La agresión sufrida por Pere Navarro el pasado domingo y su posterior vinculación a un supuesto clima de crispación política en Catalunya ha desencadenado una nueva tormenta entre los partidos catalanes. Lo que habitualmente se hubiera cerrado con una condena unánime y evitando hacer lecturas políticas partidistas –más allá, quizás, que una defensa acromática de los valores democráticos–, se ha convertido, en el marco del proceso soberanista, en una espiral de declaraciones y acusaciones cruzadas entre políticos.
Recapitulemos. El pasado domingo el primer secretario del PSC fue golpeado por una mujer de unos 50 años cuando acudía a un acto familiar en la catedral de Terressa. Navarro comunicó el incidente al conseller de Interior, Ramón Espadaler, quien calificó la agresión de “absolutamente intolerable” y anunció que su departamento investigaría los hechos. Las especulaciones sobre los motivos del golpe comenzaron en el mismo momento en que trascendió, aunque tanto Interior como el PSC aseguraron no conocer la motivación y pidieron evitar las interpretaciones.
Fue el propio Navarro quien primero otorgó una lectura política a la agresión que había sufrido cuando la mañana del lunes vinculó el episodio a la “crispación” social producida por el debate soberanista catalán. El líder socialista aseguró en declaraciones a RAC1 que el incidente tenía “trascendencia política” después de explicar que la presunta agresora era una persona que “estaba viviendo una opción con cierto fanatismo”. “La semana pasada vivimos un hecho que alimenta la crispación cuando el president de la Generalitat y el presidente español se encontraron y no se saludaron”, apuntó Pere Navarro, trazando un hilo continuo entre el puñetazo sufrido y el desencuentro entre ambos políticos. Una lectura que, por casualidad o no, confirmaba la postura que los socialistas vienen sosteniendo según la cual la falta de diálogo entre los responsables institucionales catalanes y españoles crea un clima de fractura social.
Una vez levantada la espita, otros partidos corrieron a ofrecer sus propias lecturas. CiU y ERC, tras condenar la agresión, aseguraron que se trataba de un hecho puntual de la cual no se podía hacer “categoría de una situación de tensión respirable en el país”, según el secretario de organización de Convergència, Josep Rull. De la misma opinión se mostró el candidato de Esquerra a las elecciones europeas, Josep Maria Terricabras, cuando opinó que el episodio era “un acto aislado del que no se puede sacar ninguna conclusión en ningún sentido”.
Si bien el secretario general de UDC, Josep Maria Pelegrí, reclamó que “nadie haga interpretaciones arriesgadas”, su socio Josep Rull sugirió que “a alguien le puede interesar” que sucedan este tipo de hechos para sacar rédito político, después de recordar que la sede que recibe más ataques políticos en Terrassa es la de CiU.
El intercambio de acusaciones estaba servido. Pere Navarro reiteró el martes en los Desayunos de TVE que la agresión de Terrassa no era un hecho aislado y manifestó que sentía “dolor” por las reacciones de algunos políticos nacionalistas. También subrayó que “en un país normal es muy grave que quien sufra una agresión se convierta en sospechoso”. Pocas horas más tarde, el conseller de Presidencia y portavoz de la Generalitat, Francesc Homs, que dedicó buena parte de la rueda de prensa que acostumbra a ofrecer cada martes después del Consell Executiu del Govern a hablar del incidente de Navarro, rechazó la postura del primer secretario del PSC y citó la palabras del candidato socialista a la alcaldía de Barcelona cuando manifestó no percibir “ningún tipo de crispación social”.
Por si el cuadro fuera poco esperpéntico hasta ahora, el ministro de Interior Jorge Fernández Díaz salió a denunciar en las páginas de El Mundo que él también había sido zarandeado en Barcelona a principios de abril. El capítulo descrito por Fernández Díaz guarda evidentes similitudes con el de Pere Navarro. Una mujer de mediana edad se le habría acercado a la salida de un restaurante, donde le zarandeó e insultó.
Si bien no es la primera vez que ocurre un incidente de este tipo, ni en Cataluña ni en el resto de España, hay varias derivadas que salen de lo habitual en lo que sería un episodio que en otras ocasiones no ha tenido gran trascendencia política. El primero de ellos es la estampida de reacciones y cruce de acusaciones entre partidos y políticos. El segundo, más escandaloso, es el intento de adecuar estos episodios a análisis partidistas anteriores, antes incluso de tener datos suficientes que esclarezcan el suceso.
Nada de lo que ha sucedido confirma ni desmiente la supuesta crispación social que algunos partidos están interesados en evidenciar y otros en negar a toda costa. Lo que sí señalan es una evidente crispación política, en el sentido de crispación entre políticos, que no tiene necesariamente un reflejo social. Son los aspavientos de los principales partidos ante un hecho lamentable pero de limitada significación lo que trasluce un clima de falta de serenidad entre los representantes, más preocupados de cargase de razones al precio que sea que de transmitir calma y responsabilidad. Y mientras tanto buena parte de la sociedad, sobre la que, no lo olvidemos, recaen las acusaciones de crispación, observa atónita el espectáculo que sus responsables políticos ofrecen cada vez con más lejanía.