No es la primera vez que la órbita independentista acusa la figura de Antonio Machado de “anticatalanismo”. Sin embargo, un historiador de hoy tiene que ser muy ignorante, muy insensible o muy fanático para incluir con este motivo al poeta castellano más valorado de la época y símbolo del exilio en un informe de memoria histórica encargado por la Concejalía de Cultura (ERC) de Sabadell con una lista de nombres a revisar en el actual nomenclátor de calles de la ciudad, insinuación que el alcalde se ha apresurado a desautorizar ante el escándalo provocado.
El poeta sevillano criado en Madrid mantenía una actitud cercana al partido Acción Republicana del presidente Manuel Azaña. No se movió a raíz de las fricciones entre el gobierno de la República y de la Generalitat durante la Guerra Civil a causa de las competencias respectivas en disputa, cuando ambos gobiernos y el propio poeta residían en Barcelona, antes de emprender el exilio hacia Francia. La postura política de Machado siempre fue de fidelidad activa a la República, hasta dejar la vida después de tan solo 26 días de llegar al exilio de Collioure, “fusilado” en este caso por la tristeza y el desconsuelo.
Ya era considerado el primer poeta vivo en lengua castellana, una figura patriarcal de 61 años cuando decidió no marchar de España al comienzo de la Guerra Civil, a diferencia de lo que hicieron Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, Azorín, Pío Baroja, José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Gregorio Marañón, Pedro Salinas, Salvador de Madariaga, Ramón Pérez de Ayala y otros. Él quiso quedarse en el domicilio familiar de Madrid como gesto personal de apoyo a la legalidad republicana.
Tras el fusilamiento de Federico García Lorca por los franquistas en agosto de 1936 en Granada, en noviembre se presentaron León Felipe y Rafael Alberti en el domicilio de Machado para rogarle que aceptara la evacuación a Valencia, como ya había hecho el gobierno de la República en peso desde el día 7 de aquel mes, ante la amenaza de los bombardeos y el asedio sobre la capital por los sublevados.
De entrada se negó. Fue precisa una segunda visita para convencerle. Finalmente Machado abandonó Madrid por Valencia el 24 de noviembre y allí residió con su familia hasta abril de 1938, cuando fue evacuado de nuevo, esta vez a Barcelona, igual que el gobierno de la República.
Primero se alojó en el hotel Majestic del Paseo de Gracia, convertido en residencia de invitados y corresponsales extranjeros. El ajetreo del céntrico establecimiento aconsejó trasladar a Machado y su familia al cabo de un mes a la Torre Castanyer del Paseo de Sant Gervasi, palacete incautado al vizconde de Güell.
El hecho de que no haya constancia de ninguna salida pública de Machado de la Torre Castanyer durante los once meses de estancia en Barcelona traduce el delicado estado de salud y el cariz que la guerra empezaba a tomar en el ánimo de todos. Colaboró activamente con sus artículos al diario barcelonés La Vanguardia, adicto al gobierno del momento, como de costumbre.
El domingo 22 de enero de 1939, Machado partió de Barcelona en dirección a la frontera francesa, igual que todos los mandatarios republicanos, en una comitiva de coches y ambulancias. En la masía Can Santamaría de Raset (Girona) se les unió una segunda comitiva. El grupo quedó inmovilizado durante cuatro días, dada la creciente inseguridad y el cierre de la frontera mantenido por las autoridades francesas. El geólogo José Royo Gómez tomó, en el patio de la casa, la última foto en vida de un Machado envejecido, demacrado, visiblemente abatido.
Tras recibir la noticia de la caída de Barcelona el jueves 26 de enero, prosiguieron el camino. Una ambulancia condujo a Machado y sus familiares hasta el Mas Faixat, a tan solo un par de kilómetros de trayecto. Pasaron la noche en blanco. Allí se les unió un tercer grupo de intelectuales evacuados, encabezado por el presidente de la Institución de las Letras Catalanas, Josep Pous i Pagès, y su vicepresidente, el poeta y profesor Carles Riba.
Carles Riba entregó a Machado en el Mas Faixat un fragmento que acababa de componer, con la dedicatoria: “Con admiración y afecto, en la común esperanza que aún nos alienta, a don Antonio Machado, de su fiel amigo Carles Riba”. Aquellos versos aparecerían pocos años más tarde como íncipit de las célebres Elegías de Bierville: “Tristes banderes/ del crepuscle!/ Contra elles/ sóc porpra viva./ Seré un cor dins la fosca;/ porpra de nou amb l'alba”.
La comitiva retomó la marcha el viernes 27 de enero y llegó al puesto fronterizo de Cerbère al atardecer. La gendarmería tomó en consideración el estado del poeta y de su anciana madre y les llevó en coche hasta la estación de tren de la localidad, donde pasaron la noche en un vagón sin calefacción. Al día siguiente por la mañana todos los demás integrantes de la comitiva de Machado tomaron el tren para dirigirse a Perpiñán o a París, donde los medios de subsistencia eran más previsibles.
El poeta, después de más de dos años viviendo bajo la protección de las autoridades republicanas, va declinar la ayuda. Decidió tomar solo con sus familiares y el amigo Corpus Barga un tren local hasta algún discreto lugar próximo donde dejar caer sus huesos. Se apearon del tren después de tan solo quince minutos de viaje, indefensos bajo la lluvia, en la diminuta estación de Collioure. Apenas dejaron atrás las estaciones de Banyuls y Port-Vendres. Solo faltaban dos más (Argelés y Elna), para llegar a la ciudad de Perpiñán.
El poeta, exhausto, sobrevivió 26 días en Collioure. Murió el 22 de febrero, “ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”, como auguraban sus versos. La madre expiró dos días después en la misma habitación. Fueron enterrados en el cementerio viejo de la localidad.
Dentro de la sencillez vocacional de Machado, su sepultura en Collioure se ha convertido en el memorial más reconocido y concurrido del medio millón de republicanos que pasaron derrotados la frontera, con los que el poeta quiso compartir el destino hasta el final. Hoy Machado no es recordado solamente por sus versos o su vida, también por su muerte.
Murió el poeta lejos del hogar,
le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar:
“Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar“.
Golpe a golpe, verso a verso...