En las jornadas organizadas por la Plataforma Antifascista de Barcelona, el segundo fin de semana de octubre, Metromuster presentó una degustación del proyecto en el que están trabajando actualmente: un vídeo sobre el caso de las antifascistas encausadas por los hechos del 12 de octubre de 2013. A raíz del vídeo y su planteamiento, abrieron un debate sobre un tema que parecía tabú, incluso y en espacios donde deberíamos estar acostumbradas a discutirlo todo: la violencia física como autodefensa.
A partir de aquí, se activan varios recuerdos. Como cuando el otro día alguien preguntaba hasta cuándo aguantaríamos sin responder violentamente a un desahucio. O cuando te enteras que, en algún lugar del planeta, una mujer harta de agresiones machistas y la inoperancia del sistema judicial decide pasar a la acción directa y agredir físicamente a su agresor. Y lamentas que sólo sea una camisa rasgada de un directivo la respuesta de una plantilla laboral de donde despide 2.900 personas, es decir, de donde 2.900 personas verán sus vidas desgarradas.
La doctrina del shock hace que al final sean menos; la doctrina capitalista, pero, detiene cuatro trabajadores. La mujer seguro que es detenida. Si respondemos con contundencia a un desahucio seguro que acabamos en prisión. Y si no nos ponemos las pilas antifascistas en la calle, seguiremos contando asesinados en nuestras filas, mientras a sus apenas si alguno será condenado, mientras la mayoría quedarán impunes.
El tema no es un debate metafísico. Es un debate material, real y necesario. El monopolio exclusivo de la violencia en manos del Estado remite a su composición de clase: la burguesía. Hay que recordar que esta accedió al poder haciendo rodar cabezas. Literalmente. Ninguna clase dominante se ha constituido como tal de manera pacífica, al contrario: ha sido en un choque violento contra la anterior clase dominante, al que ha desalojado del poder.
Cuando hablamos de poder, no hablamos de gobiernos, no hablamos de gobernar un Estado con un carácter más o menos socialdemócrata o con más o menos Estado del bienestar. Estamos haciendo referencia a que este Estado, tal y como lo conocemos ahora, es la traducción legal del poder capitalista y patriarcal -y que en los Países Catalanes, además, tiene también la componente de opresión nacional-. Es esta dictadura económica capitalista y patriarcal la que siempre estará presente en esta sociedad, por su propia génesis: las leyes encontrarán siempre unos límites por la izquierda que estarán situados muy a la derecha. Y cada vez más: la crisis capitalista hace emerger la otra cara del sistema en estos contextos, el fascismo y sus múltiples vertientes y derivadas.
Las mujeres, la clase trabajadora, no pueden esperar que el Estado los salve los agresores -masclistes, fascistas, explotadors- que él mismo amparo, que él mismo encubre. La explotación de la clase trabajadora y la sobreexplotación de la mujer trabajadora están blindadas por ley. El racismo institucional y la impunidad del fascismo de calle aseguran el temor del más débil.
¿Cómo podemos esperar que un Estado que aprueba reformas laborales cada vez más contrarias a los intereses de la clase trabajadora o realiza recortes antisociales, algún día opere en la línea completamente opuesta? ¿Cómo podemos esperar que un Estado que ampara y rebaja agresiones y mensajes machistas de todo tipo y en todas partes, algún día gire antagónicamente la manera de entender la sociedad? ¿Cómo podemos esperar que un Estado que hace políticas racistas, que nunca ha condenado su pasado franquista y que quita hierro a las múltiples expresiones y agresiones fascistas, quiera poner freno a sus cachorros? Y aún más, como podemos esperar que lo haga en plena crisis sistémica en que las contradicciones y las opresiones agudizan?
La socialdemocracia se esfuerza en vendernos la salida reformista y en rebajar nuestras expectativas máximas a lo que el Estado nos pueda dar o conceder. La realidad y la crisis se empeñan en rebajarnos cada vez más estos máximos, que se convierten en mínimos, a menudo por debajo de la supervivencia -o la propia vida, como en el caso de las mujeres-. La conciencia revolucionaria nos debería empujar a asumirlo más temprano que tarde: lo tenemos que hacer nosotros. Nuestras manos, nuestro capital ... y nuestro martillo, nuestra piedra, nuestra barricada. La combinación de todos los medios de lucha era también eso.
La autodefensa laboral, la autodefensa antifascista y la autodefensa feminista ocurren como inevitables. Y como tal, ocurre inevitable que el debate salga a la luz y hablamos sin rodeos: no hacerlo, será asumir de entrada la derrota, será seguir regalando el poder a quien sabe que la ley siempre juega de la su banda. Quien no quiere que las cosas cambien, se aferra siempre a la ley. Del mismo modo que nadie que quiera hacer un cambio real lo hace ciñéndose a la ley, sino a la justicia ya la legitimidad.
Como decíamos antes, el debate no es metafísico, es bien real y material. No se trata de hacer odas a la violencia ni a usarla siempre y sin análisis, sino de no renunciar de entrada y para siempre. El conflicto de clase es el motor la historia. La historia nos ha enseñado que los pueblos, y al decir pueblos quiero decir los sujetos oprimidos con conciencia de su condición y organizados para rebatirla, se han tenido que levantar violentamente para transformar la realidad.
La realidad nos dice que las injusticias como la explotación de clase, el fascismo o las agresiones machistas son bien reales y palpables; incluso, algunas de ellas, blindadas por ley. Más que preguntarnos si estamos a favor de la violencia, deberían responder si están a favor de la permanencia de las injusticias, incluso cuando nos cuestan la vida. No se trata de entrar en la ley del más fuerte, sino de ganar la hegemonía en lo que consideramos legítimo y justo, por encima de lo legal e injusto.
En las jornadas organizadas por la Plataforma Antifascista de Barcelona, el segundo fin de semana de octubre, Metromuster presentó una degustación del proyecto en el que están trabajando actualmente: un vídeo sobre el caso de las antifascistas encausadas por los hechos del 12 de octubre de 2013. A raíz del vídeo y su planteamiento, abrieron un debate sobre un tema que parecía tabú, incluso y en espacios donde deberíamos estar acostumbradas a discutirlo todo: la violencia física como autodefensa.
A partir de aquí, se activan varios recuerdos. Como cuando el otro día alguien preguntaba hasta cuándo aguantaríamos sin responder violentamente a un desahucio. O cuando te enteras que, en algún lugar del planeta, una mujer harta de agresiones machistas y la inoperancia del sistema judicial decide pasar a la acción directa y agredir físicamente a su agresor. Y lamentas que sólo sea una camisa rasgada de un directivo la respuesta de una plantilla laboral de donde despide 2.900 personas, es decir, de donde 2.900 personas verán sus vidas desgarradas.