El último huracán Matthew acaba de causar en el mismo momento 900 muertes en Haití y una decena a la costa vecina de Estados Unidos, en la enésima demostración que la peor catástrofe “natural” es siempre la desigualdad de recursos para hacer frente a las catástrofes naturales. En Haití el huracán Jeanne ya causo 3.000 muertes en 2004, el terremoto del 2010 mató a unas 300.000 personas y la epidemia de cólera del mismo año unas 9.000. En el pequeño país insular, colonizado y empobrecido justo al lado de la primera superpotencia, todo sigue igual o peor que antes, hasta la próxima catástrofe “natural”.
Me ha llevado pensar por contraste en Holanda, los Países Bajos, un pequeño territorio deltaico situado por debajo del nivel del mar. Ha sido capaz de ponerle puertas, hasta dominar la boca del mayor río del continente europeo y contener mareas oceánicas con la misma espontaneidad aparente como engullen arenques ahumados frente a los puestos callejeros, de pie y sin perder el paso.
La tierra aislada de la invasión del río o del mar tuvo que ser secada, drenada. Las hileras de típicos molinos de viento se multiplicaron con esta función de bombeo, más que de regadío como en otras regiones meridionales. Aquí del regadío se encarga el cielo con prodigalidad, casi en régimen de riego automático. La red capilar de canales y los ríos sirven de pasillos de conexión con la navegación marítima, la otra especialidad del reducido país capaz de convertir la debilidad de la marisma en imperio.
Los siglos de fe invertidos en su lucha de posiciones contra el agua han sumado frutos. A cada demostración de la bestialidad natural, los holandeses han respondido con un peldaño más de ingenio artificial. La última gran catástrofe, las inundaciones de la noche del 31 de enero al 1 de febrero de 1953, provocaron 1.800 muertos, ahogados a lo largo de 150.000 hectáreas cubiertas por las aguas en pocas horas.
También provocó la aprobación gubernamental del gigantesco Plan Delta, un do de pecho de la ingeniería civil, con kilométricos diques de nueva generación en proporciones y técnicas inusitadas. La siguiente amenaza de inundaciones del mismo calibre, registrada a finales de enero de 1995, dio pie al fenómeno controlado e incruento de evacuación de 250.000 holandeses.
Los diques resistieron sin problema. La temida inundación no se produjo. Los 250.000 evacuados regresaron al cabo de unas horas a sus domicilios con el mismo orden con que habían marchado.
La antigua potencia colonial holandesa tiene hoy una Producto Interior Bruto (PIB) anual de 40.000 € por habitante y Haití de 725 €, infinitamente mal repartidos.
El último huracán Matthew acaba de causar en el mismo momento 900 muertes en Haití y una decena a la costa vecina de Estados Unidos, en la enésima demostración que la peor catástrofe “natural” es siempre la desigualdad de recursos para hacer frente a las catástrofes naturales. En Haití el huracán Jeanne ya causo 3.000 muertes en 2004, el terremoto del 2010 mató a unas 300.000 personas y la epidemia de cólera del mismo año unas 9.000. En el pequeño país insular, colonizado y empobrecido justo al lado de la primera superpotencia, todo sigue igual o peor que antes, hasta la próxima catástrofe “natural”.
Me ha llevado pensar por contraste en Holanda, los Países Bajos, un pequeño territorio deltaico situado por debajo del nivel del mar. Ha sido capaz de ponerle puertas, hasta dominar la boca del mayor río del continente europeo y contener mareas oceánicas con la misma espontaneidad aparente como engullen arenques ahumados frente a los puestos callejeros, de pie y sin perder el paso.