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Ni molestia ni orgullo

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En La Palestina com a metàfora (Palma: Lleonard Muntaner, 2012) Mahmud Darwix recuerda una conversación entre Jean Genet y Juan Goytisolo. El primero le dice al otro que «no hay idea más absurda y estúpida que la patria, excepto para aquellos a quien se les priva de ella, como los palestinos». Y el segundo pregunta: «¿Qué pasará cuando los palestinos tengan patria?». Y el primero le responde: «Pues que tendrán todo el derecho de lanzarla por la ventana». Ahora que este recuerdo de Darwix puede perseguirnos y entrar hasta donde más nos cuece —y a ver si cura—, uno de estos que hace pensar: Pompeu Gener —el andrajoso elegante Fray Feliu Piu de Sant Guiu. Aunque sus textos rezuman un positivismo a menudo exacerbado, El catalanismos literario resulta, afortunadamente, de difícil encaje. Se habla de un tipo catalán pertinaz, rebelado, independiente y terco, “de una temeridad titánica que lo convierte en protesta viva de toda traba impuesta y de toda ley en cuya confección no ha intervenido” y que enganchó con orgullo el proverbio que dice que “cada catalán tiene un rey en su cuerpo», ya que, como la historia demuestra, no ha permitido reyes, sólo condes. Se habla también de luchas en abundancia y de guerras por doquier. Del sentimiento autonómico y de una personalidad combatida que ”no ha hecho más que acentuarse y endurecerse por el fuego de los combates“ y los ”trabucazos de sus guerrilleros“ que ”no son más que el eco lejano de las tremendas explosiones volcánicas de la formación geológica del país“. De unos catalanes que, además, muestran una tendencia a la apariencia y a la pompa más interesada y chabacana: «Todo lo han medido por la cantidad y han menospreciado las letras, las ciencias, y aún las artes; sólo se han amparado de éstas últimas, para darse cierto tono, introduciendo en ellas un mal gusto feroz; han sido ricos con costumbres de pobres», y que han arrebatado la musa catalana de los salones para despeñarla ”en las alquerías, en los talleres y en las tabernas“. Un panorama, pues, de baches salvajes, de violencia ligada a la tierra, de luchas entendidas como algo esencial —de natural—, un panorama salpicado de las ideas raciales del positivismo —más tarde transformadas algunas en monstruos colosales— y un panorama más desolador que nada más que parece que no pueda concordar jamás con esto otro que también dice Gener en el mismo texto: que la literatura catalana ”cante el hombre en todos sus estados, en todas sus manifestacions, que no se amuralle en lo catalán como los chinos en la China, que sea menos local, que por ser más humana no dejará de ser catalana“ y que ”el catalanismo se haga instruído, moderno y humano“. Gener, que viajó por Europa, que hizo largas estancias en París, que estuvo vinculado al republicanismo federal, que colaboró ​​en revistas como L'Avenç y L’Esquella de la Torratxa, que opinó sobre temas diversos con una libertad de pensamiento que, de tan original, es descarada y estrafalaria, Gener se atasca a veces en un chovinismo peligroso y, al mismo tiempo, nos enseña cómo se hace para salir de él. Darwix, más conciso, afirma que ”yo soy mi lengua“ y que eso ni le molesta ni le hace sentirse especialmente orgulloso. He aquí.

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En La Palestina com a metàfora (Palma: Lleonard Muntaner, 2012) Mahmud Darwix recuerda una conversación entre Jean Genet y Juan Goytisolo. El primero le dice al otro que «no hay idea más absurda y estúpida que la patria, excepto para aquellos a quien se les priva de ella, como los palestinos». Y el segundo pregunta: «¿Qué pasará cuando los palestinos tengan patria?». Y el primero le responde: «Pues que tendrán todo el derecho de lanzarla por la ventana». Ahora que este recuerdo de Darwix puede perseguirnos y entrar hasta donde más nos cuece —y a ver si cura—, uno de estos que hace pensar: Pompeu Gener —el andrajoso elegante Fray Feliu Piu de Sant Guiu. Aunque sus textos rezuman un positivismo a menudo exacerbado, El catalanismos literario resulta, afortunadamente, de difícil encaje. Se habla de un tipo catalán pertinaz, rebelado, independiente y terco, “de una temeridad titánica que lo convierte en protesta viva de toda traba impuesta y de toda ley en cuya confección no ha intervenido” y que enganchó con orgullo el proverbio que dice que “cada catalán tiene un rey en su cuerpo», ya que, como la historia demuestra, no ha permitido reyes, sólo condes. Se habla también de luchas en abundancia y de guerras por doquier. Del sentimiento autonómico y de una personalidad combatida que ”no ha hecho más que acentuarse y endurecerse por el fuego de los combates“ y los ”trabucazos de sus guerrilleros“ que ”no son más que el eco lejano de las tremendas explosiones volcánicas de la formación geológica del país“. De unos catalanes que, además, muestran una tendencia a la apariencia y a la pompa más interesada y chabacana: «Todo lo han medido por la cantidad y han menospreciado las letras, las ciencias, y aún las artes; sólo se han amparado de éstas últimas, para darse cierto tono, introduciendo en ellas un mal gusto feroz; han sido ricos con costumbres de pobres», y que han arrebatado la musa catalana de los salones para despeñarla ”en las alquerías, en los talleres y en las tabernas“. Un panorama, pues, de baches salvajes, de violencia ligada a la tierra, de luchas entendidas como algo esencial —de natural—, un panorama salpicado de las ideas raciales del positivismo —más tarde transformadas algunas en monstruos colosales— y un panorama más desolador que nada más que parece que no pueda concordar jamás con esto otro que también dice Gener en el mismo texto: que la literatura catalana ”cante el hombre en todos sus estados, en todas sus manifestacions, que no se amuralle en lo catalán como los chinos en la China, que sea menos local, que por ser más humana no dejará de ser catalana“ y que ”el catalanismo se haga instruído, moderno y humano“. Gener, que viajó por Europa, que hizo largas estancias en París, que estuvo vinculado al republicanismo federal, que colaboró ​​en revistas como L'Avenç y L’Esquella de la Torratxa, que opinó sobre temas diversos con una libertad de pensamiento que, de tan original, es descarada y estrafalaria, Gener se atasca a veces en un chovinismo peligroso y, al mismo tiempo, nos enseña cómo se hace para salir de él. Darwix, más conciso, afirma que ”yo soy mi lengua“ y que eso ni le molesta ni le hace sentirse especialmente orgulloso. He aquí.