Este 12 de julio se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de Pablo Neruda. Para celebrarlo, el Ayuntamiento de Barcelona rebautizó la recién renovada Plaza de la Hispanidad, en el barrio de Sagrada Familia, con el nombre del poeta chileno. En términos culturales y memoriales es un cambio importante. Por justicia y por los profundos vínculos que unen a Neruda y a Chile con nuestra ciudad.
Aunque es poco sabido, Neruda llegó a ser cónsul de Barcelona y Madrid durante la II República. Su compromiso con el régimen que acabó con la monarquía de Alfonso XIII fue absoluto. Lo mismo que su amistad con los grandes poetas republicanos: Alberti, Cernuda, Aleixandre o García Lorca, cuyo asesinato lo conmovió hondamente (“si pudiera llorar de miedo en una casa sola, si pudiera sacarme los ojos y comérmelos, lo haría por tu voz de naranjo enlutado y por tu poesía que sale dando gritos”).
En 1939, el Gobierno del Frente Popular chileno presidido por Pedro Aguirre Cerda, designó a Neruda cónsul especial para la inmigración española en París. Allí destacó como impulsor del proyecto Winnipeg, un barco que trasladaría cerca de 2000 prisioneros republicanos de los campos de concentración del sur de Francia a Chile, Uruguay y Argentina. Neruda siempre pensó que aquella iniciativa dejaría una huella indeleble. “Que la crítica –decía, refiriéndose al llamado ”Barco de la esperanza“– borre toda mi poesía, pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie”.
En aquel carguero que zarpó de Poullac a Valparaíso viajaban varios barceloneses. Muchos de ellos hicieron una aportación decisiva a la vida cultural y social chilena. Y no solo eso. Participaron, como muchos exiliados del resto de la península, de uno de los sueños colectivos más inspiradores del siglo XX: el ascenso al gobierno de la Unidad Popular presidida por Salvador Allende.
Durante el acto celebrado en la nueva plaza, muchos chilenos refugiados en Barcelona tras la dictadura de Pinochet rememoraron el doloroso sino del exilio. Uno de los parlamentos más emotivos fue el del hijo de Salomé Roset. Salomé tiene 95 años, vive en Barcelona y sufrió el exilio por partida doble. Marchó a Chile con el Winnipeg y tuvo que huir a Barcelona tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
En una tarde marcada también por la música, los versos de Neruda resonaron en la apacible plaza del Eixample. El actor Enric Majó protagonizó una lectura potentísima y apasionada de la “Oda al hombre sencillo” (“no sufras porque ganaremos, ganaremos nosotros, los más sencillos, ganaremos, aunque tú no lo creas, ganaremos”). El también rapsoda Josep Miquel Servià recitó una preciosa traducción al catalán del poema de amor número 20 (“Una nit que emblanquina ara els mateixos arbres. Nosaltres, els de ahir, ja no som els mateixos”).
Como tantas cosas que ocurren en la ciudad, el acto hubiera sido impensable sin la persistencia de numerosas entidades vecinales y sociales. Comenzando por el Comité Salvador Allende, que venía luchando por este espacio desde hace tiempo, con “la ardiente paciencia” a la que se refirió Skármeta en su célebre homenaje a Neruda.
Al final del parlamento que me tocó hacer como representante del ayuntamiento, tuve el honor de poder leer, también yo, algunos fragmentos del poeta que descansa en Isla Negra. Escogí un poema que escribió en Barcelona hacia 1933, luego recogido en el que para mí es su mejor libro: Residencia en la tierra.
Neruda acababa de llegar a la ciudad en su condición de cónsul. Mientras visitaba la iglesia de Santa María del Mar, le comunicaron la muerte de su amigo Alberto Rojas Giménez. La noticia lo devastó. A los pocos días, le dedicaría una de las odas más vibrantes que se hayan escrito en lengua castellana. “Entre plumas que asustan entre noches, entre magnolias, entre telegramas, entre el viento del sur y el oeste marino, vienes volando […] vienes volando solo, solitario, solo entre muertos, para siempre solo, vienes volando sin sombra y sin nombre, sin azúcar, sin boca, sin rosales, vienes volando”. Con el eco de estas palabras, el atardecer barcelonés se fue desvaneciendo suavemente. En una plaza que hasta hace poco era de La Hispanidad, y que a partir de ahora se llamará Pablo Neruda.
P.S.: Al concluir estas líneas, mi amiga Julie Wark me descubrió un acontecimiento de la biografía de Neruda que desconocía. Aparece recogido en sus memorias Confieso que he vivido (Seix Barral, Barcelona, pp.44): la violación de una mujer ‘pariah’ de Ceilan. Neruda relata el episodio con cierta frialdad, aunque acaba admitiendo, con aparente mala conciencia, que su víctima “hacía bien en despreciarme”. Es un pasaje lamentable, chocante, triste. Y hace un daño especial tratándose de un gran poeta comprometido con muchas causas nobles. Pero una vez leído, cuesta silenciar.
Este 12 de julio se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de Pablo Neruda. Para celebrarlo, el Ayuntamiento de Barcelona rebautizó la recién renovada Plaza de la Hispanidad, en el barrio de Sagrada Familia, con el nombre del poeta chileno. En términos culturales y memoriales es un cambio importante. Por justicia y por los profundos vínculos que unen a Neruda y a Chile con nuestra ciudad.
Aunque es poco sabido, Neruda llegó a ser cónsul de Barcelona y Madrid durante la II República. Su compromiso con el régimen que acabó con la monarquía de Alfonso XIII fue absoluto. Lo mismo que su amistad con los grandes poetas republicanos: Alberti, Cernuda, Aleixandre o García Lorca, cuyo asesinato lo conmovió hondamente (“si pudiera llorar de miedo en una casa sola, si pudiera sacarme los ojos y comérmelos, lo haría por tu voz de naranjo enlutado y por tu poesía que sale dando gritos”).