Las noches tropicales se ceban con el barrio del Raval: “Moriremos antes de calor que de hambre”
Son pasadas las once de la noche y Alain, apenas un año y medio de edad, está en la calle con un biberón en la mano. “En casa no podemos estar”, explica su padre, Qasim Abas, desde el pequeño parque situado en la Rambla del Raval de Barcelona. El termómetro marca 28 grados y la humedad supera el 77%.
En esta noche de calor empalagoso, el parque, a pesar de las horas, está copado de niños con sus familias. Todos apuran el día antes de que llegue el duro momento de volver al “horno”, como le llama Abas a su domicilio. A pocos metros de él está Asha, 26 años, con sus dos hijas y un lamento: “Ojalá pudiera pagarme el aire acondicionado”, dice en inglés.
Las llamadas noches tropicales —cuando la temperatura nocturna supera los 20 grados— aumentan en todo el país y se han triplicado en Barcelona durante las últimas décadas. También crecen las noches tórridas, adjetivo que se utiliza cuando las mínimas son iguales o superiores a 25 grados.
Ante un problema que va al alza, el Servei Meteorològic de Catalunya y el Departament de Salut han puesto en marcha este junio un nuevo servicio de alerta por calor nocturna, que se emite en la capital catalana cuando el termómetro no baja de los 25,9 grados por la noche.
El calor nocturno es aún más duro en barrios como el Raval, donde la falta de espacios verdes, el asfalto, la alta densidad de población y el deficiente aislamiento de sus edificios lo convierten en una de las zonas de la ciudad con las temperaturas más altas. La diferencia entre este barrio y otros de Barcelona puede llegar hasta cinco grados por la noche.
El análisis de las cuatro estaciones meteorológicas de Barcelona es ilustrativo. En 2022 se registraron en el Raval 39 noches tórridas y 128 tropicales. En la Zona Universitaria, situada en la parte alta de la ciudad, solo hubo cuatro noches con temperaturas superiores a los 25 grados y 90 en las que se superaron los 20.
“La diferencia de temperaturas en estos barrios está vinculada a la falta de espacios verdes, entre otros factores”, explica el Josep Roca, catedrático de arquitectura y director del Centro de Política de Suelo y Valoraciones (CPSV) de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC).
Roca, coautor del estudio Global Warming in Spanish Cities (1971-2022), recuerda que, en distritos como Ciutat Vella, apenas hay cinco metros cuadrados de espacio verde por habitante. Lo recomendable está entre 10 y 11. La cifra del distrito, además, está distorsionada porque incluye el parque de la Ciutadella, un gran espacio verde a mucha distancia del Raval y cuyos efectos no se notan en el barrio.
Dormir bien, una cuestión de renta
La posibilidad de dormir por la noche en verano es, también, una cuestión de renta. “No tenemos medios para enfriar nuestro domicilio”, explica desde su casa Ángel Cordero, vecino y activista del Raval. “Afronto noches como la de hoy temblando”, añade su hija María, 20 años, tras un día en el que se han batido récords de temperatura en todo el mundo.
Un reciente estudio del Área Metropolitana de Barcelona (AMB), el organismo que agrupa Barcelona y 35 municipios colindantes, apunta en la misma dirección: los barrios más vulnerables al cambio climático suelen ser zonas de rentas bajas. En todo el AMB hay 526.000 personas (el 16,1% de la población) expuestas a las olas de calor.
Esta vulnerabilidad se mide por la escasa presencia de vegetación, una densidad residencial elevada, rentas bajas y viviendas construidas antes de 1980, entre otros factores. Ciutat Vella es uno de los distritos con los valores más elevados en el Índice de Vulnerabilidad al Cambio Climático elaborado por esta entidad.
“Las temperaturas más bajas suelen registrarse en zonas cercanas a Collserola o en partes acomodadas, con mayor nivel de renta y espacios verdes privados más grandes”, sostiene Roca, de la UPC.
Vanesa, 40 años y tres hijos, explica que no se puede permitir ni siquiera un ventilador para cada habitación. “Aquí ni ventilador ni estufas”, dice desde su piso de protección oficial situado a un paso de la Rambla del Raval.
Esta mujer, que pide no publicar su apellido, percibe el Ingreso Mínimo Vital y su vida es una batalla diaria contra los recibos: mira las franjas horarias en las que la electricidad es más barata, solo pone lavadoras los fines de semana y el agua de la ducha la reaprovecha en un cubo para fregar las paellas.
Esta última semana, con las temperaturas nocturnas por las nubes, ha optado por dormir en la misma cama con dos de sus hijos para aprovechar el aire de un mismo ventilador. “Cada día a las dos de la madrugada ya estoy despierta”, lamentaba la tarde del jueves.
Ella también se queja de la falta de espacios verdes en el barrio. “Las noches son duras, pero es que durante el día no tenemos donde meternos”, sostiene. “Esto te va desgastando”. Tampoco hay recursos para poder escapar de la ciudad unos días en agosto.
Tanto Ángel como Vanesa, a pesar de todo, se consideran “afortunados” porque sus pisos tienen ventanas. No todos los vecinos del Raval pueden afirmar lo mismo: Qasim, por ejemplo, explicaba que solo en el salón tienen una ventana que da a una calle estrecha. El resto de su domicilio da a un patio interior.
Los que tienen ventanas afirman, sin embargo, que tampoco las pueden abrir de noche. El ruido de la calle, las borracheras y los pisos turísticos pueden suponer un mayor contratiempo que el calor a la hora de dormir. “Es imposible conciliar el sueño con el jaleo que hay”, señala Ángel Cordero. “Este barrio es una leonera”, añadía Vanesa. “Ojalá pudiera dormir con todo abierto”.
Un problema que va a más
Los expertos consultados tienen claro que las noches tórridas y tropicales seguirán aumentando. Solo hay que analizar las olas de calor nocturnas vividas en un barrio como el Raval para ver que el problema crece de manera exponencial.
Entre 1971 y 2020 ha habido 70 olas de calor nocturnas en el barrio, con 577 noches de altas temperaturas. Entre 1971 y 1980 no se registró ninguna ola. Entre 1981 y 1990 fueron cuatro. Entre 1991 y 2000 pasaron a ser ocho. Ya en el nuevo siglo, entre 2001 y 2010, se registraron 24 olas de calor. En la última década analizada (2011-2020) fueron 34 las rachas de bochorno durante la noche.
“Si la temperatura sigue creciendo al mismo ritmo, en 2050 podremos tener 140 noches de calor extremo”, analiza Josep Roca, de la UPC. Son más de cuatro meses y medio de altas temperaturas cuando se pone el sol.
Esto también se percibe en la salud de los vecinos. La ausencia de sueño implica mayor ansiedad e irritabilidad, peor rendimiento cognitivo, descenso de la productividad y mayor pretensión a sufrir otras enfermedades como obesidad, diabetes, ictus, depresiones…
“Las altas temperaturas por la noche pasan factura en la salud”, opina Elisenda Gómez-Angelats, internista en Urgencias del Hospital Clínic. Esta médica explica que, cuando sube el calor, llegan a su servicio un gran número de pacientes “descompensados” y con otras patologías que inicialmente no vinculan a las altas temperaturas. “El estrés por calor está muy infradiagnosticado” añade.
Roca reivindica la necesidad de “rehabilitar climáticamente” los distritos con mayores temperaturas como el Raval, reduciendo el tráfico, aumentando los espacios verdes y aislando los edificios más antiguos. Reconoce, sin embargo, que en una ciudad tan “consolidada” como Barcelona no resulta sencillo.
Este investigador de los efectos del cambio climático en las ciudades alerta también de los efectos de las restricciones de agua a la hora de atemperar las urbes. “Si no se riegan los espacios verdes, se va empobreciendo el efecto refrescador que tienen”, expone. “La ausencia de fuentes o de instalaciones con agua en movimiento también contribuye a que aumente el termómetro”.
Ante una escasez de agua que también parece que ha llegado para quedarse, propone construir más desalinizadoras para poder aprovechar el agua del mar para regar los parques y así mantener los espacios verdes. “Hay que prepararse ante un descenso de las precipitaciones”, sostiene.
Mientras sirve un vaso de agua fría, Ángel Cordero describe como “supervivencia” su rutina y la de su familia durante las últimas semanas. Él y su mujer creen que, como mucho, se podrían permitir un toldo para evitar que el sol golpee tan duramente a su domicilio. Tampoco creen, no obstante, que vaya a servir de mucho.
“Lo peor es que no parece que vayan a proyectar más espacios verdes ni que quieran hacer el barrio más amable”, lamenta. Con un brío de ironía, concluye su análisis de cómo van a vivir las semanas que quedan de verano: “A este paso vamos a morir antes de calor que de hambre”.
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