Leyendo Catalunya Plural hace unos días tropecé con un artículo de mi admirado Pere Rusiñol que llamó mucho mi atención. Su título, Catalunya Ràdio y el Barça: cómo se fija la agenda en Catalunya, contenía tantos elementos de mi interés juntos que no podía pasarlo por alto. Sin embargo, después de su lectura atenta, me invadió la desazón: tuve la sensación de estar ante un artefacto puesto al servicio de una tesis elaborada de antemano. De hecho, el título no es siquiera fiel reflejo del artículo, ya que los principales actores del mismo (Mediapro de manera activa, Joan Laporta de manera pasiva) ni siquiera se mencionan en él.
Sí, es probable que haya actores poderosos que tengan intereses en los futuros comicios del Barcelona. Aceptemos incluso que para algunos dependa de ello su cuenta de resultados. Pero reducir la complejidad electoral de un club tan peculiar, más en este momento tan convulso, al efecto que pueda tener una única encuesta y un único medio (que ni siquiera es líder) es, cuanto menos, falaz. Vaya por delante que no tengo vínculo alguno con ninguna de las empresas o personas que se citan en el artículo, más allá del emocional con el FC Barcelona, del que ni siquiera soy socio, pero intentaré discutir, en forma de reflexiones más o menos breves y más o menos independientes, algunas (muchas, de hecho) de las afirmaciones que se hacen en el artículo. Podrán parecer deslavazadas, pero el artículo original es tan poliédrico, por decirlo de algún modo, que no se me ocurre manera mejor de hacerlo.
Empieza el artículo apuntando que el Barça es “la pieza de la sociedad civil más codiciada por todo el entramado político y económico”, una vez excluida la ahora cotizada La Caixa que la ha convertido en “inalcanzable”. No dudo de lo primero, de hecho coincido con ello, pero por eso sorprende y apena que el autor no tire del hilo y denuncie el déficit democrático que se colige de esta afirmación. Como ya hemos explicado otras veces, bajo un barniz de apariencia democrática, el FC Barcelona se ha convertido a pasos agigantados en un coto privado que desnaturaliza a sus gestores de la masa social a la que en principio se deben. Con ello, se impide que haya un auténtico ejercicio de fiscalización y se abre de par en par la gatera para que determinados intereses privados dispongan del club a voluntad. Sean los de Mediapro, los de Movistar… o los de Qatar.
El artículo también incluye un ejercicio de labeling nada inocente que, como casi siempre, dice más del etiquetador que del etiquetado. Catalogando a Laporta de “independentista” por oposición a un Bartomeu “barcelonista”, ¿se da por descontado que el primero no es barcelonista? ¿Se considera que Bartomeu no tiene otra ideología que no sea el “barcelonismo” o que, caso de tenerla, no es relevante para el ejercicio de su cargo? ¿Se olvida que los presidentes que precedieron a estos (y a Rosell), como Joan Gaspart y José Luis Núñez, amén de ser “barcelonistas” tenían una ideología marcadamente derechista y españolista que nunca ocultaron? ¿O se olvida, incluso, que de manera menos ruidosa que Laporta el propio Rosell mostró en varias ocasiones sus convicciones nacionalistas? Y por último, ¿se pasa por alto que nada de lo anterior impidió que en todos estos mandatos se produjeran fracturas sociales más o menos profundas en el seno del club? En definitiva: una distinción inútil, a efectos prácticos.
Y tiene un punto hasta cómico que el autor afirme que Laporta “lleva semanas pasando revista a las tropas a la espera del momento ideal para iniciar la contienda”, como si esto dependiera de él. La contienda se inició en el mismo momento en el que Bartomeu convocó las elecciones… a las que él mismo anunció que sería candidato de manera inmediata. Y, simultáneamente, empezó una campaña electoral en la que la constante es la confusión entre el papel institucional y el de aspirante del propio presidente. De unos meses a esta parte, Josep Maria Bartomeu ha multiplicado por mucho sus actos sociales, puntualmente recogidos por la prensa afín, así como la atención a cualquier medio que se ponga por delante. La omnipresencia del hasta entonces discreto Bartomeu no contrasta tanto con un desaparecido Laporta, sino con otros que como Agustí Benedito o Jordi Majó, habiendo dicho que serán candidatos, apenas consiguen espacio en ningún medio relevante.
Tampoco son “las encuestas” las que dicen que Laporta es el favorito para recuperar la presidencia. Es la gente que responde a las encuestas quien lo dice. El problema parece ser que aparezca Laporta entre estas respuestas, ya que no llama tanto la atención del autor que aparezcan otros que, como éste, tampoco son hoy candidatos. Pero es que ni siquiera lo serán en un futuro próximo, como el antiguo entrenador Pep Guardiola (que obtiene un 19% de intención de voto en respuesta espontánea, por delante del mismo Bartomeu). A las encuestas se les puede discutir, con justicia, que son una mala herramienta para hacer predicciones ante escenarios volátiles, como es el caso. Pero no se les puede achacar que no capturen con cierta precisión, más que cualquier otra de la que dispongamos, el pulso social en un momento determinado.
Precisamente por esto no tiene nada de raro que, según la dichosa encuesta, Bartomeu atraiga “sólo” el 27% de los votos. De hecho, casi sorprende que consiga tantos. Ningún socio del Barcelona puede recordar haber votado al presidente actual (mientras que sí hay, y no pocos, antiguos votantes de Laporta). Pero es que ni siquiera puede reivindicar todo el voto que obtuvo Rosell en 2010 porque es probable que varios miembros de aquella junta acaben encabezando candidaturas este verano. Sin embargo, si el autor no acaba de fiarse de las encuestas, puede hacer caso de otros indicios que apuntan en el mismo sentido, como la pitada masiva que recibió el presidente durante la celebración del récord goleador de Messi, el pasado noviembre, antes de la convocatoria de elecciones.
Denuncia a continuación el autor que “las encuestas son en realidad una encuesta”, pero esto no es cierto en absoluto. Encuestas alrededor del Barcelona hay muchas y frecuentes, unas públicas y otras no. Las públicas, promovidas por medios como los dos principales periódicos deportivos de la ciudad, son en la mayoría de los casos menos transparentes y mucho menos fiables que la puesta en tela de juicio en el artículo. A pesar de estar hechas demasiado a menudo a partir de un universo autoseleccionado entre sus propios lectores, incluso a través de sus páginas web, si conviene generan portadas, noticias y argumentos para tertulias en los días posteriores a su publicación. Pero las hay también privadas, como las que llevan a cabo otros candidatos (como la de Agustí Benedito) o el mismo Barcelona de manera periódica entre sus socios. Es muy inocente pensar que el presidente actual no vaya a usar este conocimiento a su favor durante la futura contienda electoral de manera privativa. Así que puestos a denunciar, también habría que pedir que esta información se pusiera a disposición de todos los socios de manera transparente. Y por cierto: todas las encuestas que se conocen hasta la fecha –anteriores a la que es objeto del artículo- reflejan la posición de inferioridad que ocuparía hoy Bartomeu respecto a Laporta, y en una proporción similar.
Y llegamos, por fin, al meollo del asunto. Sin embargo, la parte que para Rusiñol es central es, probablemente, la menos interesante porque es irrebatible. No por cierta, sino por incontrastable. El conglomerado WPP está formado por incontables empresas alrededor del mundo, entre ellas Mediapro, es cierto. Igual que es cierto que TNS, la antigua Sofres, forma parte de este mismo holding empresarial, a través de KantarGroup, desde 2008, pero su trayectoria en el campo de la investigación social tiene ya más de sesenta años. Es un proveedor fiable y competitivo y conocido por cualquier persona que se dedique al sector. La apelación a su “solvencia” por parte de Catalunya Ràdio es totalmente creíble. Una solvencia que no se consigue manipulando los resultados de las encuestas que les encargan. Y hablo de “manipular” porque si para el autor es un hecho relevante que la encuesta la lleve a cabo TNS (“nadie citó un pequeño detalle”) y no cualquier otra empresa demoscópica, se deduce que esta es la variable que explica que el resultado sea este y no otro. Admito que la secuencia que traza el autor es sugerente, pero parece construida a partir de una relación causa–consecuencia bastante débil, asumiendo que la división nacional de una empresa global (TNS) trabajará al dictado de la matriz empresarial (WPP) para favorecer los intereses de una de sus empresas participadas (Mediapro). Seguro que Guillermo de Ockham levantaría una ceja al leerlo.
La parte final del artículo de Rusiñol se desliza por una pendiente llena de aparentes trampas técnicas (las fechas, el método de entrevista o la dotación de encuestadores) que, sin embargo no tienen nada de excepcionales. Si no se dispone del censo de socios (algo que sería ilegal), es mucho más barato y eficiente usar encuestadores a pie de campo en un día de partido, ya que es la manera más fácil de encontrar a socios del Barcelona, el universo de la muestra (tanto es así, que es el mismo método que usó por ejemplo El Mundo Deportivo para llevar a cabo su nada sospechosa encuesta). Así como tampoco hay nada de milagroso en “cuadrar” esa muestra: el diseño de cualquier encuesta prevé qué perfiles sociodemográficos hay que identificar y los encuestadores no acaban su trabajo hasta que completan estas cuotas. Y aunque a mí me gustaría tanto como a él que los contratos de una entidad pública se hicieran públicos independientemente de su cuantía, creo que es más sensato pensar en la flexibilidad que permiten este tipo de contratos menores que en su opacidad, no tanto respecto a quién se contrata sino a los plazos. Hacerlo a través de un concurso hubiera obligado a que la encuesta se llevara a cabo… ¡después de las elecciones! Pero es que, además, replicar este tipo de encuesta, a precio de mercado, costaría, efectivamente, menos de 18.000 euros.
Sólo un apunte final, para tranquilidad del autor, antes de intentar articular una conclusión más general. Quince días antes de que ganara sus primeras elecciones en 2003, las encuestas daban a Laporta menos de un 10% de intención de voto, muy lejos del 42% de Luis Bassat, el gran favorito. El final de esa historia es conocido por todos: Laporta se impuso con más de un 52% de los votos. Con estos números en la mano, es bastante difícil sostener que “las encuestas” condicionen demasiado una contienda electoral como esta.
La tesis del autor es clara y simple: a través de una única encuesta, elaborada por una empresa asociada, Mediapro pretende facilitar un terreno de juego institucional favorable a sus intereses comerciales. Pero más que simple, es simplificadora. La pretensión de este artículo no es rebatir la tesis de Rusiñol (más que nada, porque como ya he apuntado es irrefutable) y ni tan siquiera es incompatible con ésta. Lo que sí se quiere poner de relieve es que la simplificación, más allá del objetivo legítimo de hacer inteligibles sus argumentos, es cuanto menos sesgada, por no decir interesada: soslaya muchos aspectos relevantes y eleva a categoría otros que son anecdóticos, cuando no irrelevantes o falsos. Y, lamentablemente, para este empeño construye un muñeco de paja cargando contra la encuesta como herramienta demoscópica (que nos dice a quién votará la gente) reduciéndola a un omniscente instrumento de propaganda (que nos diría a quién debe votar la gente).
John W. Kingdon, en su clásico de 1984 “Agendas, Alternatives, and Public Policies”, apunta la teoría de las “threestreams”, que identifica qué tres factores deben coincidir para que un tema asalte, como parece que es el caso, la “agenda política”. Los dos primeros (el binomio problema–solución) son obvios en este caso: hay unas elecciones en el horizonte cercano (“problema”) a las que la candidatura aún no anunciada de Laporta sería una competidora viable (“solución potencial”). Falta una tercera pata, todavía, la que Kingdon llama “oleada política”. Esta sí está sujeta al estado de ánimo general o a la acción de los grupos de presión, abriendo una grieta para que medios y otros actores se posicionen y presionen según su afinidad (y sobre esto pone el foco exclusivamente el artículo de Rusiñol).
Sólo si las tres coinciden en el momento preciso en el que se abre una ventana de oportunidad (y un club en los juzgados o un rendimiento deportivo inestable lo hacen de par en par) se conseguirá atraer la atención de la opinión pública; sino, no. Pero en el fondo, lo que hace más atractivo el planteamiento de Kingdon es que levanta barreras a interpretaciones de tipo conspirativo. Asaltar la agenda pública exige la coordinación de muchos actores y factores que, por definición, no pueden operar como un cártel ni someter todas las variables en juego a su voluntad. Dicho de otro modo: aunque el proceso de fijación de la agenda no es en absoluto democrático, tampoco puede ser dirigido por un número muy reducido de agentes sin contar con la oposición de otros.
En definitiva, no. No es así como se fija la agenda en Catalunya. Ni en ningún otro lado.