargo, bajo el capitalismo lo son. Vivimos bajo el mandato del crecimiento económico: tengas un buen empleo o vivas de subsidios, dependes de que las corporaciones generen beneficios. Sin ellos, no habría trabajos, ni impuestos, ni recursos. Así que, en nuestras democracias, el poder de decidir qué es importante está subordinado a los beneficios de las compañías. Es muy perverso y lo vemos a menudo. Por ejemplo, en el ecologismo: protestamos contra el cambio climático, pero si podemos hacerlo es porque las empresas ya han decidido que la sostenibilidad es rentable. Así que aunque ahora todos producimos y consumimos verde, eco... no es una decisión que hayamos tomado nosotros.

Volviendo a la idea de finitud, es algo contra lo que el capitalismo, pero también la religión, lucha constantemente. ¿Tienen más en común de lo que pensamos?

Totalmente. Es una conexión que funciona a diversos niveles, pero en esencia se resume en que ni la religión ni el capitalismo nos permiten distinguir qué es verdaderamente valioso. No nos enfocan hacia la interdependencia, sino hacia sus propios intereses a través de sacrificios que nos son compensados. Ya sea en el cielo, en el caso de la religión, o con mejoras materiales que pueden retrasar la mortalidad, en el caso del capitalismo. Pero esa dependencia a promesas que no se van a cumplir, basadas en una relación vertical (ya sea con Dios o con una empresa), no nos hace libres para nada.

Otra cosa que tienen en común es el hecho de hacernos creer en algo que no vemos, en un caso el dinero, y en otro Dios.

Hay muchas conexiones. Marx se preguntó diversas veces sobre la tendencia que tenemos a pensar que el camino para una buena vida está en la relación con algo que está por encima de nosotros. Si creemos que nuestra vida no es satisfactoria y no tiene sentido bajo las lógicas capitalistas, tendremos tendencia a aspirar a algo mejor. Ya sea más dinero o una vida eterna en la que suplir las carencias de esta vida mortal. Se trata de un deseo de mejora algo anestesiado por estas promesas, que no nos dejan apreciar que la libertad pasa por subvertir las actuales formas de organización social y económica.

En el libro habla sobre la caridad. ¿Es también una herramienta anestésica del capitalismo y la religión?

La caridad es tramposa, porque aunque pueda ser beneficiosa durante un tiempo, no dota de las herramientas necesarias para cambiar la vida de las personas precarias tal como ellas quisieran. No permite superar la pobreza, sólo surfearla. Además, en el caso concreto de la caridad bajo el capitalismo, tenemos que entender que es al propio sistema a quien no le interesa que la gente salga de la pobreza, porque necesita gruesos de personas que sean más baratas de contratar. La creación de empleos precarios, la beneficencia o las prestaciones sólo empeoran la situación porque generan una relación de dependencia hacia el benefactor que aleja la posibilidad de emancipación.

La fe religiosa tiene mucho peso en la vida de algunas personas muy precarias. ¿Cómo se puede suplir el efecto que tiene la fe para aquellos que tienen vidas que no les satisfacen?

Lo existencial es inseparable de lo económico. No podemos pensar nuestras vidas de manera abstracta, porque están determinadas por la economía. Una vida, por el hecho de ser finita, ya vale la pena, pero muchas veces nuestras condiciones materiales no nos dejan apreciarlo. Lo único que nos puede devolver esta certeza es la interdependencia. Lo que hace que creamos que vale la pena vivir es la organización y la relación horizontal.

Así, ¿la acción colectiva nos puede proporcional el mismo bienestar espiritual que la fe?

Correcto. Lo importante, sean cuales sean nuestras condiciones materiales, es la interconexión. La dependencia mutua, preocuparnos y responsabilizarnos de lo que amamos y encontrar en eso el sentido de la vida es lo que conforma lo que yo llamo fe secular. Todo ello determina mucho más nuestra calidad de vida que la fe religiosa, que establece relaciones verticales sobre las que no tenemos poder de decisión. No se trata de pensar en la acción colectiva como una manera de sobrevivir, sino como una práctica necesaria para nuestro bienestar hoy y no tener que esperar a la vida eterna.

En el libro apunta al socialismo democrático como la mejor organización política. ¿Cree que, bajo este sistema, la religión dejaría de ser necesaria y, por tanto, desaparecería?

Sí, dejar de necesitar la fe forma parte del proceso de emancipación y liberación necesario para ser libres. No estar subordinados a nada.

Al principio del libro se hace una pregunta transgresora. En tanto que la mortalidad es lo que da sentido a nuestra vida y nos brinda pasión, se cuestiona si el cielo sería aburrido.

Creo que el cielo o cualquier otra versión de la vida eterna tiene que ser terriblemente aburrido. La crítica que hago a la religión es que lo que nos dice que todos queremos no sólo es una ilusión que no existe, sino que, además, es algo que no deberíamos querer. Porque una vida inmortal e invulnerable no es vida.

¿Prometernos algo que no queremos es un gran error de la religión?

Así lo veo yo. Si entendiéramos que lo que nos prometen a cambio de sacrificios diarios es algo que no queremos, las bases de la religión dejarían de tener sentido. La promesa de la vida eterna está ligada al hecho de ser buenos, pero si fuéramos conscientes de lo que significa la inmortalidad, no seríamos buenos para nada.

¿Qué piensa, pues, de la idea del bien que se nos ha inculcado desde hace siglos?

Ser bueno se ha relacionado con premios, pero eso no es el bien. El bien debería hacerse por sí mismo y, por tanto, si está instrumentalizado por una recompensa, ya está mal. El bien está en nuestra vida común, no en complacer relaciones verticales.  

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