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¿Por qué la crisis económica afecta tanto a la salud mental de la ciudadanía?

Josep Moya

Afirmar que la crisis económica y el paro tienen consecuencias graves sobre la salud mental de la población no constituye ningún descubrimiento, más bien, consideran algunos, es una obviedad. Los profesionales de la salud, la salud mental y los servicios sociales, entre otros, alertan cada día de las manifestaciones clínicas y los elevados niveles de sufrimiento de las personas que acuden a sus servicios pidiendo ayuda. En efecto, desesperanza, irritabilidad, angustia, tristeza, insomnio, sensación de pérdida del control sobre la misma vida y, finalmente, ideación suicida, son algunos de los síntomas que explican las personas directamente afectadas por la crisis.

Algunos relatos personales dan cuenta de los elevados niveles de sufrimiento, así, una de las personas entrevistadas por un equipo de profesionales del Observatori de Salut Mental de Catalunya explicaba que se sentía como un inútil, que lo tomaban como un “marginado de la sociedad como un desecho”. Otra persona afirmaba lo siguiente: “eso es jodido, ¡luchar siempre y que después te tomen como una mierda! Vayas donde vayas se te quedan mirando con unas caras tremendas... pero, bueno, ¿qué le vamos a hacer?”. Una tercera persona decía:“que no sirvo, no puedo sacar adelante mis proyectos, mis ilusiones, ¿qué pasa aquí?”.

Estos fragmentos muestran con toda claridad la magnitud del problema. Algunas de ellas piensan en desaparecer, dormir y no despertar, para así dejar de pensar, para no tener que enfrentar un nuevo día, sin perspectivas de futuro, sin ninguna luz que las libere de los horizontes negros.

En algunos casos, estas personas pueden realizar un intento de suicidio que, trágicamente, puede poner fin a su vida. Algunos podrán argumentar que se trata de casos aislados, un número en una estadística, sin embargo, detrás de cada una de estas cifras hay una historia, individual y familiar, una biografía que se ha visto truncada. Se podrá afirmar que estas personas sufrían una depresión mayor, sin embargo, ¿explicaría este término, esta categoría diagnóstica de la psiquiatría académica, el drama de esa persona?

Más aún, ¿todas ellas, las que sufren diariamente las consecuencias de la crisis y del paro, son enfermos mentales? ¿O más bien son personas que tienen síntomas y malestares que podrían remitir rápidamente si su situación laboral mejorara, es decir, si se pudieran incorporar nuevamente al mercado de trabajo?

Sin embargo, todo esto que parece también muy obvio, al menos porqué es algo que podemos escuchar repetidamente, no se puede explicar únicamente por el conjunto de consecuencias económicas inherentes a no tener trabajo. Hay que considerar otros factores.

En primer lugar, se pierde todo lo que conlleva el puesto de trabajo. Así, se pierde la estructuración del tiempo personal y familiar; pero también se pierden las experiencias compartidas y los contactos con la gente fuera del núcleo familiar; la vinculación de la persona a metas y propósitos que rebasan el propio Yo; el estatus social y la clarificación de la misma identidad personal.

En segundo lugar, hay que considerar el concepto de felicidad que impregna el discurso social. Se trata de un concepto basado, fundamentalmente, en el hiperconsumo, que se caracteriza por un “aún más”, sin límite, sin posibilidad de acotación. En palabras del filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky, nos encontramos ante una dinámica consumista que se sostiene en buscar la felicidad privada, la optimización de nuestros recursos corporales y comunicativos, la salud ilimitada, la conquista de espacios y tiempos personalizados. Es el consumo en estado puro, entendido como un abanico de servicios para la persona.

A partir de aquí, el gusto por las novedades ha cambiado de sentido, el gusto por el cambio se ha generalizado a todas las capas sociales y en todas las edades. Se desean las novedades comerciales por sí mismas en razón de los beneficios subjetivos, funcionales y emocionales que procuran. Es así como se entra en el fetichismo de las marcas, del lujo y del individualismo. Las colas ante las tiendas de productos de telefonía móvil cuando sale al mercado una nueva versión de una conocida marca de smartphone son un claro ejemplo de este fenómeno.

En este contexto, los jóvenes salen de la impersonalidad por una marca apreciada y con ella no quieren dar testimonio de una superioridad social, sino de su participación total e igualitaria en los juegos de moda, de la juventud y del consumo.

Pero, el concepto de felicidad está vinculado también a un factor, el tercero en la serie que voy desglosando, que consiste en el rechazo más feroz a toda manifestación de dolor.

En efecto, el dolor tiene mala prensa, tanto en la vertiente corporal como en la psíquica. No soportamos el dolor inherente al envejecimiento de las articulaciones como tampoco soportamos el dolor provocado por un desengaño amoroso. Frente a toda manifestación álgica tendemos a recurrir al uso de fármacos -analgésicos, antiinflamatorios, ansiolíticos, antidepresivos- para disminuir o anular aquella señal de nuestro cuerpo o de nuestra mente en lugar de iniciar un proceso de reflexión y, en ocasiones de aceptación, los avatares de la vida.

El listado es mucho más extenso pero es suficiente para poder comprender la magnitud del problema que surge cuando una persona se queda sin trabajo y va perdiendo poder adquisitivo hasta llegar a un punto extremo. Y es que, junto con las pérdidas materiales, hay otros, que podemos resumir en una expresión: ha perdido las referencias argumentales de su felicidad, tal como es entendida en el discurso social actual. No tener poder adquisitivo es no poder acceder al hiperconsumo y, en consecuencia, a no poder participar del juego social imperante. Más aún, no ser un hiperconsumidor significa también, el riesgo de quedar excluido de una dinámica social basada en “eres lo que tienes y es así como perteneces al grupo”.

Tener o no tener, ser o no ser, pertenecer o no pertenecer; el Hamlet actual, consumidor de psicofármacos, es alguien que vive condenado al aislamiento y la exclusión. Y para ayudarle es necesario abordar el problema desde una perspectiva social y política. Pero esto requeriría otro artículo.

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