La primera gran manifestación soberanista en Catalunya, que sacó a un millón de personas a la calle y que se considera el inicio del proceso catalán hacia la independencia, tuvo lugar el 10 de julio de 2010. La sociedad catalana expresó su decepción por la sentencia contra el Estatut, tras cuatro años en que las instituciones propias recibieron una presión ignominiosa. Sin embargo, aquella decepción se transformó en una gigantesca ilusión a favor de una solución mucho mejor. En lugar de lamentarnos, los catalanes nos juntábamos para superar diferencias ideológicas y proponíamos la razón de una esperanza.
Catalunya ha andado muy de prisa desde entonces. Las consecutivas manifestaciones multitudinarias y los resultados en las urnas han expresado con obstinación, y al mundo entero, el deseo de cambio. Con las intensas campañas 'Ara és l’hora' (Ahora es el momento), Òmnium y la ANC movilizamos y conectamos a cientos de miles de personas con las que compartimos el deseo común de un país nuevo.
Pensar que el futuro de los catalanes sería mejor con un Estado propio es una opinión libre que no nos convierte en 'viscerales' ni en 'ultramontanos', como han calificado algunos medios de comunicación a los independentistas. No son las palabras adecuadas para comprender la situación: en el Parlament de Catalunya hay una mayoría absoluta clara a favor de la independencia, surgida de unas elecciones del 27 de septiembre con una gran participación.
La tarea de Òmnium, ahora que ya hay unas instituciones catalanas con un mandato democrático claro, sigue siendo la misma de siempre, la que ha tenido durante sus 54 años de historia: un compromiso irrompible con la cohesión social. En este objetivo ponemos toda nuestra energía, los recursos de más de 54.000 socios.
Al mismo tiempo, seremos muy activos para ensanchar el apoyo al soberanismo. Podemos superar el 48% de apoyo a la independencia si sabemos ofrecer una propuesta adecuada. Estamos convencidos de que el 'proceso constituyente' que el Govern y el Parlament de Catalunya han anunciado podrá ser una manera adecuada. Al final, deberemos tener una nueva Constitución —la de la República Catalana— que todos los catalanes y catalanas podremos votar.
No parece demasiado prudente que el Gobierno y los principales partidos del Estado español hagan como que desconocen el dato. Una Catalunya donde hay un 48% que vota por la independencia (Junts pel Sí y la CUP) y que desconecta de la Constitución española —mientras que el 'no al cambio' representado por Ciutadans, el PSC y el PP se queda en un 38%, con Catalunya Sí que es Pot representando el 11% restante— no puede ser tratada con menosprecio o con amenazas. Otra 'campaña del miedo' no es el remedio que la situación reclama.
Los gestos erróneos —como las dos descortesías reales de obviar el agradecimiento a los servicios prestados por el president Mas y negarse a recibir a la segunda autoridad catalana, la presidenta del Parlament, Carme Forcadell— y la negativa al diálogo —poniendo líneas rojas en el derecho de los catalanes a decidir democráticamente sobre la independencia, donde hay más de un 80% de acuerdo— no resuelven el desencaje. El soberanismo crece en Catalunya porque tiene una propuesta. Cada vez más gente se formula la pregunta adecuada: ¿independencia o qué?
Las instituciones del Estado español tienen ahora una gran oportunidad. No sólo escogen a la persona que dirigirá el Consejo de Ministros, sino que también deciden entre inclinarse a favor de un gobierno partidario de entender a Catalunya —un gobierno que interprete el dato— o encerrarse a cal y canto en el inmovilismo agresivo de los últimos años, aunque sea con más siglas.
Si el denominado federalismo tuviera una propuesta, ya no encontrará ocasión mejor para exponerla y hacerla creíble. Si renuncian a ello, si ignoran este 'más del 80%' que defiende el derecho a decidir, tendremos, sin duda, el argumento definitivo para explicar a todos los catalanes y catalanas que vale la pena participar en un proceso constituyente que nos permita decir cómo queremos que sea el nuevo país. Nosotros tenemos claro que queremos un país mejor, es decir: más democrático, más próspero, más justo y más solidario.
La primera gran manifestación soberanista en Catalunya, que sacó a un millón de personas a la calle y que se considera el inicio del proceso catalán hacia la independencia, tuvo lugar el 10 de julio de 2010. La sociedad catalana expresó su decepción por la sentencia contra el Estatut, tras cuatro años en que las instituciones propias recibieron una presión ignominiosa. Sin embargo, aquella decepción se transformó en una gigantesca ilusión a favor de una solución mucho mejor. En lugar de lamentarnos, los catalanes nos juntábamos para superar diferencias ideológicas y proponíamos la razón de una esperanza.
Catalunya ha andado muy de prisa desde entonces. Las consecutivas manifestaciones multitudinarias y los resultados en las urnas han expresado con obstinación, y al mundo entero, el deseo de cambio. Con las intensas campañas 'Ara és l’hora' (Ahora es el momento), Òmnium y la ANC movilizamos y conectamos a cientos de miles de personas con las que compartimos el deseo común de un país nuevo.