A veces, las noches entresemana producen diálogos apasionantes. Con mi amigo José Luis solemos volver a casa y antes de despedirnos bebemos la última cerveza en la plaça Rovira. Sin la intervención de Marsé nos explicamos ‘aventis’, charlamos sobre el mundo y siempre, de modo inevitable, terminamos por imaginar una Barcelona que no fue mientras observamos el proyecto ganador del concurso del Eixample de Barcelona, situado a los pies de la estatua del arquitecto, demasiado olvidado en el presente. La trace d’un ville est oeuvre du temps plutôt que d’un architecte (el rastre d'una ciutat està fora de temps en comptes d'un arquitecte)
Y el tiempo altera las ciudades, a veces con detalles imperceptibles. Si realizáramos una encuesta es muy probable que la plaça de Sant Felip Neri fuera la ganadora de un certamen para designar el lugar más bonito de la ciudad. Muchos de sus visitantes ignoran que su aspecto actual es una invención de invenciones dentro de la gran fantasía que es el barrio gótico. En una imagen de 1940 se aprecia un hueco enorme producido por las bombas de la Guerra Civil, las mismas que asesinaron a más de treinta niños en enero de 1938. Este espacio vacío se cubrió en 1959 con el edificio del Gremi de Calderers, que de su emplazamiento inicial en el carrer de Bòria fue desplazado a la plaça de Lesseps, donde era una excentricidad brutal que encontró un acomodo coherente, tanto por historia como por estilo, en Sant Felip Neri.
Lo mismo ocurrió con el edificio del Gremi de Sabaters, trasladado a la plaza a principios de los cincuenta del siglo pasado, cuando se desmanteló el antiguo barrio de la Catedral. Estos dos palacios dan al lugar su particular estructura cerrada, que alcanza su perfección mediante la fuente octogonal del centro, obra de Joaquim Ros.
Esta fuente, ideal para que los guías cuenten historias y los turistas se saquen selfis, tuvo durante años una estatua del escultor Josep Miret, el autor del Cristo del Tibidado. Fue inaugurada en 1962 y la robaron al año siguiente, un hecho que el Ayuntamiento solucionó reemplazándola por otra al cabo de pocos meses.
Volvamos a la noche, ahora de muchos años atrás. Estamos en un momento indeterminado de los años setenta. La curiosidad me ha llevado a consultar hemerotecas de ese período. De Sant Felip Neri se habla poco, sólo de los resucitados conciertos de cuaresma y de la muerte de unos yonkis. Mi recuerdo adolescente de la plaza es una mezcla de niños y drogadictos. Imaginemos el panorama. Hay silencio. No circula nadie. La última pareja besándose se ha ido a la cama hace bien poco. Irrumpen, todo salvo el hecho es ficción, dos personajes. Van colocados y bromean, pero tienen un plan. De repente deciden llevarse la estatua, encaramándose al pedestal y separándola del mismo con un golpe seco. Como no hay cámaras ni nadie en los alrededores la operación se desarrolla tranquila. A la mañana siguiente un vecino se percata y lo notifica a las autoridades.
Mi búsqueda de información ha sido bastante desastrosa. No encuentro noticias sobre este segundo hurto, y me fastidia muchísimo no poder datarlo con precisión. En varias ocasiones se ha solicitado restituir al pobre niño estudiante con una copia que devuelva la fuente a su estado primigenio, pero ya saben, en Barcelona nadie mira hacia arriba y los distintos consistorios no han dado importancia al tema, entre otras cosas porque, así lo afirmó algún antiguo responsable del departamento artístico municipal, no se dispone de suficiente documentación gráfica para realizar un duplicado con garantías.
Eso es falso. Este artículo nació porque, a lo largo de nuestras charlas nocturnas, José Luis me ha comentado que en los setenta sacó una foto de la estatua. Hace una semana me la regaló y la he escaneado para acompañar al texto y mostrar la existencia de documentación. A partir de buscar por la red he dado con más instantáneas. La de mi amigo, un contrapicado fabuloso quemado por el sol, es la mejor de todas y muestra la espectacularidad del conjunto. Las demás, desde un detalle que acompaña una breve nota de Lluís Permanyer hasta la cubierta de un libro de 1978 sobre el oratorio de sant Felip Neri, permiten reconstruirla a la perfección y al descubrir tantas fotografías me da por pensar más bien en desidia de los Consistorios.
Hacerlo ahora, cuando la plaza ha abandonado su relativo anonimato y empieza a ser conocida por ciudadanos y visitantes, sería un hermoso modo de terminar con este descuido imperdonable. Lamento no poder aportar más datos. En este caso escribir estas palabras es un mero canto barcelonés para recuperar esencias que están a nuestro alcance y mostrar cómo el interés de unos pocos puede dar belleza a muchos. No hay más. Ni menos.