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Muere Pere Casaldàliga, el obispo de los pobres

El religioso catalán Pere Casaldàliga (Balsareny, Barcelona, 1928) ha fallecido a los 92 años en un hospital cercano a São Paulo (Brasil) a consecuencia de problemas respiratorios agravados por el parkinson que padecía y su avanzada edad, según han informado las asociaciones Araguaia y ANSA, que divulgan las causas y el trabajo del sacerdote y obispo emérito de São Felix do Araguaia.

Claretiano y vinculado a la teología de la liberación, Casaldàliga era popularmente conocido como 'El obispo de los pobres' por su labor para mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos en la amazónica región brasileña de Araguaia, en el estado del Mato Grosso. Recibió en 2007 el Premi Internacional Catalunya de la Generalitat y fue candidato al Nobel de la Paz.

Influenciado por los aires renovadores del Concilio Vaticano II, Casaldàliga llegó a Brasil en 1968 y en 1971 fue nombrado obispo de São Felix de Araguaia. Su defensa de los indígenas y los campesinos sin tierras y su denuncia de las quemas masivas de selva y de la extensión de monocultivos le llevó a recibir amenazas de muerte de los terratenientes así como varios procesos de expulsión del país.

A su llegada, en la remota región de Araguaia vivían unas 60.000 personas, había una única carretera y no disponía de médico, luz, teléfono o taquígrafo. La única profesora de la región había cursado menos de dos años de estudios elementales. La ley era la que los terratenientes imponían con violencia.

Casaldàliga y el resto de misioneros empezaron por cubrir las acuciantes necesidades médicas de la zona y tratar la malaria, hepatitis, tétanos, deshidratación y desnutrición de los campesinos y los indígenas. Solo en la primera semana en Sâo Félix, Casaldàliga enterró a cuatro niños. Con el paso del tiempo, el sacerdote, luego obispo, abrió escuelas y centros médicos para reducir el analfabetismo y la mortalidad de la zona.

En paralelo, Casaldàliga denunció las raíces de la penosa situación de los habitantes de Araguaia: la explotación y abusos de los terratenientes, que sometían a la población a condiciones propias del feudalismo. Ello le valió las primeras amenazas de latifundistas y que la policía empezara a controlar sus pasos.

No solo fueron amenazas: Casaldàliga presenció el asesinato de un religioso al que confundieron con él y en 2004 se salvó de un tiroteo. Pese a las dificultades, el religioso fue uno de los fundadores del Consejo Indigenista de Brasil, un órgano que unificó a las distintas tribus del Amazonas para defender la tierra y el ecosistema frente a la expansión sin control de la deforestación y los monocultivos.

Durante años tuvo que lidiar con acusaciones de “subversivo” y “comunista” en la prensa y con la violencia explícita de los terratenientes y fuerzas policiales, que además de las amenazas de asesinato destrozaron centros de asistencia médica construidos por Casaldàliga, que, incansable, los reconstruyó.

Todo ello mientras, en contacto constante con el pueblo, su popularidad no dejaba de crecer entre indígenas y campesinos. Además de su labor humanitaria y social y sus publicaciones doctrinales, Casaldàliga también escribió una docena de libros de poesía. “Me llaman subversivo. Y yo les diré: lo soy. Por mi pueblo en lucha, vivo. Con mi pueblo en marcha, voy”, reflexionó en uno de sus versos.

Partidario de un nuevo concilio que actualizara las posiciones de la Iglesia sobre el capital y el trabajo, el hambre, las armas, el consumismo, la familia y la juventud y los marginados, Casaldàliga presentó su renuncia como obispo en 2003, al cumplir los 75 años, tal y como marcan las normas eclesiásticas, pero se quedó en la Amazonia para continuar su labor humanitaria.

Crítico con un sistema capitalista que, en sus palabras, “hace de la humanidad un negocio”, Casaldàliga también reclamaba una renovación en la Iglesia y lamentaba su visión excesivamente eurocéntrica, solo parcialmente corregida con el primer papa no europeo en toda la historia de la Iglesia, el papa Francisco.

Sus relaciones con los papas han sido dispares. Mientras Francisco se ha mostrado en sintonía con los postulados de Casaldàliga, el papado de Juan Pablo II trató al obispo con incomprensión cuando no con llamadas al orden y amonestaciones. Por contra, Pablo VI apoyó públicamente a Casaldàliga cuando recibió amenazas de muerte por plantar cara a los terratenientes y al gobierno militar brasileño. “Quien toca a Pere, toca a Pablo”, expresó el pontífice.

Lejos del boato vaticano, Casaldàliga vivió como predicó: junto, por y para los pobres y los marginados. Su domicilio durante más de la mitad de su vida fue una pequeña casa de la Amazonia que compartía con otros sacerdotes. Tras su muerte sigue más vigente que nunca uno de sus lemas: “Sin justicia, no habrá paz”.