Los peores augurios se han cumplido. El Gobierno central ha optado por la represión. Cargas policiales contra las personas que intentan votar. Guardia Civil y Policía Nacional contra quienes defienden cívica y pacíficamente su participación en el referéndum. Cientos de heridos. Porras y pelotas de goma contra las urnas. Mazos contra colegios electorales. Esta es la imagen del 1-O que se proyecta al mundo.
Posiblemente hoy el Gobierno central cree que ha desbaratado el referéndum. Pero debe saber que ha generado un conflicto mucho más profundo del que estaba planteado la vigilia del 1-O. La represión cambia radicalmente los términos del contencioso político. Hoy, para una mayoría social en Catalunya, ya no es una cuestión de independencia, sino de dignidad, democracia y libertad. Es el día en que la desconexión emocional entre millones de catalanes y la España que representa el Partido Popular puede ser ya definitiva.
El Gobierno español ha perdido definitivamente a buena parte de Catalunya cuando ha decidido utilizar sus policías como fuerzas de ocupación, como fuerza colonial. El Gobierno ha llevado hoy al paroxismo la falta de respeto, el intento de humillación, la voluntad de derrota contra las aspiraciones de Catalunya que ha practicado el PP durante años. Pero ha logrado exactamente lo contrario. Ni derrota, ni humillación. Y los millones de personas que han pasado tantas horas haciendo cola para poder votar han protagonizado un inmenso ejercicio de respeto. De dignidad.
Muchísimas personas que no son independentistas sienten esta agresión como propia y crece la convicción de que este Estado no tiene solución. Que no hay acuerdo posible. Podemos elegir un símbolo de este abismo que se abre entre Catalunya y la España de Rajoy: el ciudadano herido por recibir el impacto de una bala de goma. La sociedad catalana luchó durante años para erradicar el uso de balas de goma después de trágicas experiencias como la de Ester Quintana. La movilización logró que el Parlament prohibiera el uso de pelotas de goma y hoy, dos años después, Catalunya revive la misma tragedia.
El conflicto entre legalidad y legitimidad la ha ganado hoy de forma contundente la movilización ciudadana. La victoria simbólica es del independentismo. Porque el referéndum no ha sido sólo el resultado de aquellos aciagos plenos del Parlament, sinó de la voluntad de una mayoría muy amplia de la sociedad catalana en favor de los derechos fundamentales. El 1-O debía acabar sin ganadores ni vencidos para que fuera la puerta a un proceso de negociación. Pero la represión desatada por el Gobierno central complica extraordinariamente cualquier salida.
Desde el 1-O, resulta clamoroso lo que antes ya era una evidencia: Catalunya está en el epicentro de la crisis institucional española, y, a la vez es un problema europeo. Por eso, cualquier solución pasa por una reacción de las fuerzas políticas españolas que abra un proceso de diálogo frente a la actitud irresponsable de Mariano Rajoy y la derecha española. Y por la intervención de Europa, que ya no puede esconderse bajo el pretexto del ‘asunto interno’. El desgarro ha sido enorme y cualquier solución precisa la regeneración profunda de la política catalana y de la política española. Una regeneración que debería poner fin a la cadena de errores que nos ha llevado al desastre. Porque hoy la dignidad ha derrotado a la represión, pero los errores de los próximos días podrían ser irreversibles.
Los peores augurios se han cumplido. El Gobierno central ha optado por la represión. Cargas policiales contra las personas que intentan votar. Guardia Civil y Policía Nacional contra quienes defienden cívica y pacíficamente su participación en el referéndum. Cientos de heridos. Porras y pelotas de goma contra las urnas. Mazos contra colegios electorales. Esta es la imagen del 1-O que se proyecta al mundo.
Posiblemente hoy el Gobierno central cree que ha desbaratado el referéndum. Pero debe saber que ha generado un conflicto mucho más profundo del que estaba planteado la vigilia del 1-O. La represión cambia radicalmente los términos del contencioso político. Hoy, para una mayoría social en Catalunya, ya no es una cuestión de independencia, sino de dignidad, democracia y libertad. Es el día en que la desconexión emocional entre millones de catalanes y la España que representa el Partido Popular puede ser ya definitiva.