Jordi Pujol es el primero en saber que su confesión ha generado un profundo sentimiento de estafa moral e intelectual entre cientos de miles de catalanes. Mientras escribía el principal relato político de la Catalunya contemporánea, Jordi Pujol mantenía importantes fondos en paraísos fiscales. Mientras basaba su liderazgo en un discurso de principios y valores, tuvo durante más de treinta años fondos ocultos a la hacienda pública. Jordi Pujol se dirige ahora a “los que se han sentido defraudados en su confianza”; habla de “dolor” y pide perdón. Porque sabe que el día 25 de julio del 2014, el día de su confesión, se ha roto uno de los grandes espejos en el que una parte de Catalunya se miró durante décadas.
Jordi Pujol significó la resistencia de cierta pequeña burguesía catalana al franquismo; fue una pieza clave en la construcción del ideario catalanista y creó el movimiento nacionalista que, con su hegemonía, le mantuvo 23 años en la presidencia de la Generalitat. Fue, en definitiva, un líder político e ideológico decisivo en la configuración de la Catalunya contemporánea. Tanto es así, que sin su tránsito intelectual del autonomismo al independentismo no se entiende en toda su dimensión el proceso que vive Catalunya en los últimos años.
Ahora ya no es posible hablar de los hijos díscolos de un padre entregado al país, a la patria. Porque ahora es el padre de los siete hijos y también de una determinada Catalunya el que ha confesado ser el único responsable de lo publicado hasta ahora y de lo que está por venir. ¿Y qué ocurrirá ahora con esa autoridad moral que cientos de miles de catalanes de diversas generaciones habían otorgado a Jordi Pujol? De momento, existe un sentimiento de vacío, de desconcierto, que aún es imposible calibrar en toda su dimensión.
El presidente de la Generalitat, Artur Mas, se ha apresurado a decir que era un tema familiar que nada tenía que ver con Convergència Democràtica de Catalunya, el partido-movimiento creado por Jordi Pujol en 1978. Pero Mas sabe que no es así. Pujol es el gran referente del partido y, especialmente, de su base social. Su confesión es un duro golpe en el peor momento, cuando el proceso soberanista entra en una de sus fases decisivas.
Podría decirse que la confesión certifica el fin del pujolismo y sirve para pasar página de una historia superada, como si se arrojara lastre para emprender la nueva etapa política sin hipotecas del pasado. No es así. Una parte importante de la sociedad catalana ha emprendido el viaje al independentismo desde la estación del nacionalismo y el catalanismo que construyó el propio Jordi Pujol, uno de sus principales espejos donde mirarse, uno de sus referentes morales, ideológicos y políticos. Por eso, su confesión remueve los cimientos del pasado, pero también del futuro.
Jordi Pujol es el primero en saber que su confesión ha generado un profundo sentimiento de estafa moral e intelectual entre cientos de miles de catalanes. Mientras escribía el principal relato político de la Catalunya contemporánea, Jordi Pujol mantenía importantes fondos en paraísos fiscales. Mientras basaba su liderazgo en un discurso de principios y valores, tuvo durante más de treinta años fondos ocultos a la hacienda pública. Jordi Pujol se dirige ahora a “los que se han sentido defraudados en su confianza”; habla de “dolor” y pide perdón. Porque sabe que el día 25 de julio del 2014, el día de su confesión, se ha roto uno de los grandes espejos en el que una parte de Catalunya se miró durante décadas.
Jordi Pujol significó la resistencia de cierta pequeña burguesía catalana al franquismo; fue una pieza clave en la construcción del ideario catalanista y creó el movimiento nacionalista que, con su hegemonía, le mantuvo 23 años en la presidencia de la Generalitat. Fue, en definitiva, un líder político e ideológico decisivo en la configuración de la Catalunya contemporánea. Tanto es así, que sin su tránsito intelectual del autonomismo al independentismo no se entiende en toda su dimensión el proceso que vive Catalunya en los últimos años.