Artur Mas tiene razón al menos en una cosa. Está claro que la ciudadanía de Catalunya se pronunciará de un modo u otro a muy medio plazo sobre la independencia, ya sea de forma más o menos directa o subrepticia. El brusco giro secesionista desencadenado a raíz de la Diada de 2012 ya trazó como horizonte último desde el inicio del propio “proceso” el escenario inevitable de unas elecciones plebiscitarias que darían lugar a un Parlamento abocado a la proclamación unilateral de independencia. En este escenario, la comunidad internacional sería quien debería avalar el hecho y obligar al Gobierno español a negociar el “divorcio amistoso”. Este es cuando menos el “plan (no) oculto” de ERC, que hace acopio de razones a favor de la causa a medida que arrecia desde Madrid el tajante e invariable niet del impávido Mariano Rajoy.
Hoy este supuesto maximalista se vislumbra más que nunca, visto el irreductible enroque del poder central y el acopio de fuerzas de la insólita “alianza patriótica” aglutinada in extremis por el Presidente de la Generalitat. Ahora mismo, sin embargo, parece imposible poder resistir en las actuales circunstancias hasta la fecha mítica del 9 de noviembre de 2014. Una más de las múltiples fechas o hitos históricos que surgen de la efervescente factoría político-sentimental de Catalunya en momentos de vendaval o euforia. La espera será mucho más que incierta y difícil, una vez activado de forma casi litúrgica el mecanismo que confirma que ya no hay marcha atrás, haya o no consulta según lo acordado en Barcelona.
Una hoja de ruta en “crescendo”
Los comicios de hace un año actuaron de ensayo o anticipo del agitado nuevo escenario político de Catalunya, que con la formalización de los términos básicos de la consulta sobre la independencia (pregunta, fecha y procedimiento) ha entrado ahora en una nueva fase de aceleración máxima. El propio Artur Mas ha reiterado en TV3 que en el peor de los casos los ciudadanos de Catalunya se pronunciarán sobre la cuestión en unas elecciones autonómicas anticipadas o al final de la actual legislatura (noviembre de 2016). Sin olvidar la utilización de las europeas de 2014 y las municipales de 2015 en clave de crescendo secesionista. Una vez más, la perspectiva de un deterioro progresivo de la situación política e institucional en los próximos tres años, hasta derivar en una crisis constitucional en toda regla, se abre paso ya como una amenaza que trasciende las fronteras y ya ocupa la atención directa de las principales cancillerías de la eurozona.
El marco se ha movido con estricta fidelidad a la hoja de ruta diseñada por los cerebros del pinyol soberanista de CDC, expertos en explorar y hasta forzar las costuras de la ley, la lógica y el lenguaje para alcanzar el gran objetivo de decidir. La imponente foto de la Gran Coalición por la Autotederminación de Catalunya, liderada por Artur Mas, culmina provisionalmente el proceso político abierto por el propio presidente de la Generalitat a partir de la Diada de 2012 y consuma sin duda la tormentosa evolución de los acontecimientos desde el doloroso parto del Estatut de 2006 y la funesta sentencia de 2010. Las reacciones y la pompa del suceso revelan que no solo no es un hecho menor, sino que abre el camino eventualmente a hechos aún de mayor envergadura y trascendencia.
La impronunciabilidad de las siglas del flamante frente político (GCAC), respaldado por su peso ampliamente mayoritario en la representación parlamentaria, refleja acaso la arriesgada amalgama de fuerzas políticas coaligadas para conseguir una consulta sobre la independencia. Salta a la vista que la doble pregunta responde más a las sutilezas y convenciones impuestas por la heterogeneidad de ideas e intereses de los socios de la coalición, que a la estricta lógica de lo que plantean sus principales promotores. Es decir, independencia sí o sí. En todo caso, la diabólica doble pregunta en clave selectiva deja definitivamente al pie de los caballos al PSC de Pere Navarro, incapaz siquiera de controlar sus tuits. El histórico partido deambula definitivamente sin discurso ni destino en el proceloso “mainstream” orquestado por Junqueras y descrito con impecable acento por Mas, almirante de navío.
Desafío al “adversario”
A Artur Mas se le veía seguro, convencido y hasta desafiante ante el “adversario” (el Estado español, literalmente) frente a las cámaras de TV3, arropado por la majestuosa coreografía de estado de la Sala Torres-García del Palau de la Generalitat. Hace un año estaba prácticamente noqueado por el fiasco de su osada aventura en pos de una “mayoría excepcional” y hoy de nuevo parece aferrado al timón sin miedo a la tormenta ni el abordaje. La entrevista en directo reflejó todas sus habilidades dialécticas y expresivas, hasta el punto de presumir de sus dotes para los idiomas –“hands off”sonó de cine-, uno de los muchos aspectos en los que el presidente de la Generalitat pone en evidencia las limitaciones y carencias de Mariano Rajoy, incapaz de construir y trasladar un discurso atractivo y creíble incluso en su propio y único idioma.
La pavorosa pobreza de ideas y proyectos en la derecha española y la inteligentzia mesetaria en general, explica tal vez por qué estamos como estamos en Catalunya, en pleno éxtasis caudillista y patriótico con omnipresencia de banderas e himnos en lo que se presenta sin pudor alguno como la mayor gesta de Catalunya en tres siglos. Sic. Y con alarde de estrategia: El propio portavoz y conseller de Presidència burló a todos los medios invitándoles a esperar a fin de año para presentar la criatura del gran acuerdo, que casualmente --o no tanto-- nació coincidiendo con el histórico simposio histórico bautizado “España contra Catalunya”.
En todo caso, ni el mas analista visionario habría imaginado nunca a un dirigente nacionalista, de corte liberal y centrista, conjurado con los secesionistas de izquierdas (ERC), ex comunistas (ICV) y la nueva izquierda radical antisistema (CUP) para desafiar el statu quo de la cuarta potencia europea y forzar en última instancia la secesión y la virtual implosión del Estado español. El “adversario”, siempre según Mas, incapaz de moderar su seco despecho por las “economías subsidiadas” de España con su áspero “cuerpo a cuerpo” con Extremadura
En todo caso, Mas ha sido claro y rotundo al afirmar sin vacilar que votará por la independencia, de acuerdo con la consigna de su propio partido. La confesión urbi et orbi desmiente la neutralidad debida del President y confirma sobre qué sector del cuerpo social aspira a restablecer y defender su liderazgo, al mismo tiempo que cumple –asegura- sus funciones de Gobierno para todos los ciudadanos. Salta a la vista que Mas piensa defender su título frente a las aspiraciones presidenciales de Oriol Junqueras, actual favorito en los sondeos. Hay Mas, pese a quien pese.
Artur Mas tiene razón al menos en una cosa. Está claro que la ciudadanía de Catalunya se pronunciará de un modo u otro a muy medio plazo sobre la independencia, ya sea de forma más o menos directa o subrepticia. El brusco giro secesionista desencadenado a raíz de la Diada de 2012 ya trazó como horizonte último desde el inicio del propio “proceso” el escenario inevitable de unas elecciones plebiscitarias que darían lugar a un Parlamento abocado a la proclamación unilateral de independencia. En este escenario, la comunidad internacional sería quien debería avalar el hecho y obligar al Gobierno español a negociar el “divorcio amistoso”. Este es cuando menos el “plan (no) oculto” de ERC, que hace acopio de razones a favor de la causa a medida que arrecia desde Madrid el tajante e invariable niet del impávido Mariano Rajoy.
Hoy este supuesto maximalista se vislumbra más que nunca, visto el irreductible enroque del poder central y el acopio de fuerzas de la insólita “alianza patriótica” aglutinada in extremis por el Presidente de la Generalitat. Ahora mismo, sin embargo, parece imposible poder resistir en las actuales circunstancias hasta la fecha mítica del 9 de noviembre de 2014. Una más de las múltiples fechas o hitos históricos que surgen de la efervescente factoría político-sentimental de Catalunya en momentos de vendaval o euforia. La espera será mucho más que incierta y difícil, una vez activado de forma casi litúrgica el mecanismo que confirma que ya no hay marcha atrás, haya o no consulta según lo acordado en Barcelona.