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10-O, una oportunidad para el diálogo

Carles Puigdemont, el president de la Generalitat, ha ofrecido una última oportunidad para el diálogo al Gobierno central. La fórmula de proclamar la independencia, dejarla en suspenso y abrir un periodo para la mediación y el diálogo sitúa el próximo paso en manos del Estado. A priori, Puigdemont tenía pocas alternativas. O proclamar la independencia, o la rendición sin condiciones. Porque el Gobierno del Estado nunca ofreció una salida ni al independentismo, ni a la aspiración mayoritaria de los catalanes: un referéndum pactado. Puigdemont, al final, ha decidido ofrecer una tregua. Y si el Estado recurre a la represión deberá asumir toda la responsabilidad.

El 10 de Octubre ya forma parte de la historia de Catalunya. De la historia heroica de un pueblo oprimido, según la crónica oficial del independentismo. De la historia de la deslealtad, escribirán desde las trincheras mediáticas de la derecha española. Y la esperanza es que no forme parte de la larga historia de las derrotas, que muchos tememos con profundo dolor.

Una derrota no sólo de una idea, la independencia, sino de todos los demócratas. La represión de las libertades que se asoma en el horizonte nos afectaría a todos. A los catalanes, pero también al conjunto de los españoles. Porque el autoritarismo latente que nunca ha abandonado a este país busca la excusa para desatar el nacionalismo español; para recurrir a la represión. Como el 1-O, el día del referéndum, el día en que cientos de miles de ciudadanos no independentistas hicieron causa común en defensa de las libertades y la democracia. Pero que hoy, en nombre también de la democracia y la liberad, temían ser empujados a una decisión que no compartían. Porque la independencia sin una amplísima mayoría social podría significar un desgarro brutal.

La mayor responsabilidad del desastre es de quienes más posibilidades tenían para evitarlo. La historia debería ser muy severa con la derecha española, que con su actitud fue cerrando todas las salidas a Catalunya. Y también tienen responsabilidad quienes durante años pusieron las emociones por encima de la realidad y crearon una inmensa ficción: que la independencia era posible sin sufrimiento. Que con menos de la mitad de los ciudadanos se podía doblegar al Estado Español. Que Europa nos apoyaría. Que las grandes empresas no abandonarían Catalunya, que la sociedad catalana jamás se fracturaría…

El soberanismo se asomaba al abismo de la independencia sin tener el respaldo social suficiente. Ni el reconocimiento internacional. El Gobierno del PP, después de no dar jamás una salida a las legítimas aspiraciones catalanas, buscaba la excusa para infringir la derrota, la humillación, que tanto tiempo lleva aguardando. La tregua ofrecida ayer por el president Carles Puigdemont en el Parlament de Catalunya debería constituir una oportunidad para el diálogo. Quizás la última.

Carles Puigdemont, el president de la Generalitat, ha ofrecido una última oportunidad para el diálogo al Gobierno central. La fórmula de proclamar la independencia, dejarla en suspenso y abrir un periodo para la mediación y el diálogo sitúa el próximo paso en manos del Estado. A priori, Puigdemont tenía pocas alternativas. O proclamar la independencia, o la rendición sin condiciones. Porque el Gobierno del Estado nunca ofreció una salida ni al independentismo, ni a la aspiración mayoritaria de los catalanes: un referéndum pactado. Puigdemont, al final, ha decidido ofrecer una tregua. Y si el Estado recurre a la represión deberá asumir toda la responsabilidad.

El 10 de Octubre ya forma parte de la historia de Catalunya. De la historia heroica de un pueblo oprimido, según la crónica oficial del independentismo. De la historia de la deslealtad, escribirán desde las trincheras mediáticas de la derecha española. Y la esperanza es que no forme parte de la larga historia de las derrotas, que muchos tememos con profundo dolor.