El SIPRI acaba de publicar sus nuevas estimaciones sobre el arsenal nuclear mundial. Se observa una ligera reducción respecto a los datos del año anterior. Concretamente el SIPRI estima que a principios de 2021 había 13.080 armas nucleares, mientras que un año antes la cifra era de 13.400. Los Estados Unidos y Rusia acaparan el 90% del arsenal, como ha sido siempre. Hay una modesta disminución en los arsenales de EE. UU. (que pasa de 5.800 a 5.550 ojivas) y de Rusia (de 6.375 a 6.255) y un discreto aumento en los arsenales del Reino Unido (de 215 a 225), China (de 320 a 350), Pakistán (de 160 a 165) e India (de 150 a 156). No hay variaciones en las cifras de Francia e Israel. Como también es habitual, en el caso de Corea del Norte se hace una estimación a partir del material fisible que puede haber producido. Según este criterio, pasaría de poder fabricar 30-40 cabezas nucleares a 40-50. Es muy preocupante que, de esas 13.000 cabezas nucleares, unas dos mil se mantienen en alerta máxima, es decir que se pueden lanzar en pocos minutos. La inmensa mayoría pertenecen a los EE. UU. y a Rusia.
A pesar de la pequeña reducción del número global de ojivas, este continúa siendo espeluznante. Según varios estudios, el lanzamiento de solo 100 cabezas nucleares (de la potencia de la de Hiroshima) sobre núcleos urbanos provocaría unos cambios atmosféricos planetarios (sequías, bajada de temperatura...) que reducirían la producción agrícola y podría poner en riesgo alimentario a dos mil millones de personas. Y esto únicamente con 100 cabezas de las 13.000 actuales (que tienen potencias muy superiores a la bomba de Hiroshima). La situación continúa, pues, siente escalofriante.
Tampoco invita al optimismo el hecho de que actualmente todos los estados nucleares tienen programas de modernización de sus arsenales. Hasta el punto de que el gasto mundial en armamento nuclear del año 2020 ha llegado hasta los 72.600 millones de dólares (61.200 millones de euros). Más de la mitad corresponde al gasto norteamericano (37.400 millones de dólares). Una cifra que supera con creces los 10.100 millones de China o los 8.000 millones de Rusia.
Estas cifras son las que definen la situación actual del arsenal nuclear mundial. Pero para poder evaluar la perspectiva de futuro, es preciso conocer las directrices de los estados en cuanto a su estrategia nuclear, es decir la función que asignan a las armas nucleares en sus políticas de defensa. En este contexto será un elemento determinante la política nuclear de la nueva Administración norteamericana.
El presidente Biden tiene la oportunidad de revertir el clima de inestabilidad, tensión y desconfianza que suscitó la política nuclear de la Administración Trump. Efectivamente, durante el anterior mandato, el gobierno de EE. UU. decidió la retirada unilateral del Tratado INF (con Rusia), del acuerdo multilateral con Irán, anunció la no ratificación del Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares y, muy probablemente, no habría prorrogado el Tratado New Start, también con Rusia. También las directrices nucleares de la Administración Trump fueron un elemento clave de desestabilización: se admitía la posibilidad de uso de armas nucleares ante una agresión significativa no nuclear, no se descartaba la decisión de primer uso, se preveía la fabricación de nuevas armas menos potentes y por tanto, más fácilmente usables.
La política nuclear de China es suficientemente conocida y bastante menos alarmante: dispone de un número sorprendentemente pequeño de armas en comparación a las de EE. UU. o Rusia (tres centenares frente a cinco o seis miles), con el cual ya considera garantizada su defensa y asegura que nunca será el primero en usar armamento nuclear. El Reino Unido ha revisado una decisión del año 2010 que limitaba su reserva de armas nucleares hasta las 225 ojivas. A principios de 2021 el gobierno británico ha anunciado un nuevo límite en 260 ojivas. Una noticia poco alentadora.
Ojalá Joe Biden retome la vía de la limitación del armamento nuclear. De hecho, pocos días después de la toma de posesión de Biden, las dos partes ya acordaban la prórroga del New Start. Rusia se ha caracterizado siempre por no ser nunca el primero en retirarse de un tratado y en su insistencia sobre la necesidad y la conveniencia de los tratados.
La OTAN, en su última cumbre (junio 2021), ha señalado a China como una gran amenaza, que se sumará a la tradicional amenaza rusa. Si a esto añadimos las malas relaciones actuales entre EE. UU. y Rusia, la posibilidad de confrontación no es ilusoria. Al margen de un eventual conflicto, el peligro de desencadenar una guerra nuclear a causa de errores de interpretación, percepción o comunicación, siempre está presente (se han dado muchos episodios de este tipo que, afortunadamente, se han acabado resolviendo bien).
En la situación actual, la solución definitiva a todos estos riesgos es la adhesión de los estados al Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, aprobado por la ONU en 2017 y que ha entrado en vigor a principios de este 2021.