“El pueblo vasco tiene unas características propias (…) entre las que destaca su lengua milenaria. Esos rasgos dan (…) una identidad específica dentro del conjunto de pueblos que constituyen el Estado español. El pueblo vasco tiene el derecho de conservar su patrimonio espiritual, sin perjuicio de un saludable intercambio con los pueblos vecinos dentro de una organización sociopolítica que reconozca su propia libertad”. ¡Quién da más! Esto es la tesis de la parte más polémica de la homilía de monseñor Añoveros, la cuaresma de 1974, siendo obispo de Bilbao, apenas dos meses después del asesinato del almirante Carrero Blanco. La respuesta del Régimen fue fulminante, el presidente Carlos Arias Navarro lo redujo a arresto domiciliario y le ordenó que se exiliara. El obispo dijo que él no se iba si no se lo ordenaba directamente el Papa, el único al que obedecería. La Conferencia Episcopal Española, ante la situación tan grave, amenazó con la excomunión. La cosa parecía trepar arriba y arriba hasta que Franco, con una de sus salidas inesperadas, lo cortó de golpe y ordenó que se distendiera la situación. Añoveros continuó como obispo de Bilbao hasta 1978 y murió en 1987. Franco sabía cómo las gastaba, monseñor Añoveros.
Varios años antes, en 1969, el generalísimo decretó el primer estado de excepción desde el final de la guerra civil debido básicamente a las revueltas estudiantiles (se recuerda la defenestración del busto de Franco desde una ventana de la Universidad de Barcelona). Hay que recordar que esta situación implicaba la pérdida de cualquier garantía personal. Según Manuel Fraga, el entonces Ministro de Información y Turismo, el estado de excepción se instauraba “para (...) evitar que se arrastre a la juventud a una orgía de nihilismo y anarquía”. Pues bien, en este ambiente, monseñor Añoveros, siendo obispo de Cádiz-Ceuta, hizo pública una carta pastoral donde hablaba del sentido social de la iglesia, de la no interferencia entre el poder político y eclesiástico y la comprensión de los nuevos fenómenos, los curas obreros y del acercamiento a la calle: “En todo caso la jerarquía, la Iglesia, debe estar muy cerca de los oprimidos, de los que sufren. Su misión es ser mensajera de paz, de justicia y de amor (…) Es posible que las circunstancias me muevan a seguir en este diálogo sencillo y humilde con el querido hombre de la calle…” Añoveros, al igual que otras autoridades eclesiásticas del final del franquismo (recordemos al abad de Montserrat o a Tarancón, por ejemplo) parecen a años luz de la jerarquía eclesiástica española actual, esclerótica y descolocada, politizada y exhibicionista hasta la médula de los huesos. La Iglesia tiene derecho a convertirse en lobby de presión. De hecho, ya lo es. Pero es a costa de separarse definitivamente de la mitad de la población, como mínimo. ¿Se imaginan un obispo como Añoveros, ahora mismo, en España? Imposible.
Se acaban de hacer públicos unos datos que en principio son espectaculares. Los ofreció el mismo Ministerio de Educación español. Son del curso 2011-2012. En educación primaria, Cataluña es la comunidad autónoma más “laica” (23,2%) mientras que Extremadura es la más “católica” (89,6%). ¿Y saben cuáles son los segundos más “laicos” y los segundos más “católicos”? El País Vasco (30,5%) y Andalucía (85,9%) Un análisis apresurado, pero erróneo, identificaría la laicidad con el hecho diferencial. Y no estamos seguros del todo, la cosa es mucho más simple (atendiendo al hecho de que Madrid siempre está en tercer o cuarto lugar de “laicidad” escolar): El corte es limpio según la industrialización y el progreso social. Y en segundo lugar, según las tradiciones culturales. Es obvio, por ejemplo, que la vivencia de la religión durante la Semana Santa en estas tierras convierte los signos religiosos externos en signos de identidad cultural. Muchos andaluces son devotos de la “Blanca Paloma” y hacen el “Rocío” independientemente de su grado de creencia religiosa.
La industrialización es muy importante a la hora de explicar determinados hábitos. En las grandes ciudades (Barcelona, Madrid, Bilbao), las presiones sociales sobre las parejas a la hora de tomar decisiones sobre sus hijos son mucho más débiles. Los padres son más independientes. En zonas menos industrializadas, menos urbanas, o de urbanización débil, esta independencia es más difícil de alcanzar. La opinión de los vecinos y los parientes aún pesa mucho.
Estos datos corresponden a la educación primaria. En la secundaria, las cifras bajan en todas partes pero se mantienen las mismas posiciones: Extremadura es la más “católica” con un 60% de matriculaciones y Cataluña la más “laica” con apenas un 9,2% de alumnos matriculados. Llama la atención el cambio de “mentalidad” que se observa cuando examinas los datos de Bachillerato ya que Extremadura desaparece de los primeros puestos y se sitúa en las plazas del medio (la más “católica” en bachillerato son Canarias, con un 42%) y Cataluña es desplazada al segundo lugar de las más “laicas” por las islas Baleares (1,3% y 1,9 %, respectivamente)
¿Por qué damos estos datos? Porque hacen patente que, por más que se modifique la ley de enseñanza, por más que se obligue a hacer religión, la Iglesia está empezando a perder los baluartes tradicionales. Lo perderá todo. En primaria, los padres tienen la voz cantante; en bachillerato, no. A menudo es el chico, la chica quien elige. Y es clarísimo lo que elegían los bachilleres incluso en Extremadura y Andalucía, si pudieran: prescindir de la religión. Sinceramente, no queremos un retorno masivo de las ganas de matricularse en religión. Pero a la vez, nos sentiríamos más tranquilos si supiéramos que la conferencia episcopal española intentaba ser un poco más empática con sus feligreses. ¿Con una conferencia episcopal menos casposa, con individualidades más fuertes e independientes, como el mencionado monseñor Añoveros, sería otra cosa? No lo sabemos. Pero sin esperar a que ningún obispo sea favorable al aborto, un cierto acercamiento -o retorno- a la “doctrina social de la Iglesia” por parte de sus jerarquías sería muy interesante.
“El pueblo vasco tiene unas características propias (…) entre las que destaca su lengua milenaria. Esos rasgos dan (…) una identidad específica dentro del conjunto de pueblos que constituyen el Estado español. El pueblo vasco tiene el derecho de conservar su patrimonio espiritual, sin perjuicio de un saludable intercambio con los pueblos vecinos dentro de una organización sociopolítica que reconozca su propia libertad”. ¡Quién da más! Esto es la tesis de la parte más polémica de la homilía de monseñor Añoveros, la cuaresma de 1974, siendo obispo de Bilbao, apenas dos meses después del asesinato del almirante Carrero Blanco. La respuesta del Régimen fue fulminante, el presidente Carlos Arias Navarro lo redujo a arresto domiciliario y le ordenó que se exiliara. El obispo dijo que él no se iba si no se lo ordenaba directamente el Papa, el único al que obedecería. La Conferencia Episcopal Española, ante la situación tan grave, amenazó con la excomunión. La cosa parecía trepar arriba y arriba hasta que Franco, con una de sus salidas inesperadas, lo cortó de golpe y ordenó que se distendiera la situación. Añoveros continuó como obispo de Bilbao hasta 1978 y murió en 1987. Franco sabía cómo las gastaba, monseñor Añoveros.
Varios años antes, en 1969, el generalísimo decretó el primer estado de excepción desde el final de la guerra civil debido básicamente a las revueltas estudiantiles (se recuerda la defenestración del busto de Franco desde una ventana de la Universidad de Barcelona). Hay que recordar que esta situación implicaba la pérdida de cualquier garantía personal. Según Manuel Fraga, el entonces Ministro de Información y Turismo, el estado de excepción se instauraba “para (...) evitar que se arrastre a la juventud a una orgía de nihilismo y anarquía”. Pues bien, en este ambiente, monseñor Añoveros, siendo obispo de Cádiz-Ceuta, hizo pública una carta pastoral donde hablaba del sentido social de la iglesia, de la no interferencia entre el poder político y eclesiástico y la comprensión de los nuevos fenómenos, los curas obreros y del acercamiento a la calle: “En todo caso la jerarquía, la Iglesia, debe estar muy cerca de los oprimidos, de los que sufren. Su misión es ser mensajera de paz, de justicia y de amor (…) Es posible que las circunstancias me muevan a seguir en este diálogo sencillo y humilde con el querido hombre de la calle…” Añoveros, al igual que otras autoridades eclesiásticas del final del franquismo (recordemos al abad de Montserrat o a Tarancón, por ejemplo) parecen a años luz de la jerarquía eclesiástica española actual, esclerótica y descolocada, politizada y exhibicionista hasta la médula de los huesos. La Iglesia tiene derecho a convertirse en lobby de presión. De hecho, ya lo es. Pero es a costa de separarse definitivamente de la mitad de la población, como mínimo. ¿Se imaginan un obispo como Añoveros, ahora mismo, en España? Imposible.