Querido Carlos, he leído con atención tu articulo ICV, atrapada por la derecha publicado en El País el pasado 20 de diciemre. El aprecio y amistad que, como sabes, te profeso me animan a expresarte mi opinión sobre el mismo. Más allá de la coincidencia en aspectos parciales de algunos de tus argumentos creo que globalmente tu artículo es injusto con ICV. Y me duele.
Vamos por partes. La compleja situación política catalana viene determinada por la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatuto de Autonomia de Catalunya (EAC) en 2010. Una sentencia que cierra la vía evolutiva del Estado de las autonomías hacia un Estado federal en el actual marco constitucional.
Una sentencia que impide a Catalunya estar cómoda en España. Una sentencia que impide a “Catalunya vivir de otra manera dentro del Estado español”, frase ésta utilizada por Azaña en su discurso parlamentario de 1932 de defensa del Estatuto de autonomía catalán que se tramitaba en las Cortes.
Pero además la sentencia del TC supone, a mi entender, un choque de dos legitimidades. La legitimidad democrática que la sociedad catalana expresó en el referéndum y la legitimidad institucional (evidentemente también democrática) del TC, en buena parte erosionada por todo el culebrón del propio tribunal.
Y significa, si me apuras, un menosprecio y una ofensa a la voluntad y dignidad de los hombres y mujeres que depositaron esperanzas e ilusiones en el nuevo Estatut como instrumento de mejora de las condiciones de vida y como nuevo marco convivencial entre Catalunya y España.
¿Cómo superar el choque de estas dos legitimidades o cómo salir del cul de sac en que se encuentra Catalunya después de la sentencia? Esa es la cuestión. No encuentro mejor respuesta que escuchar lo que dice la ciudadanía. Hacer posible que la voluntad de la gente oriente el futuro de Catalunya. Esa fue y es la orientación estratégica profunda de la posición de ICV. “Que la gente hable, que diga que prefiere”.
En este sentido acordar con otras fuerzas políticas el objetivo de “que la gente hable”, que además sintoniza con una demanda social hoy mayoritaria, no sólo no me parece repudiable sino todo lo contrario, profundamente democrático e imprescindible.
Otra cuestión distinta es el sesgo que en algunos aspectos toma este proceso, el contenido de la pregunta (que no es de mi total agrado), las prioridades de las acciones a realizar, las posibles vías de la consulta, la independencia como horizonte irreal que hace desaparecer los conflictos y los intereses de clase o el aluvión de victimismo a que se nos somete con relatos, a menudo, partidistas o sectarios, o incluso algunas posiciones o votaciones de ICV que pueden parecer confusas en un momento político acelerado, entre otros muchos.
Por otro lado, no podemos omitir las dificultades que plantea el hecho de que los dos grandes partidos del Estado no están en una dinámica evolutiva hacia un Estado Federal, cuestión ésta que propicia el aumento del sentimiento independentista. Unos, el PP, en una carrera hacia un estado unitario y uniformizador que atraviesa toda su acción de gobierno. Los otros, el PSOE, que no defendió políticamente el Estatut como una propuesta federal modernizadora del Estado y que mantiene unas posiciones, en relación a este tema, insuficientes (aunque valoro el hecho de que por primera vez planteen la reforma de la Constitución).
La ubicación de Catalunya en España, o fuera de ella, no es un problema jurídico. Es un problema político que tiene soluciones jurídicas, como muy bien han afirmado desde Rubio Llorente hasta Francesc de Carreras; desde Miquel Roca hasta Herrero de Miñón. No es que no se pueda, es que no se quiere.
Inferir de las posiciones de ICV en relación a este tema complicidades programáticas con CiU e indirectamente con el PP y, en consecuencia, la ruptura del hilo conductor del catalanismo popular me parece no sólo excesivo sino injusto. Por varias razones. En primer lugar porque ampliar la democracia, y la consulta lo es, si se puede se debe acordar hasta con el diablo. Acordar que la ciudadanía exprese su opinión nunca puede ser condenable.
En segundo lugar, porque la formación política más beligerante contra las políticas neoliberales, de recortes de derechos y libertades y de denuncia de la corrupción, es sin ningún género de dudas, y a kilómetros de distancia, ICV. De tu articulo, amigo Carlos, se puede inducir que somos cómplices de las políticas conservadoras y esto no es cierto y me duele porque la nueva dirección de ICV, de la que yo ya no formo parte en primer plano, hace esfuerzos diarios en el Parlament de Catalunya y fuera de él por combatir las políticas de austeridad como no hace nadie más.
Por último, teorizas que ICV ha roto la continuidad histórica con el “catalanismo popular” que preconizó el PSUC. He de confesarte que cuando leí esta afirmación quedé perplejo. ¿No pactaron el PCE y el PSUC la transición democrática con sectores del régimen franquista que tenían de todo a sus espaldas? ¿Se convirtieron en complices de las políticas de los gobiernos de la derecha?
Reproduces textos del PSUC para afirmar que ICV ya no es así. Como seguro que los conoces, te ahorro documentos asamblearios de ICV con un contenido similar -por no decir idéntico-, salvando las distancias temporales.
Pero más alla de los textos, “catalanismo popular” es hacer una campaña política y social en contra de la reforma de las pensiones. Es dirigirse a ERC para conminarlos a no dar apoyo a las políticas y al presupuesto de CiU. Catalanismo popular es confrontar con CiU defendiendo la sanidad publica, es darle todo el valor que tiene al mundo del trabajo. Catalanismo popular es defender la eliminación de los conciertos educativos que separan niños de niñas. Catalanismo popular es defender un país sin desigualdades.
Dices que olvidamos el catalanismo popular. Nosotros tenemos la percepción de estar, a menudo, demasiado solos políticamente, defendiendo las clases populares y porfiando por una articulación política de todas las energías sociales que quieren otra Catalunya. Una Catalunya donde quepan “todas las Catalunyas”.
Para acabar, quisiera decirte que, desde la discrepancia de tu tesis de fondo, agradezco la sinceridad y honestidad de tus planteamientos. Nos hará reflexionar para corregir los errores que seguro que cometemos. En la confianza que, defendiendo los intereses de los más vulnerables, siempre nos encontraremos.
Un abrazo,
Joan Saura