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Las diez claves que explican la Via Catalana

Cataluña vivirá este miércoles, 11 de septiembre, una nueva muestra de la extraordinaria capacidad de movilización de los sectores de la sociedad catalana que defienden la independencia. Después de la gigantesca manifestación de la Diada del 2012, la cadena humana que enlazará toda Cataluña pretende ser, según sus organizadores, un paso más en la reivindicación de un Estado propio para Catalunya. La llamada Via Catalana, -más de 300.000 personas dándose la mano a lo largo de 400 kilómetros- intentará ofrecer a España y al mundo una imagen de determinación en la defensa de la independencia. Pero más allá de la imagen, existe un complejo fondo social y político que resumimos en diez claves:

1. La nueva hegemonía: El soberanismo ocupa el espacio central de la política catalana que durante décadas había protagonizado el catalanismo. Es el único proyecto político claro y definido en Catalunya; con capacidad de movilización y de generar esperanza. No es una invención política. Todo lo contrario. Es un movimiento muy profundo, liderado desde la sociedad civil y seguido desde la política por cálculos electorales. Una parte importante de las nuevas generaciones defienden la independencia de la misma forma que sus padres y abuelos clamaban por la “llibertat, amnistia i Estatut d’autonomia”. Y precisamente para muchos de quienes vivieron la Transición y los intentos fallidos de encontrar un nuevo encaje de Catalunya en España, la independencia significa la posibilidad del reset, de empezar de nuevo. La posibilidad de alejarse de la degradación que sufren las instituciones del Estado.

2. Derecho a decidir: El porcentaje de ciudadanos que se muestra favorable a la independencia ha crecido de forma muy rápida en los últimos años y ya supera el 50%, pero, según todas las encuestas, es mucho más amplio el consenso en torno al ‘derecho a decidir’ (70%). Es un movimiento transversal que no admite el análisis simplista de atribuirlo a la estrategia del nacionalismo conservador. Es más, en la cadena humana de vía catalana existirá una notable presencia de los sectores tradicionales de la izquierda. El deseo de ‘decidir’ ha alcanzado tal fuerza en Cataluña que resultará muy difícil ‘reconducirlo’ hacia cualquier pregunta que no pase por la opción de independencia ‘si’ o ‘no’. De aquí la extrema dificultad de los recién iniciados contactos entre los negociadores de Mas y Rajoy.

3. Los planes de Mas. El presidente de la Generalitat acaba de revelar su plan B: Si no se consigue un acuerdo con el Estado para celebrar una consulta acordada, piensa agotar la legislatura y convertir las elecciones del 2016 en un plebiscito. Mas ya lo intentó en el 2012 cuando pidió una “mayoría excepcional” para liderar el proceso hacia la independencia. Leyó en clave oportunista la gran manifestación del 11 de septiembre. Perdió el plebiscito y buena parte de su credibilidad. Quedó desautorizado y desde entonces, en las encuestas, su formación, CiU, pierde fuerza. Ahora está atrapado. Por una parte sufre la presión de ERC, que le sostiene en el Gobierno, y de las entidades que lideran la movilización ciudadana. Por la otra, sus socios de UDC y los poderes económicos intentan reconducir una dinámica que ven ya ‘fuera de control’.

4. La presión de 1714. Mas intenta ganar tiempo mientras busca una salida. Recurre a la tradicional ambigüedad de CiU. Un día frena y retrasa el desenlace al 2016 y al día siguiente proclama que la consulta se celebrará el 2014, “sí o sí”. Pero Mas se enfrenta a una dinámica inédita hasta ahora. El liderazgo de la movilización, que él alentó desde el poder, ya tiene ‘vida propia’. Y un calendario marcado por una fecha mítica, el 11 de setiembre de 1714, cuando, según el relato histórico, Cataluña perdió sus libertades a manos del absolutismo borbónico. Si durante el próximo año, cuando se cumplen 300 de la derrota, no se celebra la consulta, la sociedad que se ha movilizado sentirá una notable frustración que, sin duda, tendrá repercusiones políticas.

5. La pluralidad: Cuando una parte de la sociedad está hipermovilizada puede crearse la percepción de que existe una mayoría “excepcional” (en palabras de Mas) o, peor, que ha desaparecido la pluralidad y la diversidad en beneficio de un objetivo compartido por todos. No es así. Dentro de los sectores soberanistas la pluralidad es extraordinaria. Y no digamos en el conjunto de la sociedad. Frente al independentismo, surge una visión ‘unionista’ conservadora encabezada por el Partido Popular y Ciutadans. Y, también, un amplio desconcierto en partidos de vocación transversal y progresista, como ICV y, especialmente, el PSC. El discurso del ‘unionismo’ adquiere el carácter de ‘resistencia’ porque no ofrece a la sociedad otra alternativa que el mantenimiento del ‘status quo’. El desconcierto merece un capitulo aparte.

6. El desconcierto. Frente a la fuerza del soberanismo, los partidos que defienden una nueva relación entre Cataluña y España, el viejo sueño del catalanismo, no consiguen ofrecer una alternativa creíble. El federalismo aparece como una opción ya superada. En el fondo, este era el espíritu del Estatut que desbarató el PP con su recurso ante el Constitucional. Las energías que Cataluña quemó con el Estatut son hoy un mal recuerdo para la mayoría de los catalanes. El PSC se aferra a la opción federal como una fórmula para mantener unidas a sus dos almas, la cada vez más soberanista y la cada vez más unionista. Es una misión imposible que convierte a su secretario general, Pere Navarro, en un equilibrista sin red. El PSC ha dado un paso trascendental en su historia al apoyar el ‘derecho a decidir’ pese a la oposición del PSOE, pero ni así ha logrado el consenso interno.

7. La agenda social. Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) apoya el ‘derecho a decidir’ pero vincula el posible camino hacia la independencia a la constitución de un Estado más justo y solidario. La Candidatura d'Unitat Popular (CUP) defiende la independencia, pero desde una concepción radicalmente de izquierdas, al igual que el reciente Procés Constituent, el movimiento que lideran Arcadi Oliveres y Teresa Forcades. En definitiva, una parte del movimiento soberanista ve en la independencia la posibilidad de revisar las bases del actual sistema económico y social. El camino de regeneración democrática y de combate contra la corrupción. Unos objetivos alejados del soberanismo que encarna CDC.

8. Los silencios. Independentismo, unionismo, desconcierto… y silencios. Una parte de la sociedad catalana ha optado por el silencio. Voluntario o forzado. El discurso del soberanismo tiene una extraordinaria fuerza en la mayoría de los medios catalanes. Y, en frente, existe el bombardeo constante de la caverna mediática. En medio, las voces con más matices desaparecen, se diluyen. Resulta más fácil el juego de la confrontación de los ‘discursos únicos’, en Cataluña y en España. Por eso, una parte de las voces que podrían aportar unas necesarias dosis de sensatez han decidido callar o se han quedado sin plataforma para expresarse. De la misma forma, en un panorama mediático dominado por el debate Catalunya-España, una parte importante de la realidad también desaparece de escena. Los recortes, la pobreza creciente, la corrupción, la pérdida de derechos… pasan a un segundo plano.

9. La perplejidad. Independentismo, unionismo, desconcierto, silencios… y perplejidad. Una parte de la sociedad catalana asiste perpleja a los excesos y salidas de tono en la política y en los medios de comunicación. En un ejercicio de irresponsabilidad que sólo el civismo y la madurez de la mayoría evita que se transforme en confrontación. Y perplejidad también por las actitudes ‘excluyentes’ en un país de tradición ‘inclusiva’. Perplejidad por una vida parlamentaria en la que el ‘líder de la oposición’ es el socio de Gobierno. Perplejidad, en definitiva, por la ruptura de consensos básicos de nuestra historia reciente.

10. Sin respuesta. Una de las claves del independentismo está en el sentimiento de agravio y frustración por el trato recibido por parte del Estado. Pues bien, lejos de rectificar, desde el Gobierno del PP, y de su entorno mediático, no paran de lanzarse mensajes en contra de las aspiraciones de una parte importante de la sociedad catalana. El partido que dinamitó el último gran intento de acuerdo entre Cataluña y España, el Estatut, difícilmente puede recomponer las relaciones rotas. Y el PSOE, desde su complejidad territorial, tampoco logra ofrecer un federalismo que pueda constituir una ‘tercera vía’ que evite el choque de trenes entre nacionalismos. En definitiva, un complejo laberinto que precisa una salida democrática.

Cataluña vivirá este miércoles, 11 de septiembre, una nueva muestra de la extraordinaria capacidad de movilización de los sectores de la sociedad catalana que defienden la independencia. Después de la gigantesca manifestación de la Diada del 2012, la cadena humana que enlazará toda Cataluña pretende ser, según sus organizadores, un paso más en la reivindicación de un Estado propio para Catalunya. La llamada Via Catalana, -más de 300.000 personas dándose la mano a lo largo de 400 kilómetros- intentará ofrecer a España y al mundo una imagen de determinación en la defensa de la independencia. Pero más allá de la imagen, existe un complejo fondo social y político que resumimos en diez claves:

1. La nueva hegemonía: El soberanismo ocupa el espacio central de la política catalana que durante décadas había protagonizado el catalanismo. Es el único proyecto político claro y definido en Catalunya; con capacidad de movilización y de generar esperanza. No es una invención política. Todo lo contrario. Es un movimiento muy profundo, liderado desde la sociedad civil y seguido desde la política por cálculos electorales. Una parte importante de las nuevas generaciones defienden la independencia de la misma forma que sus padres y abuelos clamaban por la “llibertat, amnistia i Estatut d’autonomia”. Y precisamente para muchos de quienes vivieron la Transición y los intentos fallidos de encontrar un nuevo encaje de Catalunya en España, la independencia significa la posibilidad del reset, de empezar de nuevo. La posibilidad de alejarse de la degradación que sufren las instituciones del Estado.