Las elecciones presidenciales francesas ponen de nuevo sobre la mesa el futuro de uno de los países más influyentes de Europa y del planeta. No solo por su histórico papel en el advenimiento del Estado moderno y el desarrollo del pensamiento democrático, sino por su peso en la escena mundial. Francia es la sexta potencia económica global, después de Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Reino Unido, y la segunda economía de la zona euro después de Alemania. Es también una potencia nuclear al disponer de arsenal atómico propio. Francia ya no es tal vez un gran referente en la nueva sociedad global, articulada con el cambio de siglo en torno a la revolución tecnológica y el desplazamiento del eje de gravedad hacia el Pacífico, pero casi nada se entiende o es posible sin ella. Al menos en Europa.
Con más de 64 millones de habitantes (66,7 millones con los territorios de ultramar), Francia es también el segundo país más poblado de la Unión Europea tras la potencia germana, gran adversario de las devastadoras guerras mundiales sucesivas del siglo XX y, sin embargo, cofundadores y firmes aliados del proyecto de construcción de Europa desde mediados de la última centuria. El ya endémico pesimismo francés, que arrastra el fantasma del declive desde el final de los Treinta Gloriosos –el período de crecimiento acelerado tras la II Guerra Mundial, entre 1945 y 1975–, afronta su punto crítico en la nueva cita en las urnas tras el decepcionante quinquenio socialista presidido por François Hollande. El histórico eje franco-alemán está, pues, también en juego y con él la propia idea de Europa.
Las costuras de Europa
Una vez más, la elección presidencial en doble vuelta (23 de abril y 7 de mayo) del presidente de la República Francesa polariza la atención europea y mundial, en esta ocasión bajo el doble impacto del portazo británico a la Unión Europea, seguido de la estrepitosa irrupción de Donald Trump al mando de la primera potencia militar y económica del globo, al otro lado del Atlántico. La elección constituye, pues, un test de gran trascendencia no sólo para los propios franceses, sino para el conjunto de la comunidad europea e internacional. Esta vez, la amenaza es la virtual llegada de la ultraderecha al poder en Francia, a la espera de lo que suceda en las elecciones de septiembre en Alemania. El espantajo de un “efecto dominó” entre Washington, Londres, París y Berlín asoma por momentos.
Por obvias razones de vecindad, intercambios comerciales y culturales e intereses geoestratégicos derivados de su doble fachada atlántica y mediterránea, el papel de Francia en el concierto europeo y mundial es primordial para España y muy especialmente sensible para Catalunya, en tanto que región europea de vocación transpirenaica y con gran influencia y proyección en el gran arco mediterráneo occidental. Catalunya es un portal estratégico de los grandes flujos europeos de todo género que enlazan el norte y el centro del continente con la gran región norteafricana del Magreb. El gran eje-norte sur del viejo continente, en el que Catalunya actúa de costura de uno de los puntos más sensibles del tejido europeo.
Contexto crítico
Las elecciones francesas llegan en un contexto crítico y hasta de un cierto clima terminal desde el punto de vista político-institucional. Desde la perspectiva interna, a causa de la obsolescencia o descomposición del viejo sistema de partidos que ha presidido la V República, creada en 1958 por el mítico general De Gaulle, héroe de la Resistencia frente a la ocupación nazi del III Reich y el régimen colaboracionista francés del viejo mariscal Pétain. La nueva constitución confió al presidente todo el poder ejecutivo y posteriormente reforzó su aureola de poder al establecer su elección por sufragio universal directo. Algunos protagonistas de la actual contienda electoral, como es el caso notorio del emergente candidato de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon, proponen poner fin al actual régimen y dar más poder al Parlamento a costa del poder casi absoluto del presidente.
Desde el punto de vista exterior, la elección coincide con el radical cambio de rumbo en la política de Estados Unidos, con quien Francia mantuvo un pulso de enorme tensión bajo la presidencia del conservador (gaullista) Jacques Chirac, al oponerse a la invasión de Irak en 2003 desencadenada por el presidente republicano George W. Bush, con el apoyo de Gran Bretaña(Tony Blair) y España (José Mª Aznar). Los efectos de la larga y cruenta guerra civil en Siria, en el contexto del fracaso de la llamada “primavera árabe”, y la emergencia de Estado Islámico como bandera del nuevo hiper-terrorismo yihadista, mantienen a Francia ante el inquietante horizonte de la amenaza exterior y la desestabilización interna.
La presencia de un amplio sector de población de ascendencia árabe-musulmana, además de una importante e influyente población judía y una gran diversidad de etnias muy sensibles a los acontecimientos en Oriente Medio y África, sitúa a los electores ante la responsabilidad de decidir el camino a seguir frente a los nuevos desafíos e incógnitas de la globalización. Los sangrientos atentados terroristas de París en noviembre de 2015 y en Niza en julio de 2016, han lastrado aún más la frágil cohesión interna del país. Los nuevos temores se suman al desencanto ante la falta de avances en la modernización institucional, la vuelta al crecimiento y la reducción del desempleo, la precariedad laboral y la exclusión social.
La tentación involucionista
Este estado de cosas alimenta la tentación populista, identitaria e involucionista encarnada por Marine Le Pen, líder del Frente Nacional (FN), favorita desde hace meses en las encuestas como la candidata con más posibilidades de imponerse en votos en la primera vuelta y disputar la presidencia en la segunda y definitiva ronda. Hija y heredera política de Jean-Marie Le-Pen, fundador del partido en 1972 y adalid de la extrema derecha ultranacionalista, Marine ha logrado deshacerse del verbo y el gesto broncos del antiguo paracaidista hasta apearlo de su propio partido, con el fin de atraer nuevos votos entre las clases medias y populares castigadas por la Gran Recesión y atemorizadas por la globalización y las migraciones masivas. La calculada operación de “blanqueo” ha dado sus frutos.
El partido de Marine Le Pen encabezó espectacularmente las últimas elecciones europeas de 2014 con casi el 25% de votos (4,7 millones), situándose como la fuerza más votada de Francia con cuatro puntos de ventaja sobre la derecha centrista o institucional (UMP, rebautizada en su día por Nicolas Sarkozy como “Les Républicains”) y hasta diez puntos sobre la izquierda parlamentaria (socialistas del PS) actualmente en el poder desde 2012. La sombra lepenista se cierne como nunca sobre el cielo de Francia, emulando con creces el primer terremoto de 2002, cuando el propio Le Pen padre disputó la presidencia a Jacques Chirac en la segunda vuelta, tras imponerse en voto en la primera al por entonces primer ministro socialista Lionel Jospin. La unión patriótica de todo el voto republicano de derecha izquierda en el duelo final frustró entonces el gran salto del FN al poder. Fue el primer gran aviso que estremeció a Europa.
Pese a su granero de votos, el FN no está representado en el Parlamento por la singularidad del sistema electoral a doble vuelta. Es muy posible que el sistema vuelva a frustrar su nuevo intento de llegar a la cúspide del poder, pero desde 2002 ha llovido a mares y la pugna es tan desigual como incierta en un escenario muy volátil. El FN se perfila ahora como una auténtica amenaza para Francia y para Europa, en tanto que abanderado del repliegue patriótico y el proteccionismo a ultranza. La consigna es “los franceses, primero”, bandera que ya ondea en Washington y que aflora de forma sombría incluso en algunas de las jóvenes democracias del Este europeo incorporadas a la Unión. El fantasma de la implosión aislacionista y nacionalista amenaza ahora con prender también en París.
De los lepenistas a los insumisos
Los planes de Marine Le Pen incluyen el abandono de la moneda oficial europea (eurozona, que integra 19 estados), la salida del espacio europeo sin fronteras (zona Schengen, que incluye 26 países), el cierre de puertas a la inmigración y hasta la eventual reconsideración en referéndum de la pertenencia a la propia UE. Cabe recordar que Francia ya apuntilló la non nata Constitución europea en 2005 en un referéndum convocado --y estrepitosamente perdido-- por el entonces presidente Jacques Chirac. Y eso ocurría en los años de bonanza de las grandes economías, cuando aún estaba por llegar el apocalipsis financiero de 2008, con sus enormes secuelas en el tejido económico y social y en la propia moral colectiva.
La sombra de Le Pen ha tomado cuerpo por la penetración del FN en nuevos caladeros del voto en su día administrados por la izquierda. En algunas regiones del norte y sudeste de Francia caracterizadas por el peso de las clases trabajadoras y la fuerte inmigración su voto ha llegado a superar el 40%. Este hecho se explica en parte por la deriva ideológica y programática del Partido Socialista, por una parte, y por la decadencia del histórico PCF y su agónica disolución en el magma del “frente de izquierdas”, por otra. Es revelador que el candidato de extrema izquierda Jean Luc Mélenchon, antiguo ministro socialista asociado al cóctel de la izquierda extraparlamentaria, crezca en los sondeos bajo la marca de “La Francia insumisa”, inspirado en el modelo español de Podemos. Los sectores huérfanos de la izquierda y, sobre todo, el voto joven antisistema nutren sus expectativas.
El gran duelo final
A juzgar por los sondeos, solo el reagrupamiento del voto republicano de derecha e izquierda en torno al candidato que haga frente a Marine Le Pen en la segunda vuelta podrá frustrar el ascenso de la extrema derecha al poder, como en 2002. La única incógnita es saber cuál de los otros diez candidatos en liza en la primera vuelta será el duelista final. El principal aspirante es el joven Emmanuel Macron, un auténtico outsider de la política formado en el mundo de las finanzas y fugaz ministro de Economía del Gobierno de François Hollande conducido por el malogrado primer ministro Manuel Valls. Tras la aparatosa derrota de este último en la primarias del PS por el izquierdista Benoît Hamon, Macron se ha impuesto como un electrón libre como candidato de centro, capaz de atraer y agrupar el voto del amplio espacio central del arco político francés a izquierda y derecha, una vez enfrentado irremisiblemente al fantasma de la involución y la reacción encarnado por la impetuosa, astuta y autoritaria Marine Le Pen.
El rival de Macron en esta disputa es el ex primer ministro François Fillon, ganador contra pronóstico en las primarias de la antigua UMP, el artefacto político de la derecha neogaullista fundado precisamente en pleno drama de las presidenciales de 2002 en torno a la candidatura de Jacques Chirac. La refundación “exprés” del viejo partido fue inspirada entonces por el ex primer ministro Alain Juppé y el ambicioso Nicolas Sarkozy, que tras una intensa etapa ministerial lograría conquistar la presidencia de la República en un fugaz y tormentoso mandato (2007-2012). Fillon, que llegó a imponerse como primer ministro de Sarko, partía inicialmente como gran favorito en la actual contienda presidencial tras imponerse por sorpresa a los dos grandes pesos pesados de la antigua UMP, hoy rebautizada como “Les Républicains”. Su estrella, sin embargo, ha declinado de golpe.
Juana de Arco frente a ‘Marianne’
De talante y programa de perfil fuertemente conservador, católico militante y procedente de una familia acomodada y gaullista de la región del Loira, el encausamiento judicial de Fillon por supuestos empleos ficticios de su esposa a cuenta del contribuyente, pesan como una losa en sus aspiraciones. Su ácido empecinamiento y la tajante negativa del veterano Juppé en asumir el relevo in extremis, le mantienen vivo –aunque malherido– en la carrera electoral. En este contexto, los sondeos reflejan la incertidumbre en torno a Macron, Fillon y, a última hora, hasta el propio Mélenchon, como aspirantes a enfrentarse a Le Pen.
El duelo final de las presidenciales podría verse como el gran combate simbólico entre Santa Juana de Arco, heroína de Francia y fetiche histórico de la ultraderecha nacionalista, y la figura mítica de ‘Marianne’, la popular figura alegórica de la libertad impulsada por la Revolución, que en 1789 enterró el absolutismo y dio paso a la modernidad. El duelo será épico y a fecha de hoy no hay pronóstico. La respuesta, el 7 de mayo.