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Catalunya no se lo merece

Iniciamos el cuarto año de huida hacia adelante con el objetivo último y no confeso, por parte del partido hegemónico, de resistir como sea, de rehacer el espacio perdido y de volver al añorado confort de los 68 escaños. CDC ya conoció siete años de penosa travesía del desierto, en los que vio peligrar su hegemonía política y social, y por ende su supervivencia, y como Scarlett O'Hara juró que nunca más volvería a pasar hambre. El llamado proceso no se inicia en junio de 2010, con la sentencia trituradora del Estatut, sino dos años más tarde, cuando Mas decide que está hasta las narices de aguantar la soberbia del PP, con cuyo apoyo gobernó todo 2011 (con posterioridad a la sentencia del TC, hay que recordarlo porque encaja mal con el relato oficial), y pone en marcha toda la maquinaria necesaria para promover una Diada apabullante que le brinde la excusa necesaria para, previa demanda imposible de concierto fiscal, abortar la legislatura y convocar elecciones. La voluntad del pueblo tenía que ser, se recordará, restituir a CiU una mayoría que llamaron excepcional (cuando querían decir natural).

Como se sabe, no hubo tal mayoría, sino que lo que quiso el pueblo fue recortarla aún más, pero paradójicamente ese fracaso imposibilitó la marcha atrás. La sociedad catalana, ciertamente, se había movido, gracias sobre todo al trabajo de propaganda inversa realizado por los poderes mesetarios, y a ese revés en las urnas se fue sumando el descrédito de las causas judiciales, las sedes embargadas y las confesiones insospechadas. Retroceder en ese contexto hubiera sido servirle la hegemonía en bandeja a ERC, que por otro lado es posible que no la haya querido jamás. Había, pues, que seguir adelante, como fuera, abrazando la causa indepe de corazón o de boquilla (me remito a las declaraciones de Oriol Amat a un diario alemán unos días antes del 27S) y, como mal menor, prepararse para compartir la repartidora con un personal que no era de su estricta confianza.

Y así es como a lo largo de estos años hemos visto todo tipo de piruetas vestidas de jornadas históricas, que por el momento sólo han servido para ganar tiempo. Siempre que ha parecido que llegaba el día del juicio final, y ante el temor de que acabara en condena, la sofisticada organización hegemónica ha sabido encontrar la forma de posponerlo. La imaginación al poder, se decía en mayo del 68 en París. En la Catalunya actual, la imaginación ya ha llegado al poder, y básicamente sirve para retenerlo. Es sabido que el hambre agudiza el ingenio. El recuerdo de los tiempos de hambre y el instinto de supervivencia también.

En 2014, aprovechando todo aquello del tricentenario, Catalunya debía de ser un nuevo Estado de Europa, ¿lo recuerdan? Así lo venían diciendo, y hubo mucha gente que lo creyó. Era tan sencillo como ponerse de acuerdo entre las fuerzas parlamentarias para hacer un referéndum y que saliera sí. Y con lo del referéndum nos tuvieron todo un año bien entretenidos, el que va desde la Diada de 2013 (la de la sardana colectiva por el litoral, lo digo así como participante que fui), el acuerdo solemne para la pregunta inclusiva, los discursos no menos grandilocuentes sobre la creación de estructuras de Estado, etc., hasta llegar al 9N. Llegados a este punto se deja de lado el referéndum y se saca de la chistera una consulta de cartón piedra, que inicialmente genera una descomunal sensación de estafa entre las tropas republicanas, si bien los de Junqueras no tardan en bajar la cabeza y sumarse a la función. La siempre inestimable contribución de la miopía mesetaria (que responde a otras dinámicas) hace el resto, transformando, vía querella, en épico lo que era renuncia, y en estampa de martirologio lo que era jugada de trilero. Con razón los fiscales catalanes no la querían poner.

Otro año entretenidos, el que va del 9N2014 al 27S2015, fundamentalmente gracias una convocatoria electoral anticipada de nueve meses, el tiempo de cocción óptimo para doblegar las resistencias republicanas a integrarse en una lista única. El chantaje emocional de los poseedores del relato (la independencia no se puede hacer sin Convergencia y tú serás el culpable de que Convergencia marche y el proceso fracase) sirvió entonces y ha vuelto a servir ahora.

El 27S tenía que ser, o así se nos explicó, el referéndum que no nos habían dejado hacer legalmente el año anterior, el camino que nos llevaría a la plenitud nacional. Pero tampoco en 2015 Catalunya ha alcanzado la independencia, ni está más cerca de ella, en esencia porque el referéndum encubierto se pierde. Las fuerzas del sí no suman más de la mitad de los votos, por lo que la misma noche del 27S aquello deja de ser un plebiscito y se convierte en unas elecciones plebiscitarias, fenomenal giro semántico salido de algún cerebro privilegiado de la calle Córcega que permite dejar de valorar las papeletas y concentrarse en esos preciosos escaños que garantizan el control de la repartidora. Y, remachando el clavo, quienes proclamaban que aquello era un referéndum no sólo lo diluyen sino que reprochan a quienes lo negaban que tengan la poca vergüenza de no aceptar la lectura en clave autonómica de los resultados. ¿Qué no decíais que eran unas autonómicas? Y así es como el “mandato inequívoco surgido de las urnas” ya no emana del 48% de los votos, sino de los 72 escaños.

O sea que todo encarrilado para seguir pedaleando, pero surge el inesperado escollo de la CUP, más resistente y rocoso de lo previsto. Y para salvarlo ha hecho falta el doloroso sacrificio de la reina madre, que ya ha dejado claro que espera ser recuperada cuando su peón llegue al final del tablero. Nota al margen: habrá que ver si Puigdemont es un disciplinado y dócil Medvedev, que durante unos años le mantuvo la silla calentita a Putin, o un ambicioso y desagradecido Paco Camps, a quien Zaplana también dejó la silla en préstamo y después no la devolvió. Me inclino por la primera hipótesis.

En los últimos tres meses, pues, hemos asistido a una partida de ajedrez entre dos mundos antagónicos e irreconciliables, el business friendly y el antisistema, ninguno de los dos quería perderla pero tampoco quería ganarla haciendo daño al otro, para no dar ventaja a otros jugadores del campeonato, y al final ha acabado en unas supuestas tablas nuevamente trufadas por la imaginación: unos sacrifican su reina (Mas) a cambio de la reina de los otros (la asamblea, la puridad), y se encomiendan a una estabilidad parlamentaria inverosímil, porque ningún documento de un folio reconcilia dos mundos tan enfrentados. La partida continúa, soterrada, y aflorará de nuevo el día que haya una nueva carga policial, una nueva muerta en prisión en extrañas circunstancias, un nuevo juicio a una activista detenida (el uso del femenino es aquí imprescindible), un nuevo tijeretazo al presupuesto social, una nueva concesión al capital depredador o un nuevo escándalo de corrupción. O cuando se ponga en evidencia lo que el convergente Francesc Homs declaró en un ataque de sinceridad durante la pasada campaña electoral: “Tenemos mayoría suficiente para iniciar el proceso pero dudo que la tengamos para terminarlo” (traducido: lo que tenemos es mayoría para seguir mandando).

Si algo hemos aprendido es que el camino se escribe día a día y que los pilotos tienen una inventiva asombrosa. De momento la buena noticia para mucha gente (los que conservan el control y los que conservan la ilusión) es que se han ganado unos meses más y que el proceso puede continuar hasta la próxima parada. Y si todo va bien, puede que no haya que sacar un nuevo conejo de la chistera ¡hasta mediados de 2017! En los tiempos que corren 18 meses más de vida son una eternidad. Y seguro que Madrid ayudará, siempre está ahí cuando se la necesita para dar con una buena coartada que justifique un giro inesperado en la hoja de ruta.

Hay una mala noticia, claro está, para los que piensan, como el cupero Xavier Monge o el periodista Rafael Jorba (que obviamente no están solos), que el proceso es el mayor fraude de la historia política catalana. Yo seré menos categórico, ya que la equivocación forma parte de la existencia, pero diré también que en los últimos cuatro años el principal proceso político que he visto tiene más que ver con la agonía de un partido que se resiste con uñas y dientes a perder la hegemonía que con ningún anhelo soberanista popular (que es evidente que también está ahí y ha ido a más). Y la mala noticia es que con el paso dado por la CUP, como antes el de ERC, lo único que se consigue es alargar esta agonía y sufrimiento. Y eso, como diría Ferrusola, Catalunya no se lo merece.

Iniciamos el cuarto año de huida hacia adelante con el objetivo último y no confeso, por parte del partido hegemónico, de resistir como sea, de rehacer el espacio perdido y de volver al añorado confort de los 68 escaños. CDC ya conoció siete años de penosa travesía del desierto, en los que vio peligrar su hegemonía política y social, y por ende su supervivencia, y como Scarlett O'Hara juró que nunca más volvería a pasar hambre. El llamado proceso no se inicia en junio de 2010, con la sentencia trituradora del Estatut, sino dos años más tarde, cuando Mas decide que está hasta las narices de aguantar la soberbia del PP, con cuyo apoyo gobernó todo 2011 (con posterioridad a la sentencia del TC, hay que recordarlo porque encaja mal con el relato oficial), y pone en marcha toda la maquinaria necesaria para promover una Diada apabullante que le brinde la excusa necesaria para, previa demanda imposible de concierto fiscal, abortar la legislatura y convocar elecciones. La voluntad del pueblo tenía que ser, se recordará, restituir a CiU una mayoría que llamaron excepcional (cuando querían decir natural).

Como se sabe, no hubo tal mayoría, sino que lo que quiso el pueblo fue recortarla aún más, pero paradójicamente ese fracaso imposibilitó la marcha atrás. La sociedad catalana, ciertamente, se había movido, gracias sobre todo al trabajo de propaganda inversa realizado por los poderes mesetarios, y a ese revés en las urnas se fue sumando el descrédito de las causas judiciales, las sedes embargadas y las confesiones insospechadas. Retroceder en ese contexto hubiera sido servirle la hegemonía en bandeja a ERC, que por otro lado es posible que no la haya querido jamás. Había, pues, que seguir adelante, como fuera, abrazando la causa indepe de corazón o de boquilla (me remito a las declaraciones de Oriol Amat a un diario alemán unos días antes del 27S) y, como mal menor, prepararse para compartir la repartidora con un personal que no era de su estricta confianza.