Los vaticinios se han confirmado: la coalición formada por conservadores y socialistas en el gobierno de Grecia no ha logrado la mayoría parlamentaria que necesitaba para la elección del nuevo presidente de la República (el rey Constantino de Grecia, hermano de la reina Sofía de España, fue destronado hace tiempo por un referéndum, en 1973, a raíz de su connivencia con la anterior dictadura de los coroneles). El gobierno puesto en minoría ha convocado el 25 de enero elecciones legislativas anticipadas. Todas las encuestas prevén una insólita victoria de la coalición de izquierda alternativa Syriza, como respuesta del país más castigado por los recortes sociales impuestos a cambio del rescate financiero de la troica (Unión Europea, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional). Un país miembro de la Unión Europea puede ser gobernado por primera vez por un gobierno de izquierda opuesto a las condiciones draconianas del rescate financiero y del retorno de la deuda, es decir por la manera como los conservadores y los socialistas han gestionado la crisis hasta ahora, no solo en Grecia.
El ministro de Finanzas “en la sombra” de la coalición Syriza, el catedrático de Economía Iorgos Stathakis, declaraba esta misma semana en un diario barcelonés: “Ningún demócrata puede temer las elecciones. Si Syriza gana ayudará a impulsar el cambio político que comienza en España. Es muy buena noticia el auge de Podemos. Si gana Syriza, supondrá una ayuda para muchos europeos, aunque no sean de izquierdas. Porque la política de austeridad obviamente no funciona. Creo que ayudaremos a que se replantee todo, más medidas expansivas, que el BCE apueste por la expansión cuantitativa. También Italia y Francia están sometidas a mucha presión”.
No deja de ser revelador que la alternativa de gobierno a la política de recortes dictada por la hegemonía alemana en toda la Unión Europea pueda provenir de los vilipendiados países del sur del continente, tratados hasta hace poco de PIGS (en inglés “Portugal, Italy, Greece and Spain”IGS). El sur casi siempre aparece como la región más atrasada, tópica, irredenta y despeinada, por no decir ociosa y deprimida, en comparación con la racionalidad de los nortes industriosos y ordenados. Tal vez sí que el sur sea más amante del debate, la plaza y el encuentro, más vitalista, instintivo, turbulento, indisciplinado y refractario a la estricta observancia de la norma inflexible. No significa que sea holgazán ni dilapidador, como han afirmado los medios de comunicación más conservadores de los países nórdicos.
Los griegos han demostrado saber reconstruir ruinas, edificar de nuevo sobre ellas. La relación de fuerzas favorece hoy a algunos “virtuosos” países del norte. Sin embargo la relación de fuerzas potencial aconseja recuperar aspectos fundamentales del legado griego, empezando por el valor de la democracia que los atenienses inventaron. No se trata de que el mundo les perdone las deudas –aunque no sería una forma de actuar inédita, cuando se trató de reconstruir Alemania tras la Segunda Mundial-, sino de recuperar el arma ideológica de los valores democráticos para combatir la usura, para hacer posible la supervivencia y el progreso de todos en condiciones dignas.
La globalización ha vuelto a imponer la fractura territorial entre países acreedores y deudores, así como la fractura social entre la minoría que se enriquece y la mayoría que se empobrece. La herencia espiritual y moral del mundo occidental procede en primer lugar de aquella Grecia, aunque la noción de herencia espiritual y moral suene hoy como algo abstracto. Una parte importante del carácter europeo es helénica en los mecanismos básicos de pensamiento, empezando por el sistema –edulcorado-- de gobierno. Todos los europeos y por extensión el mundo occidental somos una derivación evolutiva de aquella antigua Grecia que inventó la democracia y que ahora quiere reconstruirla sobre las ruinas.
Algunos quisieran presentar a Grecia como un mito romántico, una exhalación evanescente de historiadores y literatos, un rastro remoto de las raíces de la cultura occidental sin relación directa con la actualidad de un país que encuentran tan oriental, cuando no se atreven a decir tan turco. El mundo baja cargado de estos simplismos identitarios, manipulaciones, soberbias y racismos. Son las nuevas batallas de una guerra muy vieja. Los prejuicios sobre el carácter de los pueblos son tan estereotípicos como algunas cosas del patriotismo.
La demagogia de los grupos dominantes inocula a pequeñas dosis cotidianas el veneno de la incultura y el simplismo a través de argumentos falaces, empezando por la supuesta inexistencia da alternativas fuera del sistema establecido. De esta forma vehiculan su interés en perpetuarse, a base de confundir a la gente, obstaculizar el espíritu crítico, la libertad de juicio y el debate de ideas, con la finalidad de envilecer a la mayoría, que cada ciudadano se vaya rindiendo a la servidumbre en su pequeño rincón y alimente la convicción resignada, mansa y doméstica de la ausencia de alternativa. Durante las próximas semanas se hablará de nuevo, con muchas tergiversaciones, de la Grecia de hoy que desea recuperar la democracia que inventó.
En Grecia devaluaron el dracma entre 1980 y 2000 hasta un 80% frente al marco alemán. Grecia entró en el euro en 2001 sin los controles necesarios sobre las posibilidades de cumplir los compromisos que aquel ingreso suponía. Al contrario, los bancos europeos –en especial los alemanes-- comenzaron a concederles créditos fáciles, a la mitad de tipo de interés que antes en dracmas.
Grecia se vio inducida a gastar más de lo que ingresaba, aunque pronto resultará que no se ha tratado de una crisis sistémica provocada por los excesos ludópatas de la globalización financiera, sino por el endeudamiento de cuatro países mediterráneos... El banco de pruebas griego de recorte de la democracia se puede convertir a partir del 25 de enero en el que abra camino a la recuperación de la democracia. Es lo que propugna, de forma argumentada y persuasiva, por lo que se comprueba en las encuestas electorales, la coalición de izquierda Syriza.
Desplazar una parte de la actual presión fiscal hacia las clases altas proporcionaría al Estado los mismos ingresos tributarios y estimularía la actividad económica de la más amplia clase media, lo que acabaría repercutiendo en mayor recaudación. Exigiría, eso sí, el coraje de recortar privilegios a los mejor situados en vez de recortarlos a los trabajadores, funcionarios y pensionistas.
Poner el acento sobre la falta de rigor mostrada por los mecanismos de gobierno en Grecia equivale a desviar la atención de la auténtica magnitud del problema, que pasa por despachos mucho más modernos y prestigiosos. Europa es la gran oportunidad de supervivencia del modelo democrático, pero hasta ahora los responsables europeos se han mostrado incapaces de los grandes pactos indispensables para salvar la situación. Cada uno mira por su “soberanía”, desmentida por la globalización de los mercados.
Se ha demostrado que resulta imposible salir de la crisis tan solo con la imposición alemana de austeridad, sin reforzar la cohesión entre países y entre clases sociales. El “remedio” de la austeridad ha conducido a una nueva y extendida precariedad. Ni Grecia ni Europa ni nadie tiene futuro sin una revisión de la política practicada estos últimos años. Grecia representa un 2 % de la economía de la zona euro, aunque también es el país que, durante la Antigüedad, inventó la democracia en un momento de apogeo de la civilización.
Los socialistas griegos y los socialistas europeos han participado de lleno en la involución neoliberal, han encajado sin contraste con el conglomerado de poderes fácticos económicos, políticos y mediáticos. No han defendido otros planteamientos, otro funcionamiento, otro camino de racionalidad económica. No han reconocido las causas de la crisis ni tampoco que la única salida posible pasa por profundas reformas estructurales, también la de los partidos parlamentarios, incluyendo a los de la izquierda acomodada, absorbida, neutralizada.
En vez de admitir que el sistema capitalista no es viable tal como ha funcionado los últimos años, la socialización con dinero público de las pérdidas bancarias se ha visto acompañada por una socialización de la culpa. Ha sido la forma de rehuir las responsabilidades de los dirigentes y desviarlas, con un cinismo perverso, hacia una redistribución a la inversa de la riqueza, una revolución conservadora que cuestiona la relación entre capital y trabajo, los derechos sociales y el propio concepto de bienes públicos. Es el experimento violento llevado a cabo en Grecia más abiertamente.
No se trata de recomponer la herencia clásica griega como quien reconstruye un viejo templo, de forma historicista y literal, aunque los intereses de la sociedad sigan siendo muy similares. La vieja noción griega de ciudadanía gobernada por reglas consensuadas, no por la ley del más fuerte, representó un salto crucial, un paso de gigante en la historia. El invento griego de la democracia luchaba contra la desmovilización y estimulaba a los ciudadanos a participar. La palabra política, tan manoseada, deriva de polis o ciudad... La de idiota, en cambio, designaba en el lenguaje clásico a los ciudadanos que solo miran para sí, que se desinteresan de los asuntos públicos, que padecen insensibilidad ética.
Grecia no es un país de ancianos conformados a la sombra de una parra, sedados a la espera de les remesas que les envíen los hijos emigrados o las migas que caigan de la mesa de los turistas. Grecia tiene algo más que decir, el 25 de enero próximo en las urnas.