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La gente no se suicida porque le da la gana

La gente se suicida porque les da la gana, y punto. Mi jefe de sección en la redacción del diario donde trabajaba nos tenía prohibido calificar por escrito ninguna muerte de suicidio, aunque lo fuese. Lo dictaba una moral que nunca llegué a entender, según la cual el suicidio era un asunto estrictamente privado, una decisión personal que no debía ser estigmatizada –ni siquiera calificada-- con la palaba que la define. La palabra estaba proscrita. Tengo la impresión de que aquella proscripción se sigue manteniendo. Desconozco los motivos.

El suicidio es la primera de causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años y la segunda entre el resto de la población, aquí y en el conjunto de España, donde murieron en 2012 un total de 3.539 personas (10 por día, de ellas 500 en Cataluña) en casos contabilizados como suicidios, frente a las 1.915 víctimas mortales de accidentes de tránsito. Sobre las víctimas de la carretera se habla y se actúa, los suicidios son una epidemia invisible, silenciada, tabú. Son “incidencias técnicas” en la megafonía de las estaciones del metro.

Los hospitales, por ejemplo al barcelonés de Sant Pau, ofrecen servicios asistenciales dentro de un Plan de Prevención del Suicidio. Según los psiquiatras responsables, la fría estadística se mueve de modo estable dentro de la “normalidad” establecida: entre 5% y 6% por cada 100.000 habitantes, por debajo de otros países desarrollados o sin desarrollar. La media mundial calculada por la OMS es de 11,4%, lo cual representa la mitad de todas las causas de muerte violenta entre los hombres y el 71% entre las mujeres. Significa un total de 804.000 personas al año, una cada cuarenta segundos. Calculan que por cada suicidio se producen de 10 a 20 intentos, a menudo con secuelas devastadoras, y que 34% de las persones que han intentado suicidarse lo repiten al cabo de unos meses.

El Plan de Salud de la Generalitat se marcó como objetivo del año 2010 reducir los suicidios en un 15%, sobre la base de la eficacia comprobada de los servicios asistenciales y el apoyo terapéutico. El objetivo no se vio alcanzado ni de lejos. El servicio especializado del Hospital de Sant Pau, dirigido por el doctor Santiago Durán-Sindreu, ha reducido de 34% a 10% los segundos intentos de suicidio entre las personas que ha podido tratar.

Los suicidas y sus familiares merecen más comprensión, más ayuda, más prevención, más acceso a los servicios médicos. Y más franqueza.

La gente se suicida porque les da la gana, y punto. Mi jefe de sección en la redacción del diario donde trabajaba nos tenía prohibido calificar por escrito ninguna muerte de suicidio, aunque lo fuese. Lo dictaba una moral que nunca llegué a entender, según la cual el suicidio era un asunto estrictamente privado, una decisión personal que no debía ser estigmatizada –ni siquiera calificada-- con la palaba que la define. La palabra estaba proscrita. Tengo la impresión de que aquella proscripción se sigue manteniendo. Desconozco los motivos.

El suicidio es la primera de causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años y la segunda entre el resto de la población, aquí y en el conjunto de España, donde murieron en 2012 un total de 3.539 personas (10 por día, de ellas 500 en Cataluña) en casos contabilizados como suicidios, frente a las 1.915 víctimas mortales de accidentes de tránsito. Sobre las víctimas de la carretera se habla y se actúa, los suicidios son una epidemia invisible, silenciada, tabú. Son “incidencias técnicas” en la megafonía de las estaciones del metro.