Advierto que el título del artículo no tiene mucho que ver con lo que vendrá a continuación. Es un simple e ingenuo desiderátum para la Cataluña de los próximos años, en la que me gustaría que se dejara de hablar en términos tan excluyentes como los “nosotros” contra los “vosotros” que a menudo escuchamos en la calle y en los medios. Nosotros, los buenos, los del mandato popular, y vosotros, los agresores, los del 155, los colonizados, los represores, los golpistas. O nosotros, los buenos, los del respeto a la legalidad, y vosotros, los abducidos, los iluminados, los adoctrinadores, los golpistas.
Aventuro que nos espera una campaña crispada y dolorosa. De hecho, ya han empezado los primeros vómitos y delirios, en forma candidato amorrado a un surtido de alcachofas, y hasta el día 22 la fiebre no dejará de subir. Aconsejo a todo el mundo que se vacune contra el cólera. Una campaña no es momento para el deshielo, sino todo lo contrario, y por eso, y porque no volveré al teclado hasta pasadas las elecciones, prefiero olvidarla y centrarme en el día después.
Querría que a partir del 22 se empezaran a descolgar las banderas de los balcones (tengo la sensación de que algo de eso está ya sucediendo), y que sólo reaparecieran el 11 de septiembre o el 12 de octubre, según gustos. La mía estuvo saliendo al balcón puntualmente cada Diada durante treinta años o más. Ahora hace unos cuantos que reposa en un cajón y confieso que después de todo esto me costará rescatarla algún día.
Desearía que en Cataluña nos pasásemos una larga temporada sin vivir ninguna nueva jornada histórica. Real o teatral. Hablo del ámbito político. En el científico, el tecnológico, el educativo, el sanitario, el de los derechos humanos, en el cultural o en el deportivo, que lleguen tantos días de gloria como sea posible.
Me encantaría que la radio me volviese a sorprender por la mañana, como sucedía en mi tierna juventud. Que me despertara con una noticia de medio ambiente, de salud o de educación. Que me describiera la complejidad del mundo, con la diversidad de circunstancias y puntos de vista, que no me hiciera sentir obligado a parapetarme tras una trinchera a cada momento. Y que los tertulianos supieran hablar de algo que no fuera el monotema (¡se les ve tan perdidos en las pocas ocasiones que eso ocurre!). Hace años una tertulia radiofónica era una carta extensa y variada, más adelante pasó a ser un menú con unos pocos platos para elegir, y ahora llevamos más de un lustro con el mismo rancho diario, y eso no hay estómago que lo soporte.
Querría también que a partir del 22 de diciembre no deambulemos sobre dos realidades paralelas, la de la autonomía catalana real y la de la república catalana virtual. Cerremos Matrix. Y más teniendo en cuenta que en algún momento de las 48 horas de catarsis autocrítica no quiero recordar quién ni cómo reveló que en la moción del Parlament por la cual se había declarado la independencia en realidad se había hecho constar que no tenía efectos jurídicos. Entonces, si no fuimos república ni durante las escasas horas que tardó Madrid en aplicar el 155, ¿qué sentido tiene mantener la ficción de la presidencia en el exilio? [nota al margen: el 13 y 14 de noviembre fueron los días de la catarsis, entonces alguien dijo basta y se cortó de cuajo la autocrítica, pero hará falta no perder de vista todo lo afirmado en esos dos días].
Sería fantástico que se dejara de mezclar deporte y política de una puñetera vez. Que los campeones luzcan la bandera que quieran y aún mejor si no lucen ninguna; que dejen competir a la selección catalana de lo que sea en cualquier competición oficial internacional y que eso no tenga traducción política alguna. Y que dejemos en paz al minuto 17.14 de los partidos en el Camp Nou.
Querría que las lenguas nos unieran. Que todos tuviéramos claro que un idioma no identifica una ideología, ni un bando, ni un momento histórico. Es tan sólo un vehículo de comunicación y de expresión cultural. Que en el Parlament los partidos de derechas volvieran a hablar básicamente en catalán, como lo hacía el PP en tiempos del mismísimo Vidal-Quadras. Que no se cuestionara el catalán en la escuela ni la unidad de la lengua catalanovalencianabalear. Y que el español fuera entendido en Cataluña como una lengua de un enorme valor cultural, que también es nuestra y que además nos incluye en una comunidad de más de 400 millones de personas. Cataluña, en español, se escribe con ñ. Espanya, en català, s’escriu amb ny.
Estaría muy bien que Tv3 y Catalunya Ràdio informaran alguna vez de la avería de un tren en Cáceres o del atraso de una obra del corredor mediterráneo a su paso por Murcia. Quizás así entenderíamos que cada vez que nos golpea un pequeño infortunio no es a causa de un maquiavélico plan urdido desde el centro peninsular. Puede haber alguno, pero no todos los contratiempos tienen el mismo origen. O que informaran con la misma intensidad de las sentencias del TC favorables a la Generalitat (por ejemplo, la del reparto del dinero de la casilla social del IRPF) como lo hacen con las desfavorables. Y estaría muy bien que TVE y RNE informaran de las hostias cuando las hay, al margen de quien las reparta y quien las reciba, y de la corrupción, las prebendas y los mamoneos cuando los haya, que es casi siempre, al margen de quien los protagonice. Que aprendan... de La Sexta.
Querría que los medios de aquí y de allá pusieran el altavoz a las voces sensatas de allá y de aquí, y no a las excéntricas y grotescas. Querría que aquí dejáramos de confundir y equiparar los conceptos de Estado, gobierno y partido. Querría que allá hicieran avergonzar a quien es capaz de decir que un independentista no puede ser un buen católico. Querría que dejáramos y que dejaran de repartir carnés de demócratas.
Desearía una sociedad especialmente sensible en la defensa prioritaria de valores como diversidad, convivencia, respeto, cohesión, solidaridad, tolerancia, inclusión. Ninguna bandera, ningún himno, ninguna religión, ninguna procedencia ni ninguna ideología deberían estar por encima de estos valores.
Y querría, obviamente, que no hubiera presos vinculados a toda esta movida. Con presos de por medio esta modesta carta a los reyes (¡de Oriente!) pasa de utópica a impracticable. Antes del 1 de octubre ya escribí que haría falta una amnistía, penal y económica, y lo sigo pensando. Y la querría tan expeditiva como lo fue la convocatoria electoral. Que Puigdemont acepte los honores y beneficios de expresidente. Y que nadie le llame traidor ni cuelgue su foto cabeza abajo. En la Cataluña del XXI no hace falta un William Wallace. En la UE del XXI no desean ningún otro Boris Johnson.
Después de estas elecciones, ni vencedores ni vencidos, ni colonizados ni abducidos. Una comunidad. Un pueblo. Una sociedad. Diversa, tolerante, cohesionada e inclusiva. Y las calles, que vuelvan a ser –si es que en algún momento dejaron de serlo– de todas y de todos.