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La estatua ecuestre de Franco y las falsas ofensas

Víctor Saura

Son como futbolistas que fingen la agresión de un jugador rival, con la intención de confundir al árbitro y enervar al público. El oponente ni les ha tocado, pero ellos se retuercen por el suelo con gestos de insoportable dolor. Traspasado a la política mundana así son las polémicas artificiales fundamentadas en falsas ofensas. La última, la de las estatuas franquistas que se exhibirán en el Born Centre Cultural en octubre con motivo de la exposición temporal (subrayemos temporal) 'Franco. Victoria. República. Una falsa ofensa a la memoria de las víctimas del franquismo'.

Curiosamente, esta falsa polémica la han iniciado dirigentes de ERC, que mientras reivindican la memoria histórica pierden la memoria reciente de las falsas ofensas que su partido tuvo que tragar durante los siete años de traición tripartita. La más lamentable fue la de la famosa corona de espinas. Recuerden: mayo de 2005. Pasqual Maragall, presidente de la Generalitat, y Josep Lluís Carod-Rovira, que había tenido que dejar la vicepresidencia por todo el tema de Perpiñán, se encuentran de visita oficial en Israel y Palestina; lo que fueron a hacer es lo de menos porque lo único que se recordará es que mientras pasean por Jerusalén después de algún acto oficial seguidos por una cámara de TV3, Carod coge una corona de espinas de una tienda y se la pone en la cabeza, y al instante Maragall le hace una foto. Ambos sonríen ante la simpática alusión al calvario que había pasado el líder de ERC en los meses precedentes.

El terremoto que originó aquella broma espontánea fue tremebundo. Llegó al nivel siete en la escala del cinismo mediatizado. Partidos y medios conservadores se tiraron al cuello de ambos, y en especial de Maragall, que por algo era el president, transformando un gesto inocente en un insulto a los mil millones de católicos del mundo. Los articulistas y tertulianos habituales corrieron a avalar la falsa indignación de políticos cristianos caracterizados por su incumplimiento sistemático de los diez mandamientos (en especial, del sexto y el séptimo).

Twitter aún no se había inventado, o sea que eso que se ahorraron, pero la presión fue tan bestia que al final Maragall tuvo que disculparse ante el arzobispo de Barcelona, que le reprendió ligeramente. Eso no se hace... Venga, con dos avemarías y un padrenuestro y estará absuelto.

Evidentemente, en todo el guirigay mediático se obviaba siempre que la corona en cuestión no la birlaron de ninguna sacristía, sino que fue tomada prestada de un chiringuito turístico. Así nadie se tenía que preguntar que, si tan sagrado era aquello, ¿qué demonios hacía convertido en un puñetero souvenir? (Nota al margen: si algún lector desease adquirir una “auténtica corona de espinas de Jesucristo”, en portales como Amazon o Ebay se pueden encontrar fácilmente por precios que oscilan entre los 15 y 30 dólares, gastos de envío incluidos).

Volvamos, pues, a la falsa ofensa del momento, que es exhibir una estatua ecuestre de Franco en una exposición que se hará en el Born. Una estatua, recordémoslo, donde Franco sale decapitado porque así fue encontrada en un almacén municipal. Las críticas que he leído, un verdadero alud estival, se pueden resumir en dos.

Por un lado, que una exposición sobre el franquismo se puede aceptar, pero que incorpore una estatua del dictador en la calle es intolerable, ya que hacerlo significa “normalizar” el pasado cuando todavía hay muchas personas que nunca han sabido dónde están enterrados sus padres y abuelos. Del otro, elegir como escenario el Born y no cualquier otro lugar más vinculado al imaginario de los años de la dictadura es una provocación deliberada que tiene el velado objetivo de diluir la carga emocional del Born como zona cero de la resistencia de 1714 .

Ya tenemos polémica precocinada, bien condimentada y servida para el consumo. Porque es evidente que el propósito de las estatuas en la calle es llamar la atención sobre el interior de la exposición, en definitiva atraer a la ciudadanía a fin de que conozca o se reencuentre con lo que supuso aquel período histórico. El Born Centre Cultural es un espacio dedicado a recordar la resistencia y derrota austracista de 1714, pero sobre todo a visualizar cómo eran la ciudad y la sociedad de los siglos XVII y XVIII, ni es tierra santa ni ningún muro de las lamentaciones.

Las estatuas en cuestión volverán al almacén en febrero, o sea que si el espacio tiene toda esa carga patriótica difícilmente se diluirá en un cuatrimestre (y si lo hace es que definitivamente no la tiene). Como muy bien explica el comisario de la exposición, Ricard Vinyes, en un artículo en el diario Ara, ni existe el concepto de normalidad histórica, ni puede haber menosprecio o daño moral a nadie si durante años nos hemos reído con la parodia del Franco ecuestre del programa Polònia de TV3.

Pero, alguien me dirá, ¡si incluso la Amical de Mauthausen lo ha censurado! Pues sí. Critican la anécdota de las estatuas y en cambio no aplauden, como parecería natural, la iniciativa de hacer un ejercicio de memoria histórica sobre el franquismo. Cosas más raras se han visto. Como que la Conferencia Episcopal, que mantenía una emisora desde la que cada día se blasfemaba a diestro y siniestro, se molestara en hacer un comunicado para criticar que un dirigente político se había hecho una foto con una corona de espinas de souvenir en la cabeza. La clave era que este dirigente era de izquierdas e independentista. Si la corona de espinas se la hubiera colocado Aznar todo el mundo le habría reído la gracia.

Al igual que ahora, si la exposición no hubiera salido del 'colauismo', y sí del 'procesismo', el hecho de rescatar por unos meses alguna de las viejas estatuas que llenaron la ciudad durante los años oscuros seguramente habría parecido una gran ocurrencia. ¡Un Franco decapitado! Incluso Joan Tardà lo encontraría genial (y quiero subrayar que me encanta la forma de ser y hacer de Tardà, además en una ocasión estuve charlando con él y me pareció francamente interesante).

Me dejo para el final el argumento definitivo, el tuit más repetido. Aquel que dice que “¿se imaginan en Alemania una exposición sobre Hitler? ¡Sería impensable!”. Pues me he molestado en comprobarlo y resulta que se han hecho. Sobre las formas de expresión artística durante el Tercer Reich y sobre el régimen mismo. No muchas y no exentas de polémicas, pero se han hecho.

En 2010, en el Museo de Historia de Alemania de Berlín se hizo la exposición 'Hitler y los Alemanes: nación y crimen', a través de la que se intentaba explicar a las nuevas generaciones de alemanes aquel complicadísimo período histórico. Curiosamente, también estuvo abierta entre un mes de octubre (de 2010) y un mes de febrero (de 2011).

Había multitud de simbología nazi y de imágenes de Hitler, pero obviamente los responsables de la muestra la dispusieron de tal forma que en ningún momento pareciera que se le rendía homenaje, sino todo lo contrario. Por ejemplo, no había objetos personales suyos. Años antes, en 2006, en la ciudad de Schwerin se hizo una retrospectiva sobre Arno Breker, el escultor favorito de Hitler.

Un sector de la opinión la criticó por considerar que se hacía un reconocimiento a un protegido de Hitler que con sus obras alimentó el ideario nazi, pero para el comisario de la muestra lo importante no era la calidad de los trabajos de Breker sino visualizar la interrelación entre arte e ideología.



En fin, todo el mundo es libre de sentirse ofendido por lo que quiera, faltaría más, pero las entidades sociales deberían intentar no enredarse en jugadas polémicas que sólo buscan la tarjeta amarilla para el rival, es decir, erosionar su credibilidad política. Al menos no antes de haber visionado la moviola, esto es, de tener toda la información. Las entidades deben ir con pies de plomo para no hacer el juego a nadie porque se juegan su propia credibilidad. Tal vez la auténtica ofensa radique en que alguien politiquee con la noble causa que defienden.
 


Me puedo equivocar, pero me jugaría un guisante a que al final, cuando se estrene la muestra, entre los visitantes sólo se sentirá insultado algún escacharrado nostálgico del franquismo que se deje caer por el Born (si es que lo hace alguno). Eso sí, habrá una legión de ciudadanos que ni se acercarán a la muestra y en cambio dirán sentirse eternamente ofendidos.

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