El jueves 11 de Febrero el nuevo Conseller de Salut, Toni Comín, intervino por primera vez en comisión parlamentaria. Sin mucha expectación más allá del ámbito, Comín inauguraba esta corta legislatura de 17 meses que, al menos en el terreno de salud y a razón de su intervención, corre el riesgo de ser más continuismo sociovergente. En un discurso intencionadamente ambiguo, superficial, con el ánimo de seducir, Comín primero nos habló del derecho fundamental y universal de la salud, de determinantes, de desigualdad social y económica, de salud pública y de salud en todas las políticas. Todo, sin hacer ni una triste alusión a la acelerada y preocupante mercantilización del sistema. Ni una mención tampoco a la salud de las trabajadoras y la precarización. Y por supuesto, ni una sola cita sobre salud y género. Como le diría Benedetti: Conseller, “no me ensucie las palabras”. Si lo que pretendemos es -como repitió en varias ocasiones- un modelo de salud público (bueno, de su definición de “lo público”), de excelencia, más humano, más equitativo, de más calidad y más centrado en la atención primaria, la promoción y la prevención de la salud, no nos van a servir palabras ni discursos vacíos de contenido y carentes de análisis y contexto.
Comín también nos habló de transparencia, de participación, de modelo asistencial y de modelo de gestión. Básicamente nos habló de futuro, porque ciertos aspectos del pasado -cercano y no tan cercano- parece que prefirió no mencionarlos. Tal vez fue porque ahora “no toca”, tal vez lo hará más adelante, pero es preocupante que el nuevo Conseller de salud pretenda mirar al futuro sin mirar la historia; sin analizar y pensar qué ha pasado, cómo, porqué, dónde y con quién. Porque antes de hablarnos de futuro, quizás Toni Comín debería al menos reconocer el sufrimiento que las políticas de austeridad han causado estos últimos cuatro años. ¿Sería demasiado pedir perdón? Tras las camas recortadas, los servicios cerrados y los quirófanos clausurados ha habido dolor, angustia, vidas y sobretodo, personas y familias que merecen reconocimiento y una disculpa. Pero para eso, le haría falta a Comín un análisis de fondo, un análisis de las causas de las causas, un análisis que no ha hecho y que todo apunta a que no va a hacer.
Porque a medida que avanzaba, el discurso abundaba lagunas e incoherencias. Sorprende por ejemplo, que nos remarcara la nueva orientación de la Consellería, centrada en la transparencia y la participación, cuando hace tan solo diez días, ha dejado progresar, sin el debate necesario, el proyecto VISC+. Y cuando, para colmo, ha nombrado como número dos del Servei Català de la Salut al mismo que se encargó de diseñarlo. Es preocupante que considere las listas de espera como un problema consustancial del sistema público. En el camino hacia la excelencia, la mayor calidad y a ofrecer el mejor de los servicios públicos, el objetivo debería ser la eliminación completa de la listas de espera. Lo contrario, es aceptar el deterioro de lo público y es favorecer directa e indirectamente al capital privado. Los tiempos máximos garantizados son un arma de doble filo si no dotamos a la sanidad pública de los recursos adecuados para hacer frente a las necesidades de la población. Preocupa igual su visión light del uso de los recursos públicos por parte de entidades y empresas privadas con ánimo de lucro. Sobre la presencia de Barnaclínic, poca crítica y vagas promesas. Pero sobre todo alarma que recurra nuevamente al clásico “estamos infrafinanciados por culpa de España”. Sr. Comín: uno de los problemas del sistema de salud catalán es su financación, sí. Pero el principal problema es como se distribuye esa financiación.
Para Toni Comín a nuestro modelo de salud parece que le faltan cuatro -o cinco- arreglos estéticos más que éticos. Es innegable que el “plan” es prometedor: orientarse en las desigualdades sociales, centrar el sistema en la atención primaria, comunitaria y en la prevención y promoción de la salud son cambios absolutamente necesarios y urgentes. “Echar a las privadas con ánimo de lucro” del sistema es igualmente indispensable. Pero se hace difícil combinar estas intenciones con la alabanza al modelo que se ha desarrollado y organizado desde 1981. La privatización del sistema catalán de salud es el resultado de una mercantilización más o menos sutil, invisible, lenta y progresiva, que tiene su origen en el discurso neoliberal que entiende al mercado como el gestor más eficiente de los recursos y que finalmente traslada los conceptos de paciente a cliente y de servicio a producto. El problema está en el origen, en la LOSC, en su reforma y en la constitución del SISCAT integrado e integral. Las formas en que la mercantilización han permeado y atravesado el sistema son diversas y van desde el aumento de las licitaciones, conciertos y subcontrataciones a la diversificación de un amplio mercado sanitario con entidades de diferentes formas de titularidad y gestión, en el que abundan distintos modos de colaboración público-privada, gestiones privadas de lo público, participaciones mixtas y otras alianzas. Es también mercantilización este paradigma fundamentalmente biomédico que orienta el sistema, centrado en la enfermedad y la actividad hospitalaria y biotecnológica. Un sistema que tradicionalmente ha infradesarrollado los ámbitos de atención primaria, comunitaria, de prevención y promoción de salud. El problema de fondo de la atención primaria está en gran parte en el modelo por el que se felicita. No es casualidad que haya estado históricamente infrafinanciada y que en tiempos de crisis la distribución del presupuesto la haya castigado mucho más que a la atención especializada.
Es de señalar, además, que esta orientación mercantil, esta diversificación que la sociovergencia ha permitido y potenciado es la que favorece en general a las grandes corporaciones sanitarias y especialmente aquí en Catalunya a una selecta élite sanitaria catalana: esa que se mueve entre las puertas giratorias, entre lo público, lo privado y lo concertado. El problema no está solamente en las privadas con lucro. Está también en las privadas sin ánimo de lucro y en las empresas y consorcios públicos. Es este modelo de diversificación el que se ha caracterizado por la opacidad, el que ha permitido la corrupción, el que ha visto como progresivamente se avanzaba hacia un sistema de dos velocidades y el que ha permitido que la privadas hayan tenido cada vez una mayor presencia. No será el modelo que garantizará el derecho universal a la salud. No bastará con más transparencia y control (la historia nos lo ha demostrado), ni con echar fuera el ánimo lucro y devolvernos la sanidad universal (que igualmente estaremos atentas a que lo haga!). Deberá devolver a manos públicas, totalmente públicas, lo que el jueves reconoció que era de todas. La salud es un derecho, el sistema de salud debería ser un bien común. Devuélvanos todos los recursos -y sobretodo su gestión- para garantizar que no necesitaremos de ningún ente privado, ni de ninguna alianza que nos “ayude”.
El sistema requiere de más cambios éticos que estéticos. Más de fondo que de formas. Sí, Toni Comín, hace falta redefinir de nuevo el modelo, porque la mercantilización compromete el sistema, su calidad, su excelencia, el acceso, los resultados y amenaza el principio esencial de equidad. Tenemos un modelo con infinidad de virtudes, por supuesto. Pero con una larga lista de problemas de fondo que es preciso conocer y llevar al debate social.
Este texto no hubiera sido posible sin los imprescindibles comentarios de Clara Valverde. Gracias.
El jueves 11 de Febrero el nuevo Conseller de Salut, Toni Comín, intervino por primera vez en comisión parlamentaria. Sin mucha expectación más allá del ámbito, Comín inauguraba esta corta legislatura de 17 meses que, al menos en el terreno de salud y a razón de su intervención, corre el riesgo de ser más continuismo sociovergente. En un discurso intencionadamente ambiguo, superficial, con el ánimo de seducir, Comín primero nos habló del derecho fundamental y universal de la salud, de determinantes, de desigualdad social y económica, de salud pública y de salud en todas las políticas. Todo, sin hacer ni una triste alusión a la acelerada y preocupante mercantilización del sistema. Ni una mención tampoco a la salud de las trabajadoras y la precarización. Y por supuesto, ni una sola cita sobre salud y género. Como le diría Benedetti: Conseller, “no me ensucie las palabras”. Si lo que pretendemos es -como repitió en varias ocasiones- un modelo de salud público (bueno, de su definición de “lo público”), de excelencia, más humano, más equitativo, de más calidad y más centrado en la atención primaria, la promoción y la prevención de la salud, no nos van a servir palabras ni discursos vacíos de contenido y carentes de análisis y contexto.
Comín también nos habló de transparencia, de participación, de modelo asistencial y de modelo de gestión. Básicamente nos habló de futuro, porque ciertos aspectos del pasado -cercano y no tan cercano- parece que prefirió no mencionarlos. Tal vez fue porque ahora “no toca”, tal vez lo hará más adelante, pero es preocupante que el nuevo Conseller de salud pretenda mirar al futuro sin mirar la historia; sin analizar y pensar qué ha pasado, cómo, porqué, dónde y con quién. Porque antes de hablarnos de futuro, quizás Toni Comín debería al menos reconocer el sufrimiento que las políticas de austeridad han causado estos últimos cuatro años. ¿Sería demasiado pedir perdón? Tras las camas recortadas, los servicios cerrados y los quirófanos clausurados ha habido dolor, angustia, vidas y sobretodo, personas y familias que merecen reconocimiento y una disculpa. Pero para eso, le haría falta a Comín un análisis de fondo, un análisis de las causas de las causas, un análisis que no ha hecho y que todo apunta a que no va a hacer.