Cuando hace casi un año y medio un grupo de gente que no habíamos estado nunca en las instituciones nos plantearnos concurrir a unas elecciones en Barcelona recordábamos que lo hacíamos porque habíamos llegado a un situación límite, de bloqueo.
Lo hacíamos porque los grandes poderes económicos y financieros habían emprendido una ofensiva descarnada contra los derechos y las conquistas sociales de la mayoría de la población. Éramos parte de movimientos e iniciativas ciudadanas que habían salido a las plazas y en las calles a denunciar esta estafa descomunal y a evidenciar la incapacidad de la vieja política para dar respuestas a las necesidades de la gente. Éramos gente que nos habíamos levantado contra un auténtico golpe de estado económico que, como dice la periodista Olga Rodríguez, no necesita tanques ni balas para imponerse.
Y si decidimos dar un salto electoral no era para ocupar las sillas de otros y repetir la historia de siempre. Lo hicimos porque nos estábamos chocando contra un muro, con unas élites criminales, que no sólo se sentían impunes, sino que encima nos querían imponer una segunda transición para que nada cambiara.
La estafa no ha terminado. Y muchos siguen allí. En sus yates de lujo, con sueldos de escándalo. Insultando y faltándonos el respeto sin ningún tipo de pudor y sin vergüenza. Pero tampoco se han librado de nosotros. A pesar de los golpes, aunque somos derechos y les seguimos plantando cara.
En estos años de estafa continuada hemos tenido a la PAH y a las mareas ciudadanas, hemos impulsado huelgas valientes, hemos tenido luchas en defensa de los derechos sociales y de los servicios básicos. En estos años oscuros hemos tenido también a la CUP en el Parlament, hemos tenido la irrupción esperanzadora de Podemos y hemos tenido, cuando nadie lo esperaba, una ola municipalista que les ha echado, como en los últimos tiempos del franquismo, de muchos de nuestros pueblos y ciudades.
Claro que ganar alcaldías en Barcelona, en Badalona, en Sabadell, en Madrid, en Coruña, en Valencia y en tantas otras ciudades no nos ha permitido cambiarlo todo de la noche a al día. Pero nos ha permitido mostrar que sí hay alternativas, que no estamos condenados a que manden los de siempre, que la historia no está escrita y que también nosotros, la gente de lo común, puede dar su opinión.
Nos querían condenar a la España rancia y anacrónica del caciquismo, controlada por la monarquía y la Iglesia. Y en pocos meses los hemos mostrado que es posible tener gobiernos con convicciones republicanas, laicas, que no privilegian las creencias de nadie. Nos querían hacer creer que las instituciones eran su salón de fiestas privado y han tenido que aceptar a regañadientes tener una alcaldesa mujer, de origen popular, que no les ríe las gracias y que los obligará a respetar la ley como todos.
Nos decían que estábamos condenados a tener gente sin casas y casas sin gente y en pocos meses hemos empezado a multar bancos con pisos vacíos y a recordar que la especulación no es una opción económica legítima sino la utilización criminal de una necesidad básica. Nos querían atemorizar con leyes mordazas y códigos penales y en pocos meses hemos retirado acusaciones contra huelguistas y activistas para dejar claro que los que defienden pacíficamente los derechos de todos no son criminales sino nuestros mejores ciudadanos.
Querían que nos rindiéramos al discurso de la xenofobia y del racismo, que convirtiéramos los más vulnerables en chivo expiatorio de sus fechorías, y les hemos dicho que en las ciudades rebeldes ninguna persona es ilegal, que los refugiados son bienvenidos y que todos, sin distinción, son vecinos y vecinas con los mismos derechos y los mismos deberes.
Cuando decidimos presentarnos a unas elecciones en Barcelona, teníamos claro que era el comienzo de una aventura, que nuestra ciudad podía convertirse en un símbolo, no en un feudo aislado, sino en un núcleo de esperanza, en una palanca de cambio. Ha llegado la hora de que nuestras pequeñas Galias envíen un mensaje a Roma. Ya es suficiente. Nos volvemos a levantar, no para intercambiar sillas, ni para buscar ningún pacto con vosotros.
No estamos aquí para jugar al juego de la reforma constitucional; con los que nos han dejado un texto moribundo que han abandonado en manos de los acreedores y de un tribunal constitucional totalmente partidista y desprestigiado. Si tenemos que ir a Roma, no es para participar en ningún acuerdo de despacho entre las oligarquías de siempre. Si tenemos que ir a Roma es para exigir el derecho a la autodeterminación. Para ejercer el derecho a decidir. Sin el permiso de nadie. Derecho a decidir sobre nuestra tierra pero también sobre nuestro futuro económico: la soberanía plena de cada ciudadano y ciudadana. Si se ha de ir a Roma, no es para lavar la cara a un Estado corrupto que nos ha robado a todos y que ha utilizado el autoritarismo y el centralismo para aplastar los anhelos de libertad. Es para entregar un combate a favor de la soberanía de los pueblos, en Barcelona y en todas las ciudades rebeldes de Catalunya, del Estado y de Europa.
Queremos que nuestra exigencia de justicia, de libertad, sea también una llamada a la fraternidad. No entre las élites de siempre sino entre los pueblos y su gente. Fraternidad con los compañeros y compañeras de lucha contra las castas financieras, contra las castas corruptas, contra las que se hacen suya la riqueza de todas, contra las castas de los 3% sean españolas o de nuestra casa.
Una llamada de fraternidad en todas las tierras de habla catalana, en las Españas de Machado y de Miguel Hernández, en la Galicia de Rosalía, en la Euskal Herria de Gabriel Aresti, en la Andalucía de Lorca a Portugal de Grândola, que vuelve a luchar para que sea lo povo quien mais ordena. Esta es nuestra llamada a la fraternidad, contra la arrogancia y la soberbia de los centros de poder. La fraternidad de los que no queremos las migas sino el pan entero.
El 20-D, como el 24-M, no va sólo de ocupar escaños en un hemiciclo que ha sido testigo de muchas infamias y de cambiar unas sillas por otras. El 20-D es una oportunidad para meter nuestro caballo de Troya dentro de un régimen fracasado, para reforzar el nuevo municipalismo y para continuar construyendo un movimiento ciudadano plural, impulsado desde abajo, que nos permita conquistar justicia social y dignidad para todos. Maldecimos la oscuridad a la que nos han condenado. Pero aquí, ahora, queremos encender una nueva vela de esperanza. Una vela que nos permita mirar más allá de la infamia que ha generado para adivinar que otro mundo también es posible.