Melisa Meseguer es una enfermera y actriz de 31 años, de larga melena y risa sonora. Pero también es un joven de mirada socarrona y un ligón de pelo en pecho. Melisa es drag king y creadora de Marcus Massalami, el personaje que encarna cuando se sube al escenario. Hace tres años que nació Marcus y, con él, la vida de Melisa ha dado un giro. Juntos han hecho de funambulistas por la cuerda del género y, con la bandera del humor, hacen una ácida crítica a la masculinidad tóxica. Melisa es una de las pioneras de este arte en España y se ha convertido en una de las más reconocidas, motivo por el cual fue una de las drag que asesoró a la compañía Parking Shakespeare en su adaptación de la obra 'Noche de Reyes'. Actores, actrices y drags han convertido el clásico inglés en una oda queer en que el género es como una peluca de brilli-brilli: de quita y pon.
¿La entrevista la voy a hacer con Melisa o Marcus también va a aparecer por ahí?
Conmigo, creo. Igual aparece en algún momento, pero me gusta hablar desde mí, porque lo que explicaré es qué reivindico con el drag king y Marcus no tiene nada que ver en eso.
¿Son personas muy diferentes?
A la hora de crear a Marcus, intenté que fuera lo más diferente posible a mí. Creo que se convierte en una herramienta más potente si me deja libertad y espacio para poder meterle toda la crítica y hacer cosas muy heavys bajo su nombre. Ahora bien, a nivel estético la cosa cambia. Marcus tiene una apariencia muy distinta a la mía, pero a medida que el show avanza, lo transformo. Lo deconstruyo. Su imagen y su voz masculina se van suavizando hasta la ambigüedad de un personaje sin peluca, con mi pelo largo y mis pechos. Y acabo haciendo la performance desde mí.
Es una herramienta ilusionista: soy la misma persona, capaz de expresarme muy femeninamente y muy masculinamente en un espacio-tiempo muy corto. Porque las dos cosas forman parte de mí. El drag es arte, pero también política y lo uso para hacer lo que me sale de las narices, romper casillas y expresarme libremente.
La masculinidad es muy castigada en mujeres: empecé a notar el castigo social a los seis años y, a partir de entonces, enterré esa parte de mí.
¿La pasión por el travestismo nace de no poder expresarse libremente?
Soy travesti desde que nací. De pequeña tenía un personaje que se llamaba Francisco, que hacía shows para la familia en Navidad. Y aprovechaba todos los carnavales para travestirme. Pero es algo que fui tapando a medida que crecí, porque la masculinidad está muy censurada en mujeres. Empecé a notar el castigo social a los seis años y, a partir de entonces, enterré esa parte de mí. No fue hasta que empecé a estudiar arte dramático que reconecté con eso, porque me atraían mucho más los personajes masculinos. Y no entendía por qué no podía interpretarlos solo por ser mujer.
Empecé a obsesionarme con la expresión de género y al principio creí que necesitaba feminizarme para poder trabajar, porque no encajaba con los personajes femeninos ni con los masculinos. Pero tuve unos profesores fantásticos que me animaron a guardar mi energía masculina y me dieron un personaje de un hombre. Estaba entre el pánico y la euforia, porque era abrir la puerta a una parte de mí que había alejado.
¿Cómo le fue?
Bueno, interpreté a un personaje principal de 'Divinas palabras' de Valle Inclán. Concretamente, al malo, violador y asesino. ¡Aquello era una hipermasculinidad! Pero luego, mis profesores me dieron un personaje hiperfemenino y, por primera vez, me sentí a gusto con mi feminidad. Al desbloquear lo masculino me saqué una presión enorme y mi cuerpo y cerebro entendieron que todo era performable y que esas dos facetas juntas son las que definen quién soy.
Empieza con el drag king cuando es una disciplina muy desconocida. ¿Cómo fue crear a Marcus sin referentes?
La primera actuación fue en un concurso de Chueca. ¡De cabeza a los leones! Me criticaron mucho porque no tenía un personaje definido, pero creo que eso me ayudó. Al principio me basaba en la ficción y tenía un hombre lobo o a un Jesucristo, figuras que ya cuentan con un imaginario colectivo. Fui probando y al final Marcus ha acabado siendo un cuñado. Un falso aliado. El que dice que es, pero no. Que dice algo, pero no. Confuso.
Es cierto que no tuve referencias artísticas, pero toda la inspiración que necesitaba y necesito la encuentro en la calle. Yo soy travesti, pero todo el mundo performa el género en su día a día. Cuando empecé en el drag, me puse a investigar cómo se había construido el género y, una vez empiezas a desgranar esa cuestión, detectas un montón de códigos y detalles muy curiosos.
¿Por ejemplo?
Los saludos. Ya en eso hay una diferencia basada en el sesgo de género. Me gusta confundir a gente a la que acabo de conocer y a uno saludarlo con dos besos y al otro con palmaditas en la espalda. Las reacciones son brutales: es como si hubiera roto el sistema. Suelo reproducir códigos masculinos que todo el mundo conoce y, aunque no modifique mi imagen, muchos niños me hablan en masculino. Es brutal cómo de metidos los tenemos en el subconsciente y creo que poder jugar con esos códigos es un arma brutal.
¿Usa ese arma solo encima del escenario o también en su vida diaria?
En mi trabajo como enfermera, que es una profesión muy femenina, uso esos códigos para poner a raya la misoginia y manejar a ciertos hombres. Suelo bajar mi tono de voz y cambiar mi postura corporal para marcar mis límites y conseguir un respeto que no mostrarían ante alguien que se comporta femeninamente. Una vez, un hombre con su pulserita de Vox me dijo que España necesitaba mucha más gente como yo. Y yo pensaba: “¿Lesbianas travestis? No creo que te refieras a eso, cari”.
No hace falta ser drag para haberlo experimentado. Solo hace falta ser mujer y sabes, por ejemplo, el peso que tiene algo tan tonto como el pelo. Si las mujeres nos rapáramos, sería una gran revolución. Yo voy en moto a trabajar, una grande (algo que está hipersexualizado) y lo único que se me ve es el pelo. Todos los días me pitaban, me adelantaban, me decían cosas... Hasta que me metí el pelo por dentro de la chaqueta. A la que los hombres dejaron de pensar que era mujer, dejaron de creer que podían hacer y decirme lo que quisieran.
Poder transitar por el género, ¿qué le comporta como mujer? ¿Le hace sentir más libre o más vulnerable?
Creo que simplemente me enfada. Y, cuidado, como drag también me pasa. Muchos compañeros del ambiente gay me ningunean cuando voy sin montar [sin travestir]. Cuando soy Melisa, pasan de mí, pero cuando saben que también soy Marcus, todo cambia. Las mujeres somos conscientes de nuestras opresiones, pero cabrea mucho darte cuenta de que están en todos lados. La feminidad está tremendamente castigada, vulnerada y menospreciada, provenga de una mujer o de un hombre. Pero es que, además, a mí se me castiga por no entrar en la norma.
Llevo mi masculinidad con mucho orgullo, pero a la vez soy muy femenina y no soy el típico constructo bollero. Y de esa disidencia estética nace la violencia. Una de las cosas buenas del drag king es que muestra que la masculinidad no pertenece a nadie y que todas las personas son válidas, se expresen como se expresen. El drag exagera el género y lo desvirtualiza. Que el rosa es de niñas es algo que se inventó alguien un día, igual que ponerle género a los olores, profesiones, gustos o deportes. Que no podamos coger lo que nos apetezca es horrible.
Usted moldea y juega con la masculinidad. ¿Qué objetivo persigue?
Dejar de poner el foco en las mujeres. Mira los pinchazos: nos dicen a nosotras que nos cuidemos, pero no les dicen a los hombres que no pinchen. El drag es una manera de poner el foco en otro lado; es una práctica política y activista feminista muy potente. Al subir esas actitudes al escenario, ves que son la causa del problema.
Perpetuar las masculinidades tóxicas tiene más que ver con una mala gestión de la propia masculinidad que con el drag king
¿No se podría interpretar que, subiendo esas prácticas a un escenario, se están legitimando?
Al principio era algo que me daba miedo, pero es imposible. Si esto lo hiciera un hombre cis-hetero-básico, sería distinto. Mira personajes de ficción como Torrente o Amador Ribas, de 'La que se avecina': ellos podrían ser drag kings perfectamente. A Amador le va muy mal en la vida y el mensaje es que esas actitudes no están bien, pero los adolescentes le adoran y le siguen. La intencionalidad no queda clara, porque quien lo interpreta es un hombre. Es verdad que hay hombres que también hacen drag king, pero el etiquetarse como drag ya tiene un tinte político. Todo lo que haces como drag está invertido.
Es cierto que el riesgo a pasarte siempre está ahí. Por eso, mi personaje es muy flexible y me permito salir momentáneamente de la piel de Marcus para poder decir cosas como “qué asquito me estoy dando”. Perpetuar las masculinidades tóxicas tiene más que ver con una mala gestión de la propia masculinidad que con el drag king. Todas las personas somos misóginas, porque nos han socializado así, y si no te deconstruyes de manera consciente antes de explorar tu masculinidad, es como empezar la casa por el tejado.
Marcus es un personaje muy ligón. ¿Por qué decide enfatizar esa faceta?
Tiro mucho del deseo, porque la sexualidad y los códigos de atracción son básicos para entender la construcción de género. Tengo amigas hetero con mucha pluma marimacha que no entran en el sistema de deseo y tienen que performar su feminidad de una manera muy contundente. Marcus es un ligón y en eso basa su manera de interactuar. Tiene una estética para nada hegemónica de la masculinidad y, así como otros drags solo se pintan un bigotillo, él va muy maquillado. Con eso, desvirtualiza la masculinidad, mezclando lo masculino y lo femenino para confundir al espectador y producir deseo en cualquier orientación e identidad de género.
El drag queen es una práctica muy conocida y normalizada desde hace años. Pero el drag king ha estado muy invisibilizado. ¿Es por la crítica a la masculinidad, porque lo hace una mujer o por ambas?
Un poco de todo: misoginia total. Cuando empecé en Chueca me llevé muchas hostias, me venían muchos a preguntarme por qué estaba ahí si era una chica. Y mira, otra vez la misoginia asomando, incluso en el colectivo LGTB. Y esta se vuelve mucho más dura si encima, como es mi caso, eres lesbiana. Hay una discriminación patriarcal muy fuerte a la que se suma el capitalismo, que cree que las mujeres no somos un nicho de mercado válido y tampoco somos buenas haciendo nuestro trabajo. Tenemos que demostrarlo todo muchas más veces que los hombres, que gozan de una permisividad que les permite poder ser mediocres. No nos dejan ser amateur, porque no tenemos red de seguridad, y eso afectó muchísimo a la visibilidad drag king.
Supongo que el hecho de que se haga burla de la masculinidad, tampoco ayuda.
Atacar la masculinidad es dar donde más duele. Claro que estamos invisibilizadas, amiga, porque hacemos un ataque frontal. ¡Y es muy divertido! Sobre todo cuando ves a señores en primera fila, muy incómodos. Mi técnica es introducirlos en el espectáculo, para no dejarles ejercer el rol de poder. Porque cuando alguien te mira mal, tiendes a desinflarte, sobre todo cuando has tenido una educación muy femenina, focalizada en el miedo y en ser complaciente. Por eso, siempre que veo a alguien incómodo, le dedico mi show. Y funciona, porque aunque no quieran, muchos acaban cuestionándose su masculinidad. La mayoría de mis amigos, cuando hacen alardes tóxicos, se frenan y dicen: “mierda, ya estoy haciendo de drag king”. Pues sí, eso es.