El año 1976, la fuerza y la ilusión de más de cuatro mil mujeres se encontraron en el paraninfo de la Universidad de Barcelona. Muerto Franco, eran los inicios de unos nuevos tiempos: se celebraban las Primeras Jornadas Catalanas de la Mujer. Aquella jornadas, organizadas sobretodo entorno de las vocalías de mujeres de las asociaciones vecinales y de los grupos de autoconciencia, fueron el primer encuentro donde las mujeres pudieron hablar de sí mismas y de la libertad necesaria para ser, para hacer.
Cada 10 años se han continuado organizando encuentros de feministas de todo Catalunya. Este año 2016 se celebraran los 40 años, con las Jornadas Radical-ment Feministes, que tendrán lugar los días 3, 4 y 5 de junio en el Campus Ciutadella de la Universidad Pompeu Fabra (UPF) en Barcelona. Pero, 40 años más tarde, ¿qué ha cambiado? ¿Dónde estamos? ¿Cuáles son las demandas? ¿Cómo somos?
Buena parte de las reivindicaciones de aquél momento se mantienen vivas. Muchas tenían a ver con la obtención de derechos: al trabajo, al aborto, al divorcio. Otras, con aquello indispensable para poder disfrutar de derechos: la libertad. Libertad para amar, para decidir sobre el propio cuerpo, para ser coeducadas, para ser madres o no serlo, en definitiva, para vivir sin violencias.
Las transformaciones conseguidas por las mujeres desde el año 1976 son innegables. Cambios que, necesariamente, han repercutido en la vida de los hombres, en la organización del Estado, de los tiempos y los trabajos, en la vida de la comunidad. Pero el trabajo que queda por hacer es aún ingente. La que Simone de Beauvoir llamó “la revolución silenciosa” ha removido y debilitado progresivamente estructuras básicas de nuestra sociedad: la familia entendida de forma tradicional, el trabajo remunerado o el espacio político como dominio masculino, la sexualidad, etc.
Pero, por un lado, la resistencia al cambio es importante (y el elevado número de asesinatos machistas así lo muestra) y, por el otro lado, transformaciones de una profundidad tan inabarcable requieren de tiempo para emerger, ensayar, para reinventar las posibilidades cada día, para asentarse, para crear espacios en los que pueda surgir aquello que es nuevo.
Un ejemplo: las mujeres nos hemos incorporado de forma masiva y legítima al trabajo remunerado. Pero la estructura de dicho trabajo mantiene aún una segregación por tareas, por salarios y por cargos entre mujeres y hombres y no se ha adaptado a los cambios en los usos del tiempo que comporta el hecho de que las personas encargadas del cuidado de la familia ya no hagan ese trabajo de forma tan exclusiva. De hecho, no sólo no se ha adaptado, sino que la obtención de beneficio económico es absolutamente central en la organización social, por encima de (o a costa de) la sostenibilidad de las vidas de las personas y del Planeta.
Uno de los elementos claves de la subversión feminista ha estado ya no la ruptura sinó la multiplicación del sujeto “Mujer”. “La Mujer”, singular y mayúscula, ya no existe más que en la mente de algunas personas. Como tampoco existe “El Obrero” o “El Hombre”. La actitud vital de los tiempos actuales está cruzada por la multiplicidad y la diversidad, por la interseccionalidad y, quizás también en parte, por cierta vivencia del caos. En este magma de diversidades entrecruzadas, se puede mantener también un sentido de coherencia, de unidad, de solidaridad entre iguales, a pesar de que las categorías hayan cambiado o hayan difuminado sus fronteras. Iguales, quizás no tanto entre nosotras, sino ante algo: ante la exclusión, la violencia, ante la homofobia y la transfobia, el machismo, la guerra, el abuso y la explotación económica, o el racismo.
Así pues, las jornadas de 1976 fueron “de la Mujer” y las del 2006 “de las mujeres”. Este año, ante esta multiplicación del sujeto, la organización de las jornadas realiza un cambio simbólico relevante: serán para “mujeres, lesbianas y trans”, a pesar de que este cambio no sea necesariamente compartido por todas ni que aún sepamos exactamente que implicaciones tiene o como gestionarlo. Mujeres por todas aquellas que se identifican con el sujeto mujer, independientemente de su opción sexual. Lesbianas por todas aquellas que pueden desear a alguien de su mismo sexo pero no se sienten parte de la categoría “mujer” (que, no lo olvidemos, es también un constructo social). Y trans por todas aquellas personas que transitan entre identidades y categorías sexuales.
Otra transformación relevante, muy reciente, es que el feminismo, o mejor los feminismos, han conseguido cierta legitimidad y visibilidad. Hasta hace pocos años, decirse feminista en público suponía, como mínimo, miradas censuradoras. Hoy, muchos espacios de activismo y política ya no se piensan a sí mismos sin incorporar alguna voz feminista.
Pero no podemos obviar que esta irrupción aún reciente en la arena de la legitimidad social y política provoca erupciones y una reactivación de las respuestas agresivas. Los insultos lanzados contra las diputadas de la CUP son un ejemplo, pero sólo hace falta buscar un poco en Twitter para encontrar sin dificultad perfiles que fomentan la misoginia, la violencia contra las mujeres y el odio a los feminismos.
No podemos cerrar este texto sin nombrar que los avances de estos 40 años en la prevención, la atención y la recuperación de los casos de violencia machista son innegables, tanto por lo que se refiere a la legislación como a los servicios y recursos desplegados. Pero se quedan cortos ante el apabullante número de mujeres, niñas y niños que viven situaciones de violencia machista, y el número de asesinatos. Seguramente, situaciones que tienen relación con una reacción agresiva de masculinidades en crisis ante los avances hechos por las mujeres tanto en cuestión de derechos, como en posibilidades de ser y de hacer. Es urgente que el incipiente trabajo de los hombres aliados de los feminismos se desarrolle para poder resituar, romper, multiplicar y desarrollar también las masculinidades, así como generar nuevos referentes.