Odisea del 'General César', un jefe guerrillero aranés en la reconquista contra Franco de su Valle de Arán
El pequeño pueblo de Bossòst, en el Valle de Arán, acogió hace 80 años una insólita escena en plena posguerra, en los años más duros del franquismo. Juan Socasau, panadero, se permitía compartir charla y vino, a la vista de todo el mundo, con su vecino Juan Blázquez Arroyo, alcalde republicano durante la Guerra Civil, general de las Fuerzas Francesas del Interior y, en esos momentos, integrante del Estado Mayor del ejército del maquis español.
Blázquez, conocido por entonces como el General César, protagonizaba esos días la bautizada como Operación Reconquista de España, la invasión con más de 4.000 guerrilleros republicanos desde Francia, en octubre de 1944, que perseguía un cambio de régimen en España aprovechando la derrota nazi. Una misión casi suicida alentada por el comunista Jesús Monzón y que tenía como primer estadio la toma del Valle de Arán, la comarca pirenaica catalana que linda con el país galo y con Aragón. Un sonado fracaso que duró apenas diez días hasta que decretaron la retirada.
“Mi madre se acordaba perfectamente de los dos escoltas de Blázquez apostados frente a la casa, con sus armas, mientras su padre se tomaba el vino con él”, relata Juan Carlos Riera Socasau, que creció en ese mismo domicilio. Del fugaz regreso del General César a su Valle de Arán, entre el 19 y el 27 de octubre, se sabe poco. Él nunca quiso recordarlo, quizás por vergüenza de haber tomado parte de una operación fallida precisamente en su casa, entre su gente. “Nos quedará la duda de si para él fue una mancha”, observa Riera.
Médico de profesión e historiador por vocación, escritor de numerosos libros sobre el Valle de Arán, Juan Carlos Riera Socasau es el autor de Juan Blázquez ‘General César’ y Lola Clavero. Resistencia y exilio desde el Arán. El relato sigue los pasos de esta pareja desde su activismo comunista en los años previos a la Guerra Civil hasta su etapa de exiliados en Toulouse, seguidos de su lucha contra el nazismo –con una fuga de película del campo de concentración de Le Vernet–, una complicada supervivencia política y personal en Praga y el retiro definitivo en Marruecos.
Una auténtica odisea, la que vivió el matrimonio Blázquez-Clavero, que acabó para él en Rabat, donde falleció en 1974 y donde yace actualmente enterrado. “Traté de que repatriaran el cuerpo, porque a los que han sido soldados franceses se lo ponen más fácil, pero me dijeron que no porque no murió siendo integrante del cuerpo”, se lamenta Riera. La mujer, Lola Clavero, sí vivió para volver a España. Tras la muerte de Francisco Franco, regresó a su Guipúzcoa natal, donde falleció en 2004.
Lola Clavero nunca escondió la reticencia de su marido a recordar aquellos días de otoño de 1944 en su Valle de Arán, rodeados los guerrilleros de montañas nevadas y araneses atemorizados. “Juanitu se opuso de buen principio a la operación. Decía que era sacrificar jóvenes inútilmente”, le confesó al historiador Ferran Sánchez Agustí, que lo recogió en Maquis y Pirineos. La gramn invasión (1944-1945). “Auguró el fracaso, pero recomendó el Valle de Arán como centro de la invasión”, afirmó.
La orografía aranesa era la más favorable a los intereses republicanos. Al fin y al cabo, esta comarca era la única de todo el Pirineo que tenía una vía de evacuación sencilla hacia Francia. En cambio, hacia Catalunya tenían el Puerto de la Bonaigua, a 2.000 metros de altura, tras el que pertrecharse.
Un alcalde fugaz y miembro de La Résistance
La historia del matrimonio Blázquez-Clavero es una de las investigaciones que se divulgan estos días en Viella durante las jornadas Octubre 1944, Operació reconquesta d’Espanya. Hijo de una aranesa y un ingeniero de minas malagueño, Blázquez Arroyo nació en 1914 y se inició en la militancia en la Juventud Unificada Socialista (JSU) durante su época de estudiante en Madrid, donde conoció a la donostiarra Lola Clavero. Ella odontóloga, él con los estudios de Derecho a medias, vivieron el estallido de la Guerra Civil desde Bossòst. Con tan solo 23 años, Blázquez fue escogido en octubre de 1936 el alcalde de esa pequeña localidad de 900 habitantes.
De esa etapa se le recuerda que solía cruzar la frontera en busca de armamento y que ayudó a huir al párroco local, Agustí Nart. “Su talante era muy del pueblo, de ser de Bossòst, y de proteger a su gente por encima de todo”, señala Riera Socasau. La misma actitud le guiaría al protagonizar la invasión del valle en 1944, cuando los vecinos temían represalias.
Blázquez dejó a principios de 1937 la alcaldía para ocupar el cargo de comisario político en el Ejército republicano, y al terminar la contienda se instaló en el sur de Francia, donde continuó su militancia comunista. Fue fundador de la Unión Nacional Española (UNE) y, mientras trabajaba de conductor de autobuses o de jornalero en el campo, tomó parte de la resistencia francesa contra los nazis.
Lo detuvieron en diciembre de 1942 y permaneció encerrado en varios campos de concentración hasta que se fugó del de Le Vernet en octubre de 1943. Se escapó para evitar la deportación a los campos de exterminio nazis. Junto a él huyeron dos internos rumaneses, uno de ellos Mihail Florescu, que acabaría siendo ministro de la república socialista de su país. Cortaron las alambradas de noche y atravesaron ríos y cultivos, buscando cobijo en casas y granjas. Permanecieron en la clandestinidad prácticamente hasta la liberación de París.
Los días araneses de la Reconquista
Blázquez convivió en verano de 1944 con la euforia de haber derrotado a Hitler y la esperanza de que el siguiente dictador en caer fuera Franco. Desoyendo las voces procedentes del interior y el rechazo del propio De Gaulle o del Reino Unido, la dirección del Partido Comunista en Francia decidió activar la Operación Reconquista de España.
“La decisión de entrar por el Valle de Arán parece que fue de Juan Blázquez, por sus conocimientos directos del lugar”, afirmó Gregorio Morán en Miseria y Grandeza del Partido Comunista de España, en sintonía con el recuerdo de Lola Clavero. Aun así, él manifestó sus reservas ante el previsible fracaso. Y no fue el único. Más destacada que la suya fue la oposición del propio mismo máximo de la operación, el coronel Vicente López Tovar, que tampoco lo veía claro, prueba de hasta qué punto estaba destinada al fracaso.
Antes del día D, se multiplicaron las acciones de despiste de los maquis a lo largo del Pirineo. Y el 19 de octubre entraron más de 4.000 soldados en una comarca de apenas 4.500 habitantes. Los maquis llegaron a ocupar 18 pueblos, pero no alcanzaron la capital, Viella, ni se produjo sublevación popular alguna a favor de los republicanos. “La gente en general tenía miedo, había dejado atrás la guerra, muchos araneses no habían regresado del frente”, dice Riera Socasau, que recuerda las palabras que su abuelo a los invasores: “¿Y qué pasará con nosotros si esto no sale bien?”.
Los guerrilleros se preocuparon de no castigar a la población local fuera cual fuera su afiliación política. Tampoco hubo grandes enfrentamientos con el Ejército de Franco, cuyas abultadas tropas dirigía el general Moscardó. El balance fue de 32 soldados del ejército franquista muertos frente a 129 maquis. De estos últimos, cinco están enterrados en una tumba en Ès Bordes, mientras que el Plan de Fosas de la Generalitat contempla localizar a los demás.
A pesar de que las principales refriegas se produjeron en Ès Bordes y Salardú, en Bossòst murieron dos policías. Más adelante, el entonces sargento de la Guardia Civil en Salardú destacaría el gesto “noble” de Blázquez de presidir el entierro de los dos guardias. La ceremonia la ofició Agustí Nart, el mismo párroco al que salvó la vida en el 36.
Tras acumular el general Moscardó 50.000 soldados en el Valle, el Estado Mayor de los maquis, junto con Santiago Carrillo –que se había desplazado al lugar–, decidió dar marcha atrás. En el libro La invasión de los maquis, del periodista Daniel Arasa, se recoge la última mención a Blázquez durante la Operación Reconquista. “Nos entregaron un sobre cerrado para el General César”, relató un oficial, “debíamos ir al valle y entregárselo. No lo abrimos, pero según nos informaron en el Estado Mayor contenía una orden de retirada”. Blázquez se replegó hacia el sur de Francia junto a los demás miles de guerrilleros y nunca más regresaría a su pequeña patria aranesa.
Purga en Praga y descanso en Rabat
“Su momento más complicado quizás fue para salir de Praga. El de mayor felicidad, Marruecos”. Así resume Riera Socasau el periplo que afrontaron Juan Blázquez y Lola Clavero al terminar la Segunda Guerra Mundial. Tras ser condecorado con la Legión de Honor, Croix de Guerre y Medaille de la Resistance de la mano del general De Gaulle, el matrimonio se trasladó a Praga, capital de Checoslovaquia, satélite de la URSS. Lo hicieron siguiendo las órdenes del partido para evitar caer en la operación Bolero-Paprika del Gobierno francés contra las organizaciones comunistas.
Clavero trabajó como dentista y Blázquez encontró un puesto de profesor de castellano en la Universidad Carolina de Praga, además de conducir un programa en catalán en Radio Praga junto a la escritora Teresa Pàmies. Allí conoció el matrimonio Blázquez-Clavero a algunos de sus mejores amigos, y se relacionaron con los poetas Pablo Neruda y Nicolás Guillén. Pero sus años en la capital de Checoslovaquia estuvieron marcados por el control del aparato comunista.
“Vivíamos muy bien hasta que a Juan le hicieron, y digo que le hicieron porque no lo era, nacionalista catalán”, afirmó su mujer. Él era aranés y no catalán, insistiría ella años después. Esa era su identidad. Pero comenzaron los señalamientos contra la pareja al considerarlos poco implicados con el partido. Enrique Líster, del Buró Político del PCE, escribió sobre Lola: “Se trata de una camarada de tendencias pequeño-burguesas”. “A esto debe agregarse ser la compañera del camarada Juan Blázquez, cuya actitud y conducta son bastante dudosas”, decía una nota con fecha de 1952.
A Blázquez le echaron al poco de la facultad y hasta le retiraron la cartilla de racionamiento, con lo que tuvieron que tirar de la de Lola. No sin complicaciones, en 1958 lograron salir de Checoslovaquia e instalarse en Marruecos. Allí Lola continuó ejerciendo de dentista y Juan trabajó para el gobierno marroquí como ingeniero agrónomo –un título académico que sí obtuvo de mayor, a diferencia del de Derecho–. Murió el 10 de diciembre de 1974.
Lejos del cementerio donde yace su cuerpo, entre las montañas aranesas, hoy Juan Blázquez Arroyo es sinónimo de maquis. “En Bossòst me atrevería a decir que es una figura icónica”, señala Riera Socasau. Sin embargo, paradójicamente, en la comarca hay pocas referencias todavía a la Operación Reconquista. “Aún es complicado hacer avanzar la memoria democrática en el Valle de Arán”, reivindica este médico e historiador.
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