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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Elogio de las mujeres de la CUP

El gesto de las mujeres de la CUP, hace pocos días, declarando ante los medios de comunicación “yo soy fea”, “yo soy puta”, “yo soy tonta”, “yo soy traidora”, me parece admirable. Responden así al conjunto de improperios que han recibido en los últimos tiempos, que, efectivamente, las insultaban, no genéricamente, sino con nombres y apellidos, con estos epítetos y otros semejantes. Varias constataciones se pueden extraer de ambos gestos, tan estúpidos e incívicos unos, tan inteligente y civilizado el otro.

Las cupaires tienen una triple debilidad: son mujeres, son de izquierdas, son catalanas. Tres dones del azar, como nos dijo la escritora Maria Mercé Marçal. Y, por tanto, triplemente vulnerables.

Primera constatación: las mujeres hemos avanzado en el mundo público. Estamos lejos de la democracia paritaria, pero empezamos a ver mujeres con un perfil público potente, la posición política de las cuales puede tener un peso decisivo en algunos momentos en las instituciones. En este contexto, rebrota ahora un machismo primitivo, casi instintivo, brutal. Un machismo que no es generalizado, hay que decirlo: cada vez más hombres están en contra.

Pero hay todavía un fondo ideológico en nuestra sociedad que permite estos exabruptos, estos arrebatos de violencia que tratan de “poner a las mujeres en su lugar”. Estamos volviendo a una situación en que parece que todo vale, contra las mujeres, desde la agresión física hasta la verbal, sin que ello sea motivo de escándalo, es decir, con un fondo de permisividad colectiva sorprendente.

Tienen razón las cupaires cuando dicen que no se han sentido apoyadas en estos momentos. Insultos personales de este tipo dirigidos a los hombres serían considerados inadmisibles; de hecho lo vemos cada día. Por ejemplo: cuando Pedro Sánchez le dice a Rajoy que no es decente, muchos medios de comunicación se escandalizan, aunque el adjetivo pudiera ser compartido por mucha gente. Cuando a Ana Gabriel le dicen “puta”, pocas protestas. Como si todavía una gran parte de la población encontrara normal castigar a las mujeres que se han atrevido a tener voz propia.

Segunda constatación: la derecha siempre es mucho más agresiva que la izquierda. Insultos machistas hay para mujeres de todas las ideologías, y las hemos visto también surgir estos días en relación con Inés Arrimadas. Pero con una diferencia: para la líder de Ciudadanos, el tono era el del machismo de salón: “¡Que buena está, estaría mejor haciendo otras cosas!” Ofensivo, evidentemente, porque sigue siendo la misma posición: las mujeres en la cama y en la cocina, el ámbito público pertenece a los hombres.

Pero los insultos a las cupaires eran de otro tono, que con la izquierda todo vale. Nada de hablar de su belleza, por el contrario: “feas, malfolladas, viejas…”. Es decir, una mujer que se ocupa de la política lo hace porque ningún hombre la ama, no la desea, y esto la hace despreciable, casi no es exactamente una mujer. Es política porque es una frustrada en su vida privada. Insultos que tratan de herir en lo que, supuestamente, es el deseo universal de las mujeres: que un hombre las haga sentir queridas y únicas. Otro objetivo, piensan estos energúmenos, no nos puede satisfacer plenamente.

También las han insultado por ser catalanas, y sobre todo por ser independentistas, y con insultos de un mal gusto brutal, siempre refiriéndose a su manera de ser mujeres, claro. De no plegarse a la moda, a la imagen impuesta de mujer objeto. Pero, y esto es aún más triste, se las ha insultado también desde el independentismo, por no apoyar la presidencia de Mas. Y esto nos lleva a una tercera constatación porque el machismo es conocido, pero hasta ahora parecía excluido del independentismo.

Un movimiento que tiene una base cívica evidente y que ha sorprendido a todos por la fuerza tranquila que ha mostrado en tantas ocasiones, en manifestaciones multitudinarias, donde no ha habido ningún tipo de incidentes. El civismo, la autoridad moral, son algunos de los pocos triunfos con que cuenta el soberanismo para convencer al mundo de la necesidad de una Catalunya independiente.

Más aún, para convencer a la mayoría de la población catalana que esta aventura vale la pena. No está claro, hasta ahora, que el proyecto de una república catalana sea especialmente proclive a asumir el objetivo de la igualdad de género, pero como mínimo debe mantener un alto perfil moral. Evidentemente no se puede juzgar un movimiento tan amplio por lo que hagan algunos de sus miembros, pero es lamentable que en nombre de un proyecto de renovación ética y política se intente presionar de una forma no solo machista sino profundamente antidemocrática.

Y todavía una última constatación: la respuesta de las mujeres de la CUP ha sido ejemplar: ¿por qué? Pues porque en un momento en el que sentimos continuamente aquello de “y tú más”, en un momento de un perfil moral tan bajo como el que estamos viviendo en España, en el que todo el mundo responde a las acusaciones insultando aún más fuerte, las mujeres de la CUP no se manifiestan atacando, sino ridiculizando, mostrando su elegancia, reivindicando los insultos que pretenden igualarlas a las mujeres rechazadas por asumir su condición y decir, sí, ¿y qué?

Cuando Gabriela Serra dice que es “vieja” y sabemos que no lo es, nos está diciendo que las personas viejas tienen derecho a opinar, a ser sujetos de la política. Cuando Eulalia Reguant nos dice que es “tonta” y sabemos que no lo es, nos está diciendo que 'tonta' no puede ser un insulto, por más que alguien lo intente, y que las personas ‘tontas’ también deben poder opinar. Y cuando Anna Gabriel nos dice que es una “puta” y sabemos que no lo es, nos está diciendo que también las putas deben ser respetadas y escuchadas. Y todas ellas nos están diciendo que ellas tienen suficiente carácter y determinación para no sentirse afectadas por los energúmenos, que han fracasado en su intento de herirlas.

Hemos tenido la suerte de que el triple azar las haya hecho, también, tres veces rebeldes. Y, por tanto, blindadas contra el exabrupto y el escarnio. Pero es necesario que sea toda la sociedad la que rechace la agresividad y el machismo, porque es a todos, y especialmente a los hombres, a los que estas formas de actuar envilecen.

El gesto de las mujeres de la CUP, hace pocos días, declarando ante los medios de comunicación “yo soy fea”, “yo soy puta”, “yo soy tonta”, “yo soy traidora”, me parece admirable. Responden así al conjunto de improperios que han recibido en los últimos tiempos, que, efectivamente, las insultaban, no genéricamente, sino con nombres y apellidos, con estos epítetos y otros semejantes. Varias constataciones se pueden extraer de ambos gestos, tan estúpidos e incívicos unos, tan inteligente y civilizado el otro.

Las cupaires tienen una triple debilidad: son mujeres, son de izquierdas, son catalanas. Tres dones del azar, como nos dijo la escritora Maria Mercé Marçal. Y, por tanto, triplemente vulnerables.