El próximo 25 de julio se cumple el 25 aniversario de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, el acontecimiento que contribuyó más claramente al vuelco social iniciado en este país con el posfranquismo. La demostración de la capacidad de la capital catalana para organizar de forma moderna y eficiente una cita mundial de aquellas dimensiones no solo se tradujo en la puesta al día de las infraestructuras urbanísticas. Significó sobre todo una inyección de autoconfianza, de fe demostrada en las propias fuerzas, de admiración local e internacional, de visión de futuro.
Los Juegos Olímpicos de 1992 son uno de los mejores recuerdos colectivos de las últimas décadas en este país. Merecerían por lo tanto que el 25 aniversario fuese conmemorado de una manera que estuviese a la altura de todo lo que supusieron. Es posible que no sea así por pura estrechez institucional, por “l'avara povertà di Catalogna” que Dante ya denunciaba en la Divina Comedia siete siglos atrás.
De entrada, no se ha publicado ningún libro, estudio o ensayo que repase e interprete de modo reconocido y global lo que significaron la organización, la celebración y las derivaciones de las Olimpíadas barcelonesas. La misma carencia se aplica al maragallismo en general. Una deriva de la otra. Salvo La gota malaya: una biografía de Pasqual Maragall, publicado en 1998 por los periodistas Lluís Mauri y Lluís Uría, y de las propias memorias Oda Inacabada editadas en 2008, no se ha elaborado una visión de conjunto sobre el carácter y impacto del maragallismo. La pasada semana se presentó el libro colectivo Pasqual Maragall, pensament i acció.
Un repaso al capítulo Libros sobre Pasqual Maragall en el web oficial de su fundación ilustra de un solo vistazo la limitación de unos trabajos que tan solo se han aproximado a tientas, hasta ahora, a aquella visión de conjunto pendiente. La misma limitación aparece en el web del 25 aniversario de los Juegos Olímpicos de Barcelona y su agenda de actos previstos.
La culpa no es de las páginas web, sino de aquella falta de interpretación de fondo de un acontecimiento de primera importancia por lo que movilizó en la psicología colectiva más aun que por la lista de obras urbanísticas o competiciones concretas. La modernidad y la eficiencia que puso de relieve la organización de los Juegos no se ha aplicado hasta hoy a interpretarlos sociológicamente, a fijar un recuerdo que englobe todo lo que significaron en las corrientes de fondo de la mentalidad y la vida del país. También por eso seguimos en deuda con Pasqual Maragall, y con nosotros mismos.
El próximo 25 de julio se cumple el 25 aniversario de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, el acontecimiento que contribuyó más claramente al vuelco social iniciado en este país con el posfranquismo. La demostración de la capacidad de la capital catalana para organizar de forma moderna y eficiente una cita mundial de aquellas dimensiones no solo se tradujo en la puesta al día de las infraestructuras urbanísticas. Significó sobre todo una inyección de autoconfianza, de fe demostrada en las propias fuerzas, de admiración local e internacional, de visión de futuro.
Los Juegos Olímpicos de 1992 son uno de los mejores recuerdos colectivos de las últimas décadas en este país. Merecerían por lo tanto que el 25 aniversario fuese conmemorado de una manera que estuviese a la altura de todo lo que supusieron. Es posible que no sea así por pura estrechez institucional, por “l'avara povertà di Catalogna” que Dante ya denunciaba en la Divina Comedia siete siglos atrás.