¡Aleluya! No sé si el debate de Política General en el Parlament puede haber servido de algo, pero de todos los enunciados más o menos previsibles que se escucharon hay uno que no ha pasado del todo inadvertido como buen titular, y que, al mismo tiempo, ha aportado luz a un fenómeno (¿paranormal?) que ha afectado durante años las prácticas comunicativas de este nuestro país. La frase es del presidente Mas: “Cataluña quiere a España, pero no confía en el Estado español”.
Es bien sabido que durante años un buen número de medios de comunicación catalanes, públicos y privados, han practicado la sinonimia entre las expresiones España y Estado español, en una dinámica esotérica como si el nombre no hiciera la cosa, como si evitando España fuéramos menos partícipes de España, y se han publicado auténticos disparates, al menos lingüísticamente hablando. Algún periódico publicaba enumeraciones de países del estilo “Francia, Italia, Grecia y Estado español”, y era fácil -y lo es- escuchar a los meteorólogos anunciaron lluvias en todo el Estado español. Incluso el diccionario castellano-catalán de Enciclopèdia Catalana comete la calamidad de dar como equivalente de Espanya (en catalán) ambas formas; algo, por supuesto, filológicamente absurdo.
No es difícil darse cuenta de la diferencia entre los dos términos. Basta cambiar de país, por ejemplo Uruguay, para percibir que no es lo mismo hablar de Uruguay que del Estado uruguayo, y cualquier hablante competente de la lengua intuirá que la primera expresión hace referencia a un país soberano -a un estado reconocido internacionalmente, para entendernos- mientras que la segunda alude a la estructura o la forma en que se organiza este país. Y que Uruguay, en tanto que topónimo, tiene la misma validez que puede tener Nueva Zelanda, Vietnam o Madagascar. O España, claro.
Pero, ¡ay!, la ausencia en los medios de comunicación del término España ha sido siempre denunciada por los partidarios de España, y esto no ha hecho más que reafirmar durante años los partidarios del eufemismo estatal, en un despropósito secundado por los mismos lingüistas de los medios implicados, seducidos por la capacidad de influir en el público a través de la elección de lenguaje. Hasta el punto de que algún medio díscolo que se atrevió a no secundar esta práctica fue tachado inmediatamente de españolista por la crítica.
Ahora el soberanismo está esforzándose por corregir el despropósito. La razón es simple: ante la posibilidad de que los partidarios de la unión con España apelen al factor emocional para retener a los indecisos, se ha intentado subsanar de inmediato la equivalencia entre los dos términos, dirigiendo hábilmente las simpatías hacia en España pero cargando durament contra el Estado español, en una dualidad léxica del todo innovadora en nuestro país. Ahora, mira por donde, los términos ya no son sinónimos, sino casi antónimos.
Quizás es que Mas incurre, de nuevo, en una manipulación del lenguaje para hacérselo venir bien. O quizás es que ahora todo el soberanismo se pondrá a pronunciar España al unísono y verá que no le pasa nada. Uruguay, Madagascar, España. Y no, no pasa nada.