Un artículo del periodista Miguel González en el periódico El País ha tenido una fuerte repercusión en las redes sociales. No así en las redes de comunicación oficiales (bien engrasadas como están por el dinero que les llega directa o indirectamente desde el Govern directamente o indirectamente independentista de Cataluña).
Miguel González, nacido creo en Sevilla, estudió y trabajó en Cataluña entre los años 1976 y 1987 y se ha especializado en informaciones sobre Defensa. En el artículo en cuestión concluye que “el proceso de separación de Cataluña del resto de España podrá ser más o menos largo, civilizado o traumático, pero parece, desgraciadamente, irreversible”. Miguel, como yo, no entiende a los catalanes que divide el mundo entre “nosotros” y “los otros”. Comenta que ha intentado convencer a excompañeros de carreras ante los grises de que lo de la independencia es un error. Pero los ha encontrado definitivamente decididos a no dar un paso atrás en su opción segregacionista.
Escribe que “para casarse hace falta que dos personas quieran hacerlo pero que para divorciarse es suficiente con que uno de los dos tire la toalla”. Y reconoce que razones para tirarla las ha dado abundantemente el españolismo rancio y centralista.
¿Cuántos catalanes han lanzado ya esa toalla? ¿No hay nada que hacer? ¿La vía catalana hacia la independencia es irreversible, como teme él? Quizás sí. Lo que no se puede aceptar es que sea indiscutible.
A un buen puñado de catalanes no les encanta la vía independentista pero quisieran acabar de una vez por todas con el bombardeo de banderas esteladas, subvencionadas o espontáneas, que invaden buena parte del país y sus medios de comunicación y ocultan el drama social que sufren millones de catalanes.
Hay muchos catalanes que consideran que el mundo no se acaba si Cataluña no es independiente de España (quiera decir lo que quiera decir eso a estas alturas del siglo XXI). Tampoco se acaba si Cataluña se convierte en un estado propio que mantenga las relaciones con España pasando por Bruselas.
Pero a esos catalanes nos gusta debatir los temas de forma equilibrada. No nos gustan las tertulias televisivas donde todos los participantes son patriotas, de signo catalán o español.
Y los hay, como yo, que ni tan siquiera amamos a Cataluña. Amamos a las catalanas y a los catalanes, a las personas que forman parte de eso que llamamos Humanidad.
Por esa razón, preferimos llevar la contraria y debatir cuestiones como que nos suena fatal que las hijas de Miguel González tengan un padre extranjero porque ellas nacieron en Cataluña y él, no.
Un artículo del periodista Miguel González en el periódico El País ha tenido una fuerte repercusión en las redes sociales. No así en las redes de comunicación oficiales (bien engrasadas como están por el dinero que les llega directa o indirectamente desde el Govern directamente o indirectamente independentista de Cataluña).
Miguel González, nacido creo en Sevilla, estudió y trabajó en Cataluña entre los años 1976 y 1987 y se ha especializado en informaciones sobre Defensa. En el artículo en cuestión concluye que “el proceso de separación de Cataluña del resto de España podrá ser más o menos largo, civilizado o traumático, pero parece, desgraciadamente, irreversible”. Miguel, como yo, no entiende a los catalanes que divide el mundo entre “nosotros” y “los otros”. Comenta que ha intentado convencer a excompañeros de carreras ante los grises de que lo de la independencia es un error. Pero los ha encontrado definitivamente decididos a no dar un paso atrás en su opción segregacionista.