Parece ser que los catalanes quieren dar larga vida a ese ente que con anterioridad llamamos Procés. Lo dimos por muerto, pero parece una bestia agonizante con mucho soporte electoral. La masiva participación, récord histórico en unos comicios desde la reinstauración de la Democracia, ha dejado casi todo igual. Casi, ese es el matiz.
Durante todo el día la expectativa inicial estuvo en estos datos de participación. Sí, han sido espectaculares. Deberíamos pensar si el alud actual de politólogos sirve para alguna cosa más allá de llenar páginas y horas de parrilla televisiva, pues a la hora de la verdad los resultados y las intenciones de los votantes han ido por caminos más o menos inesperados.
Ciutadans gana las elecciones, y la noticia es espectacular. Lo hace en votos, de manera bastante holgada, y en escaños, concentra el voto útil contrario a la independencia y por primera vez, salvo las dos esperanzas frustradas de Maragall, un partido consigue el órdago de derrotar en unas autonómicas a esa bestia con siete vidas llamada Convergència i Unió. El triunfo de la formación naranja en Barcelona indica de forma clara la existencia de dos Catalunyas desde el marco de esta cita con las urnas. De modo inédito consigue ganar en dos distritos antagónicos como son Nou Barris y Sarrià-Sant Gervasi, algo hasta cierto punto sorprendente. En los barrios humildes C’s ya había cosechado la victoria en 2015.
La antigua clase obrera se adapta a las tendencias del siglo e imita a sus homólogos americanos, franceses y de otras latitudes. El descontento es brutal y la izquierda, pese a mantener ese territorio y el cinturón en las generales, debe reflexionar e hilvanar otro discurso que le permita recuperar su tradicional feudo. Por su parte la zona acomodada siempre se dividió entre convergentes y populares, por lo que la concentración del voto hacia los intereses de Inés Arrimadas puede interpretarse desde el rechazo absoluto al independentismo y a la necesidad de aunar fuerzas contra el mismo.
El éxito amargo, porque así debe calificarse, de Ciutadans quizá tenga un efecto que los propulse en el resto de España. En Catalunya podrán aplicar ad infinitum el sambenito de su éxito, pero aun así las mayorías parlamentarias fruto de la aritmética y una injusta ley electoral los condenan a la oposición, que con toda seguridad será más enconada que nunca. Su salto también se debe a cómo buena parte del país se ha sentido ninguneada durante un lustro. Es un aviso para navegantes del que no sé si nadie se preocupará por tomar nota. Deberían hacerlo.
Si la lógica sirve de algo en este país quien tiene más números de formar gobierno es el independentismo, encabezado por Junts per Catalunya, la formación encabezada en las listas por Carles Puigdemont. Desde mi punto de vista, irrelevante como el de cualquier hijo de vecino, que el president cesado tenga tanto apoyo es el éxtasis máximo de la sinrazón al no tener ningún tipo de programa y apelar a un sentimentalismo de mercadillo que se ha verificado como muy útil para lo que tocaba en esta ocasión, con un discurso extremista equiparable al de muchos partidos contrarios a Europa dentro del Viejo Continente. Ganan por poco más de diez mil votos a Esquerra y este es el drama para los republicanos, bien ufanos durante toda la legislatura en su convencimiento que con no salpicarse tenían un caudal básico para su objetivo, pero los partidarios de marcharse de España han preferido dar su confianza a un hombre que es una mezcla entre el barón rampante de Italo Calvino y el loco de la colina de The Beatles.
Si cumple con su palabra y regresa irá a la cárcel y eso, dado que los primeros puestos del elenco pertenecen en su mayoría a futuros procesados y/o inhabilitados, sitúa a su directora de campaña Elsa Artadi como una hipotética baza presidencial a tener muy en cuenta. Su borrachera de hoy podría ser un embrollo mañana en función de lo que opte por hacer Puigdemont, ideal para movilizar a su bloque en las manifestaciones de siempre, horrible si se contempla su imposible retorno al cargo de Molt Honorable.
Las siete vidas de Convergència, a la que ya se enterró con la retirada de Pujol, han hundido el sueño de ERC. Marta Rovira nunca transmitió el perfil justo para sustituir a Junqueras. Pese a ello tienen la llave de la gobernabilidad si superan las rencillas con su rival soberanista. Vistas las matemáticas hasta pueden prescindir de la CUP en la investidura porque si esta se abstuviera sumarían sesenta y seis escaños contra sesenta y cinco de los demás componentes del nuevo arco parlamentario. Aun así, su inesperada tercera posición les obligará a pasar por el diván, si es que eso existe en estas latitudes.
En realidad, la terapia corresponde a todos y cada uno de los implicados en este desastre superlativo. Tras el triple empate en cabeza llega la hora de los condenados a una teórica irrelevancia. Iceta ha vendido muy bien su imagen de cara a la galería sin apuntar bien a la cabeza de los electores. De otro modo, más allá del voto útil, no se entiende su debacle, porque ganar poco más de cincuenta mil papeletas no puede vanagloriarse de nada y eso comporta la prolongación de la eterna crisis del PSC, inaugurada con la traición de sus valores, consolidada con el aupar al máximo exponente de su nomenclatura al máximo puesto de responsabilidad y refrendada por su nula capacidad de atraer mediante un discurso frágil que ha perdido su talante izquierdista.
Este queda reservado a los Comuns, hundidos en el polvo del frame como ya acaeció el 27S de 2015. Si en las generales, donde la cuestión del referéndum con garantías les generaba amplios consensos, vencen en las autonómicas su equidistancia es un lastre quizá aumentado porque muchos que confiaban en ellos se dieron de bruces con los vaivenes de Colau en los meses previos al primero de octubre. Xavier Domènech quizá era el mejor candidato y el único que ha puesto sobre la mesa la cuestión social, pero ya ven, Catalunya está anestesiada y ha optado por seguir la clave frentista en la que el 3% ha sido soslayado por completo y las banderas, tan útiles para mejorar nuestro día a día, han primado sobre lo que debería ser un grito imperativo hacia el bien común. Si el mensaje, aniquilado por el marco, no ha empapado la atmósfera significará que los morados, ya sin llave, tendrán que esperar hasta que cambie la perspectiva, y eso sólo puede suceder si se configuran como los máximos partidarios del diálogo para terminar con esta pesadilla.
En la parte ínfima del escalafón tenemos a dos antípodas. Los cuatro de la CUP y los tres del PP crearán un grupo mixto delirante. Los de David Fernández y Anna Gabriel se llevan la peor parte del pastel de forma injusta, pues al fin y al cabo han sido los únicos coherentes con su programa en la legislatura que sepultamos el 21D. Les ha perjudicado la concentración hacia las dos formaciones senior y lo errático de sus propuestas durante la campaña y no podemos decir lo mismo de los Populares, con un Titanic apocalíptico como consecuencia de sus actos del primero de octubre, la aplicación del 155 y su manifiesta inutilidad para mover el árbol del relato, factor donde los independentistas saben manejarse con mucha mayor solvencia. Debemos remontarnos a 1988 para dar con un panorama así para los que gobiernan España. Entonces, capitaneados por Jorge Fernández Díaz, sacaron seis escaños. Hoy tienen la mitad y desde Bruselas Puigdemont les da las gracias.
Estos comicios son un descalabro letal para la convivencia. El demonio no hubiera urdido un plan más salvaje. Seguirá la incertidumbre, los bloques acrecentarán sus escorarse hacia el precipicio y sólo nos salvaremos si a alguien se le enciende una lucecita cabal y propone una mesa en la que hablar de verdad para evitar más incendios. La paradoja, que no es tal, es comprobar cómo los catalanes han preferido dos opciones que nunca han tenido lo social en su agenda y marcan sus pasos de baile a través del enfrentamiento. Continua el fracaso y la política, a la espera de un milagro dentro del inacabable serial, sigue brillando por su ausencia. Vivamos la vida como si esto no hubiera pasado, aunque todos seamos responsables. El guion aún dará muchos virajes. Esperemos que alguno conduzca a la puerta de salida del íncubo.