Podría ser que a algún lector este título le llame la atención. Seguramente, más que ‘El socio de Jaume Roures quiere fichar a Neymar’, que es como se llamaba el artículo que publicó Pere Rusiñol el pasado 26 de julio en este mismo medio.
En dicho artículo de opinión, Rusiñol aseguraba que el interés del Paris Saint Germain por el jugador brasileño (interés a día de hoy ya consumado en multimillonario fichaje) formaba parte de un plan superior: erosionar la junta actual del FC Barcelona, presidida por Josep Maria Bartomeu. Y lo llamo “artículo de opinión” porque absolutamente nadie de la junta directiva del FC Barcelona o de su entorno se ha atrevido ni siquiera a insinuar lo que en él se defiende.
Más bien al contrario. El propio presidente del club, Josep Maria Bartomeu, reconocía en el reciente Congreso Mundial de Peñas que “habíamos previsto que Neymar marchase y por eso aumentamos su cláusula (...) Fuera cual fuera su decisión, era buena para el Barça”. Una de dos: o Bartomeu tiene el don de la premonición (y, honestamente, los antecedentes no sugieren que lo tenga) o los cantos de sirena para atraer a Neymar son un mar de fondo que poco o nada tiene que ver con la política catalana.
La tesis del artículo de Rusiñol es que la voluntad de Nasser Al-Khelaïfi, empresario catarí propietario del PSG y presidente de la televisión de pago beIN Sports, de fichar a Neymar no obedecería solamente a razones deportivas o mercantiles, sino que se debería también a una suerte de pacto con Jaume Roures, el hombre que controla la franquicia española de beIN a través de Mediapro. Siempre según Rusiñol, Roures forma parte de lo que él bautiza como la Santa Alianza (sic), un conglomerado de personas e instituciones que presuntamente estarían conspirando en secreto con el fin de apartar a Josep Maria Bartomeu de la presidencia del Barça.
Rusiñol asegura que Junts pel Sí, TV3, los restos del laportismo y Mediapro llevan a cabo desde hace meses una campaña desestabilizadora contra la junta del Barça. Una campaña que, paradójicamente, no ha tenido ningún eco en los principales diarios deportivos de Barcelona, la fuente a la que recurren de forma prioritaria los socios culers para informarse de la actualidad de un club que todavía les pertenece. Rusiñol también acusa a TV3 de abanderar la “campaña de acoso” hacia Josep Maria Bartomeu y su junta. Pero el supuesto pacto entre Junts pel Sí y TV3 en este asunto es difícil de creer, si hacemos caso de las presiones internas que ha trascendido que hubo en la CCMA para evitar la publicación de la última entrega del reportaje del caso ‘Seient Lliure’, lideradas por el Consell de la CCMA, de mayoría convergent.
¿Que existen fuerzas que quieren hacer descabalgar a esta junta del palco del Camp Nou? Seguro que sí. El intento más notorio ha sido la proto-moción de censura encabezada por el sempiterno candidato Agustí Benedito, que en ningún caso ha usado argumentos políticos para justificar su acción de oposición. Una moción de censura que, en caso de celebrarse, pondría a Bartomeu en la misma tesitura por la que ya pasaron otros que le precedieron, desde Núñez a Laporta; motivo por el cual es poco menos que osado reducir el atractivo de ocupar el palco del Camp Nou a batallas políticas que, con el tiempo, nos pueden llegar a parecer coyunturales. Por bien o por mal, el Barça sigue siendo propiedad de sus socios, que han demostrado ser poco permeables a influencias externas.
Si bien es cierto que la marcha de Neymar puede debilitar la imagen del Barça y hacer que parezca un club incapaz de retener a sus estrellas y de competir de tú a tú con los equipos nuevos-ricos en un mercado cada vez más inflado (en el que el Madrid y Florentino parecen moverse con bastante más habilidad), nada indica que este hecho concreto vaya a ser determinante a la hora de provocar la caída de Bartomeu. Desde que ganó rotundamente las elecciones en julio de 2015 (por más de 10.000 votos de diferencia con Joan Laporta), a Bartomeu le han perseguido varios escándalos, la mayoría de carácter judicial. El caso Neymar 1 (que se resolvió con Bartomeu y Rosell exonerados a costa de declarar al Barça culpable de fraude fiscal), el caso Neymar 2 (con Bartomeu todavía pendiente de juicio), el caso de los columbarios o el ya citado caso ‘Seient Lliure’ son solo algunos ejemplos. Ninguno de estos episodios ha situado a Bartomeu en la cuerda floja ni le ha forzado a convocar elecciones.
Con todos estos antecedentes, parece como mínimo imprudente considerar que el desgaste provocado por la huida de Neymar al PSG será el factor definitivo que apartará a Bartomeu y a su junta del Barça. Sobre todo si tenemos en cuenta el control casi monolítico que ejerce el actual presidente sobre los dos diarios barcelonistas más importantes; control que le puede servir perfectamente para construir un relato que convierta a Neymar en un jugador sin escrúpulos y con un entorno tóxico.
Seguramente, la parte más desconcertante de la teoría de Rusiñol es el supuesto objetivo final: la Santa Alianza estaría deseando tomar el control del Barça para convertirlo en un club abiertamente independentista justo antes del referéndum de autodeterminación del 1 de octubre. Es público y notorio que el FC Barcelona ha mostrado en varias ocasiones su compromiso con el llamado Procés. No solo con Laporta, también con la junta directiva actual. Ya lo hizo cuando, bajo la presidencia de Sandro Rosell, dejó que la Via Catalana cruzara el estadio de cabo a rabo. Y, más recientemente, ya con Josep Maria Bartomeu ocupando la presidencia y fruto de la presión de parte de la masa social, cuando se adhirió al Pacto Nacional por el Referéndum. Con toda seguridad, a los líderes del Procés les gustaría que el Barça tuviese un presidente desacomplejadamente independentista, como era el caso de Laporta, pero no parece que tengan motivos fehacientes para estar preocupados en este aspecto concreto.
Pero el actor de la Santa Alianza para quien Rusiñol parece tener más predilección no es Joan Laporta, sino Jaume Roures. Además de mencionarle en el título, le dedica la mayor parte del artículo, acusándole no solo de conspirar para destronar a Bartomeu sino también de tener tratos estrechos y éticamente cuestionables, tanto con el Gobierno de la Generalitat como con la anterior junta de Laporta.
Un Jaume Roures que, no lo olvidemos, solo posee un poco más de un tercio de la propiedad de Mediapro que, a su vez, solo representa la mitad del accionariado de la filial española de beIN y que invierte parte de sus fondos propios en la compra y distribución de derechos deportivos. Pese a que eso no impide que Rusiñol se refiera reiteradamente a Roures como “socio” de Al-Khelaïfi, la realidad es que Mediapro es un simple partner local de beIN, una spin-off de Al Jazeera que se ha convertido en una empresa con vocación global: ya cuenta con docenas de filiales con un tamaño equiparable a la española. Para que nos entendamos, y siguiendo en el terreno futbolístico: aunque es cierto que Jaume Roures y Nasser Al-Khelaïfi tienen relación, esta vendría a ser como la de Seydou Keita con el Barça de Guardiola: más de subordinación que de poder.
Una relación infinitamente más débil que la que el emirato de Qatar ha mantenido, ya no solo con el FC Barcelona durante los últimos años (el patrocinio de los cataríes ha llegado a su final por vencimiento de contrato, después de haber sido aprobado dos veces en asamblea), sino con el expresidente y principal valedor de Josep Maria Bartomeu, Sandro Rosell. De hecho, fueron Sandro Rosell y Javier Faus quienes abrieron la puerta del Camp Nou a los representantes del emirato, como recoge el último auto del juez del caso que mantiene al expresidente en prisión. Parece, sin embargo, que para Qatar empieza a ser mucho más rentable invertir en un club del cual tienen el control absoluto que no tirar dinero en otro, como el Barça, donde sus acciones deben ser aprobadas por las 140.000 personas que ostentan la titularidad.
También parece evidente que Jaume Roures no sale ganando con la marcha de Neymar de LaLiga, sino que sale perdiendo. La huida del astro brasileño devalúa los derechos televisivos de la competición doméstica española, el principal producto que Roures comercializa de forma global a través de la distribuidora Imagina International Sales. Según Mediapro, la española es “la mejor liga del mundo”. Sin Neymar, uno de los grandes animadores de la competición y el hombre llamado a dominar la era post-Messi, puede dejar de serlo pronto.
Básicamente, nos encontramos ante dos escenarios extremos posibles: o bien la política, en sentido amplio, ha provocado el traspaso de Neymar al PSG, o solo son motivos deportivos los que explican este movimiento de mercado. A pesar del innegable impacto social del fútbol (y de las atractivas y morbosas teorías de la conspiración), la segunda posibilidad debería ser la primera en ser considerada, puesto que para cualquier club el rendimiento deportivo condiciona cualquier otro aspecto de su actividad.
Por muy obsceno que nos pueda parecer un traspaso de 220 millones de euros, resulta que Neymar, teniendo en cuenta los datos, era la mejor opción de mercado para cualquier club que pudiese permitirse dicha friolera. Esta última variable es importante: no hay tantos clubes que puedan asumir un fichaje de esta magnitud. En Europa podrían considerarse cinco candidatos: los dos Manchesters, el Chelsea, el Madrid y el PSG.
Desde hace unos años, siguiendo el camino marcado por el béisbol en la década de los 70, toda la actividad que sucede dentro del terreno de juego es monitorizada al milímetro y los grandes clubes utilizan esta inteligencia para garantizar el retorno de sus inversiones. La prueba de que este criterio es fiable y anticipa las lógicas del mercado es que, con los mismos datos, de los tres candidatos para sustituir a Neymar, dos (Coutinho y Dembelé) son públicamente pretendidos por la dirección deportiva del FC Barcelona.
Teniendo en cuenta todo esto, podríamos llegar a la conclusión de que el PSG ha fichado Neymar por un motivo muy simple: porque puede. O, quizás, por dos motivos muy simples: porque puede y porque le conviene.
Pero también podríamos empeñarnos en pensar que es la política la que explica la marcha de Neymar. Para este ejercicio nos veremos obligados a abrir el foco más allá de la insignificancia, a nivel global, del Procés de autodeterminación de Catalunya. Todos los análisis serios que se han hecho para explicar el ansia del club parisino -y no han sido pocos-, ponen en el centro de la diana las relaciones de Qatar con Arabia Saudita por delante de ningún otro factor. Incluso la influencia de Sarkozy, Trump o el Estado Islámico podrían contextualizar mucho mejor el movimiento del brasileño que los empujones en el Parlament a cuenta del referéndum.
La hegemonía global del fútbol ha resucitado una figura que ya se insinuó en los años 90, cuando grandes fondos de inversión compraban los derechos de jugadores para después moverlos a su voluntad de un club a otro. El único objetivo era maximizar su valor (son casos paradigmáticos los de Carlos Tévez y el actual jugador blaugrana Javier Mascherano), una práctica que no fue resuelta completamente por la FIFA hasta 2015, a pesar de la introducción del Fair Play financiero en 2011. Dos medidas que no han evitado que el PSG contrate a Neymar y que, seguramente, tampoco evitarán que acabe contratando a Mbappé por una cantidad cercana a los 200 millones de euros. Lo que antes eran fondos de inversión, hoy pueden ser patrocinadores privados o, directamente, Estados, deseosos de utilizar a grandes clubes como escaparate. A pesar de las medidas preventivas, parece que estos actores tienen los recursos suficientes para sortearlas y seguir teniendo su papel en el mercado futbolístico. Y en este terreno de juego global (ya sea geoestratégico, ya sea futbolístico, o una mezcla de ambos), la influencia del Barça, de Mediapro y de Catalunya es, aunque nos duela admitirlo, cada vez más subalterna y menos relevante.
Al fin y al cabo, es lícito que alguien quiera aprovecharse del fichaje de Neymar, ya sea vendiendo réplicas de su camiseta en las aceras de los Campos Elíseos o publicando artículos que acrediten tesis prefabricadas vinculando el Procés independentista con su decisión de abandonar el club blaugrana (y no me refiero únicamente al artículo de Pere Rusiñol). Pero todo esto es solamente ruido que no debe hacernos confundir las causas de fondo con lo que no son más que consecuencias colaterales de un fichaje que se ha gestado a muchos kilómetros tanto de la Plaça Sant Jaume como de la Plaça de les Glòries y que es la antesala de un cambio de paradigma en el mercado del fútbol de élite.