La derecha recurre con frecuencia a la misma estrategia para neutralizar las críticas: en vez de dialogar directamente con las denuncias y exigencias planteadas por un colectivo, altera el significado de las mismas oponiéndolas (falsamente) a los derechos o intereses de otro sector, distorsionando o eliminando, de esta manera, la posibilidad de un debate abierto y transparente sobre las reivindicaciones planteadas. Divide y vencerás: es la mejor manera de evadir responsabilidades. Algunos ejemplos recientes son la culpabilización de la ciudadanía por “haber vivido por encima de sus posibilidades” o la responsabilización, entre otros, de la población migrante por las estratosféricas tasas de paro o la decreciente disponibilidad de recursos públicos. En el caso de las reivindicaciones específicamente feministas, los avances de los derechos de las mujeres son presentados como inherentemente antagónicos con otros intereses colectivos: si la mujer se incorpora al mercado laboral, los hijos crecerán sin valores y sin rumbo, si las trabajadoras domésticas del hogar reivindican una mejor regulación de su empleo, los hogares de clase media verán violada su intimidad o no podrán permitirse comprar los servicios, y si las mujeres pueden decidir libremente sobre su propio cuerpo, millones de fetos y futuros ciudadanos serán asesinados.
El principal argumento esgrimido por el neoconservadurismo en general, y el español en particular, en sus ataques contra la interrupción voluntaria del embarazo ha sido identificar su posición como “defensora de la vida” y presentar la (irresponsable) libertad de las mujeres de decidir como irreductiblemente contraria, dicho de otro modo, favorable a la muerte. Más recientemente, la polémica está girando en torno a la intención del PP de prohibir el aborto incluso en casos de malformaciones graves del feto. Se acusa a las voces defensoras de la interrupción libre de intentar borrar del mapa a las personas con diversidad funcional o intelectual, y Alberto Ruiz Gallardon se erige, frente a la maldad y al egoísmo de las feministas, como el salvador universal de las mujeres verdaderamente mujeres, de los fetos y de las personas con discapacidades.
Frente a ello, me parece importante que desde el feminismo trabajemos para desmontar la apropiación por parte de la derecha de la defensa de la vida. Miles de mujeres mueren intentando abortar en la clandestinidad, y sus vidas nos importan. Además, tal y como se expresa en de Retrones y Hombres, “es mucho más difícil para todos que una madre traiga al mundo a un niño 'normal' en un poblado chabolista que a un niño Down en un chalet de la Moraleja”. La posibilidad de una “vida (in)digna” viene condicionada por múltiples factores y, lejos de yacer exclusivamente en nuestras capacidades funcionales o intelectuales, depende de nuestro acceso a recursos materiales, a vivienda, a atención sanitaria, a una formación de calidad y, entre muchos otros, al respeto y reconocimiento de nuestra comunidad. Sin embargo, aquellos que prometen defender todas las vidas son los mismos que recortan las exiguas ayudas a la dependencia, privatizan la educación y la sanidad, excluyen a las personas migrantes de la atención médica, recortan los servicios sociales, precarizan el mercado laboral, congelan las pensiones y bloquean la ILP por la dación en pago. Hipócritamente defienden a los fetos a golpes de Código Penal, pero una vez éstos se convierten en humanos se desentienden de ellos negándoles los derechos sociales más básicos. Si tanto protegen la vida, ¿harán turnos con la mujer dedicada única y exclusivamente a cuidar de su hija parapléjica? ¿Subvencionará el ministro Wert su educación? ¿Ayudará Rouco Varela a limpiarle el culo? ¿Le hará la cena Mariano Rajoy? ¿Garantizará Ana Mato que la madre pueda conciliar la atención con una vida propia? ¿Priorizará el PP la atención a las personas frente al pago de la deuda y el rescate de los bancos?
No defiendo la opción del aborto como necesariamente fácil, sino que la reivindico como imprescindiblemente libre. Nadie mejor que una mujer embarazada puede saber qué existencia y qué dignidad podrá garantizar en caso de decidir convertirse en madre, y es por ello que defender su libertad no es ni más ni menos que defender la Vida en mayúsculas: una Vida con voz y con autonomía; una Vida de oportunidades; una Vida con justicia e igualdad; una Vida digna de ser vivida.