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Objetivo: volvamos a las Ramblas

Jordi Rabassa

Consejero técnico del distrito de Ciutat Vella y miembro de Barcelona en Comú —

Uno de mis paseos habituales años atrás era bajar las Ramblas desde la fuente de Canaletas hasta el Port Vell, donde me sentaba un rato cerrando los ojos para no ver el Maremagnum y entonces volver a subir las cinco Ramblas para disfrutar de nuevo de la su vitalidad. Viniendo de Sant Andreu el tráfico me divertía y tenía algo de exótico que me atraía fuerte. Fue a los pocos años del tumbar de siglo cuando, un buen día, sentí que había dejado de disfrutar del paseo y que, por el contrario, lo padecía. Se me había hecho extraño.

Puede ser un tópico decir que las Ramblas (reivindico hablar en plural: Canaletas, los Estudios, de las Flores, los Capuchinos y de Santa Mónica) son propiedad de todos los barceloneses y barcelonesas, pero tras el tópico hay una realidad: su carácter popular, la energía constante y los múltiples focos de atención daban la posibilidad de encontrar el rincón, el movimiento, la persona que me interpela y que me atraía. Y yo, como cualquier otro peatón, podía responder a esta interpelación ya fuera distraído, incomodandome, sonriente, comprando o entrando a formar parte de las dinámicas que se desarrollaban.

Las Ramblas eran, pues, un gran escaparate de vivencias de las que podías participar según te conviniera. Esto tan sencillo te hacía sentir que te apropiabas de la dinámica incansable de las Ramblas y de su gente. El paseo no era sólo caminar; era compartir.

En las últimas décadas el efímero ejercicio de distraerse se ha complicado, lo que hace que el paseo sea desagradable y se haya convertido en una carrera para huir del abarrotamiento. El 80% de los 30 millones de visitantes que recibe Barcelona anualmente visita las Ramblas, es decir, unos 24 millones pasean por estos 1.200 metros, lo que se concreta, si añadimos los vecinos de la ciudad, en unas 240.000 personas que entran diariamente a pie en un día laborable y unas 310.000 en días festivos o fines de semana.

El cambio de la realidad social y comercial de las Ramblas y su entorno, que incluye, entre otros espacios, el mercado de la Boquería y la plaza Real, son el ejemplo más evidente de los impactos que ha generado la apuesta por el turismo como gran fuente de desarrollo económico de la ciudad.

El paseo por las Ramblas, hoy en día, es más un ejercicio de militancia que un placer y, si bien el número de personas que transitan ha subido, los estímulos se han reconducido para dirigirse hacia las demandas de consumo del turismo de masas.

Lo que ha ocurrido en las Ramblas los últimos años explica perfectamente qué es la gentrificación, como lo hace la evolución de población del barrio vecino del Gótico donde ya hay más camas para visitantes que para residentes habituales. Esto, a falta de un censo que lo corrobore, todavía debe de ser más extremo en el paseo. Y sin embargo, en las Ramblas también hay vecinos y comercios de calidad que, como los paseadores de la ciudad, son, a partes iguales, vecinas y resistentes. Se trata de un puñado de personas (poco más de 900 censadas) que viven en un entorno altamente saturado.

El viaje de la saturación parte del subsuelo (con los túneles del metro y de múltiples suministros envejecidos), sigue al nivel a pie de carrer (lleno de gente, quioscos, terrazas, repartidores de flyers), continúa por varios pisos de inmuebles históricos (llenos de turistas que vienen y van) y termina en las azoteas ocupadas por los aparatos de aires acondicionados y las salidas de humos y maquinarias que dan servicio a los comercios de los bajos. Una saturación integral que deshumaniza el paseo y la residencia habitual pero que llama al dinero y que hace que la especulación determine todas sus dinámicas.

Por todo ello, y por muchas otras cosas, es necesario repensar las Ramblas. Hace años que lo reivindican los movimientos vecinales haciendo evidente la necesidad de 'devolver' las Ramblas a los barceloneses y las barcelonesas. Hay que descongestionar la masificación actual, reequilibrar los usos, evitar dinámicas económicas excluyentes, potenciar e incrementar la oferta cultural de kilómetro cero y hacer que las comunidades diversas del Raval, del Gótico y de toda la ciudad vuelvan a apropiarse de un paseo universal que muchos consideramos que cada vez es menos apto para los vecinos.

Este sábado 9 de abril, en el marco de los debates para elaborar el Plan de Actuación del Distrito os invitamos a participar de las deliberaciones que hemos preparado desde el distrito de Ciutat Vella para empezar a trabajar en los múltiples aspectos que habrá que asumir para hacer que aquel paseo que hace unas décadas me era amable y confortable lo vuelva a ser. Y repensando las Ramblas, no nos engañemos, también miraremos con ojos críticos el modelo de ciudad promovido por los últimos gobiernos municipales. ¡Hagámoslo!

Uno de mis paseos habituales años atrás era bajar las Ramblas desde la fuente de Canaletas hasta el Port Vell, donde me sentaba un rato cerrando los ojos para no ver el Maremagnum y entonces volver a subir las cinco Ramblas para disfrutar de nuevo de la su vitalidad. Viniendo de Sant Andreu el tráfico me divertía y tenía algo de exótico que me atraía fuerte. Fue a los pocos años del tumbar de siglo cuando, un buen día, sentí que había dejado de disfrutar del paseo y que, por el contrario, lo padecía. Se me había hecho extraño.

Puede ser un tópico decir que las Ramblas (reivindico hablar en plural: Canaletas, los Estudios, de las Flores, los Capuchinos y de Santa Mónica) son propiedad de todos los barceloneses y barcelonesas, pero tras el tópico hay una realidad: su carácter popular, la energía constante y los múltiples focos de atención daban la posibilidad de encontrar el rincón, el movimiento, la persona que me interpela y que me atraía. Y yo, como cualquier otro peatón, podía responder a esta interpelación ya fuera distraído, incomodandome, sonriente, comprando o entrando a formar parte de las dinámicas que se desarrollaban.